Con frecuencia se repite que las crisis, además de una amenaza, representan oportunidades. Para muchas empresas estas coyunturas generan diferentes ventanas de inversión con las que expandir el negocio. En el caso de las empresas españolas, no obstante, lo habitual es que “crisis” signifique “crisis”. Su posición de capital suele ser más débil que las de los principales competidores desarrollados, de modo que, ante las recesiones, su situación patrimonial se deteriora y merma la capacidad de inversión, única vía para que las crisis produzcan oportunidades.
No solo eso; su mercado doméstico –el español– sufre una gran volatilidad durante estos episodios. Varios son los motivos que explican esta situación: la mala calidad del mercado laboral, que multiplica los despidos; la abundancia de pymes, que amplifica los problemas financieros; o la desindustrialización del país y su orientación hacia servicios de bajo valor añadido, que son muy procíclicos. Como consecuencia, cuando empiezan las crisis, la gran empresa española se ve obligada a revisar a la baja sus previsiones de crecimiento y a hacer provisiones para compensar la caída del precio de sus activos en balance.
En el caso de la banca, la situación es todavía más delicada, ya que la concesión de préstamos…