Aunque solo tiene 21 escaños, el suyo es el más nutrido y disciplinado de la cámara de 130 miembros, la mayoría dispersos en una decena de grupos que la mayoría de veces son meras siglas. Podemos Perú, de José Luna, el magnate de las llamadas universidades “bamba”, por ejemplo, es una especie de Airbnb político que da albergue temporal, no importa dónde se haya alojado antes o se vaya a alojar después. En 2021 ganó cinco escaños. Hoy tiene 14 congresistas.
Boluarte sabe que, sin el apoyo de Keiko Fujimori –líder de un partido, Fuerza Popular, que su padre no necesitó porque el único que tuvo fueron las fuerzas armadas–, tendría los días contados en la azarosa política peruana. Keiko ha perdido las últimas tres elecciones (2011, 2016, 2021) pero pocos dudan que lo volverá a intentar en 2026, ésta vez, si se cumplen sus planes, con el pleno control del Congreso de las autoridades electorales (JNE, ONPE).
El eterno retorno del fujimorismo no es gratuito. Desde su elección en medio de un país devastado por la guerra interna y la hiperinflación, la política peruana ha girado en torno al ingeniero de ascendencia japonesa. Fujimori acabó con ambas amenazas existenciales con unos métodos expeditivos que le valieron una condena de 25 años de cárcel, de los que cumplió 16, por secuestro, corrupción, soborno, malversación y abuso de poder.
Hasta sus adversarios reconocen que en 2000 el país estaba en mejores condiciones macroeconómicas y de seguridad que en 1990. Año que supuso un punto de inflexión en la reconstrucción del país. Perú tardó una década en cosechar los frutos de la disciplina fiscal y la libertad de mercados y comercio, que atrajeron miles de millones de dólares en inversiones.
Entre 2000 y 2023, las exportaciones agrícolas, por ejemplo, se multiplicaron…