Ni las cumbres de los 22 miembros de la Liga Árabe ni las de los 57 que conforman la Conferencia para la Cooperación Islámica (CCI) suelen deparar grandes noticias. Son más bien foros donde todo se reduce a una fotografía oficial y a muchas palabras sin apenas contenido real alguno.
De ahí que la convocada por Mohammed bin Salman (MbS) el pasado día 11 en Riad, con numerosos miembros de ambas organizaciones, pueda interpretarse en primera instancia como un nuevo ejercicio diplomático sin mucho contenido. Sin embargo, es posible detectar gestos y dinámicas con una significación política considerable.
En primer lugar, y en relación directa con la violencia que asola nuevamente a Palestina y a Líbano, es significativo que el propio MbS haya optado por acusar a Israel de estar cometiendo no solo una masacre, sino abiertamente un genocidio. Una palabra que muestra lo lejos que ahora mismo, incluso con un Donald Trump muy pronto reinstalado en la Casa Blanca, se vislumbra la normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv. Antes del 7 de octubre del pasado año, sin embargo, se veía como un paso decisivo para el éxito de los Acuerdos de Abraham promovidos por el mandatario estadounidense, tras los dados ya por Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán.
En clave personal cabe interpretar que con esta convocatoria MbS sigue esforzándose en verse reconocido como el líder indiscutido del mundo árabe y musulmán suní, colocándose por encima de otros aspirantes como Turquía o Egipto. Del mismo modo, a otros, como Bashar al Asad, le basta con repetir su presencia entre quienes hasta hace poco lo habían ninguneado como interlocutor válido. Se demuestra una vez más que ni la defensa de los derechos humanos ni el respeto del derecho internacional sirven de vara de medir para apoyar…