Desde 2000, las cumbres China-África se celebran puntualmente cada tres años con nutrida concurrencia de mandatarios y delegaciones diplomáticas. Ya constituyen un logro notable de la diplomacia china, lubricado por inversiones y créditos multimillonarios de sus bancos estatales en puertos, carreteras, represas, estadios deportivos y otros proyectos de infraestructuras.
En 2023, el comercio bilateral sino-africano superó los 282.000 millones de dólares (9,9% del PIB de los 54 países del continente), con un superávit chino de 64.000 millones. En septiembre en la cumbre de Pekín, la primera presencial tras la pandemia, Xi Jinping prometió a los representantes de los 53 países asistentes, un “nuevo capítulo de progreso compartido”. El único en no asistir fue Eswatini, el último Estado africano que reconoce a Taiwán.
Nigeria, Suráfrica, Malí, Chad, Malawi y Yibuti aprovecharon la ocasión para firmar o ampliar sus acuerdos de asociación estratégica con Pekín, para la que África es una pieza clave en su estrategia de conquistar nuevos clientes entre los 5.000 millones de consumidores del Sur Global, que en 2100 albergará a ocho de cada 10 habitantes del mundo. Entre 2016 y 2023 las exportaciones chinas a sus mercados se cuadruplicaron. Hoy 128 países comercian ya más con China que con EEUU.
En la última década, el gigante asiático ha invertido más de un billón de dólares en proyectos de infraestructuras en 140 países, convirtiéndose así en el mayor acreedor mundial, muchas veces imponiendo condiciones de pago draconianas. En 2021, en la cumbre de Senegal, China se comprometió a importar 300.000 millones de dólares anuales en bienes procesados africanos, lo que no ha cumplido pese a que África solo representa el 5% de su comercio exterior.
Pese a las promesas incumplidas y casos de corrupción como los que rodean el tren entre Nairobi y Mombasa en Kenia, la relación parece…