La simbología tiene su importancia en las relaciones internacionales. Que el nuevo gobierno talibán haya tomado posesión precisamente el 11 de septiembre, 20 años después de los atentados perpetrados por Al Qaeda en Nueva York y Washington, no es una cuestión baladí. Permite a los talibanes presentarse victoriosos no tanto frente a un débil, corrupto e ineficiente gobierno local –considerado una marioneta de EEUU– sino frente a la primera potencia mundial. El mensaje, como ya ocurrió cuando los yihadistas disfrazados de “luchadores por la libertad” lograron la salida soviética de Afganistán en 1989, servirá ahora para potenciar aún más la causa de estos iluminados. Los talibanes, al igual que las redes de Al Qaeda y Dáesh, siguen teniendo la capacidad y la voluntad de lograr sus objetivos por la fuerza.
No es el único problema que plantea la retirada estadounidense de un país al que nunca lograron ni democratizar (como…