Una escena de despedida –dos marines estrechando las manos de milicianos talibanes en el aeropuerto de Kabul al caer la noche del 30 de agosto– selló el final de la ocupación de 20 años de Afganistán por parte de Estados Unidos y sus aliados, dejando atrás más interrogantes que certezas sobre el futuro del país centroasiático.
Nadie sabe si los islamistas perpetuarán el ciclo de venganzas que comenzaron en 1996, cuando llegaron por primera vez al poder, o si cumplirán sus promesas de unificar una nación que no ha dejado de estar en guerra desde la invasión soviética de 1979, y de no volver a acoger a grupos yihadistas como Al Qaeda o ISIS-K, la filial afgana de Dáesh que considera “apóstatas” a los talibanes.
Washington tendrá que decidir entre usar el palo o las zanahorias, o una combinación de ambos, para tratar de influir sobre la conducta de los…