En los días previos al Consejo Europeo del 8 y 9 de diciembre en Bruselas, las declaraciones de los líderes políticos en Europa mezclaban dramatismo y solemnidad. El momento de la verdad había llegado. Europa no vivía una crisis tan grave “desde la Segunda Guerra mundial”, en palabras de la canciller alemana, Angela Merkel. Si de esta cumbre Europa no salía con un acuerdo sólido y eficaz que atajase sus problemas económicos, “no habrá una segunda oportunidad”, advertía el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Era hora de salvar el euro y, por extensión, el proyecto europeo en su conjunto.
La declaración del Consejo Europeo tras el primer día de cumbre, que terminó a las cinco de la mañana del viernes 9 de diciembre, afirma que los líderes europeos han llegado a un acuerdo para “avanzar hacia una unión económica más fuerte”. ¿En qué se traduce esto? A medio y largo plazo, en un nuevo pacto presupuestario y una mayor coordinación de las políticas económicas; es decir, disciplina fiscal. A corto, en el desarrollo de los mecanismos de estabilidad financiera de la zona euro.
Esta declaración afirma que la Unión Europea “ha puesto todo su empeño” en los últimos 18 meses para mejorar la gobernanza económica, en respuesta a la crisis de la deuda soberana. Sin embargo, reconoce también que las tensiones en los mercados en la zona euro se han incrementado. ¿Sellará este acuerdo los problemas de la Unión?, se preguntan los analistas. La respuesta, como viene sucediendo a lo largo de 2010 y 2011, no resulta del todo alentadora.
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, cree que lo acordado “se acerca bastante a un buen pacto fiscal”. Como explica en este artículo Manuel de la Rocha Vázquez, de la Fundación Alternativas, los países que quieran seguir en el club euro deberán someter sus presupuestos nacionales al escrutinio y potencial veto por parte del resto de miembros, con sanciones que se aplicarían automáticamente para los incumplidores. “Una especie de avance federalista del euro, pero dibujado con colores germanos, donde solo cuenta el control del déficit”, añade De la Rocha, que advierte: “La falta de acuerdo o uno parcial no generará la estabilidad necesaria, acercando un poco más la eurozona al precipicio, tal vez esta vez sin vuelta atrás”.
De acuerdo con Luis Garicano, de la London School of Economics, los acuerdos no resuelven ninguno de los problemas de la zona euro. “Sería una broma de mal gusto llamarlos unión fiscal –afirma Garicano en este post–. Solo la promesa de Draghi de intervenir con fuerza, y los planes de Monti, dan lugar a la esperanza”.
Si no por el acuerdo alcanzado, que está por ver si resulta el remedio adecuado, esta cumbre sí podrá ser considerada histórica por lo que The Economist ha calificado como “el gran divorcio europeo”. Reino Unido ha decidido quedar fuera del pacto. Así, “dos décadas después de que se firmase el Tratado de Maastricht, que lanzó el proceso hacia la moneda única europea, las placas tectónicas de la UE se han separado por la misma falla que siempre las dividió: el canal de la Mancha”, afirma Charlemagne en este post.
La Europa de las dos velocidades se hace más patente. “Creo que estamos ante un escenario nuevo de federalismo intergubernamental o, más llanamente, federalismo sin los federalistas –afirma José Ignacio Torreblanca, del European Council on Foreign Relations–: sin Comisión, Parlamento o Tribunal. ¿Eso cómo se come? Por fuera de los Tratados, de ahí no ya los dos velocidades, sino las dos Europas”.
Para más información:
Thomas Klau, François Godement y José Ignacio Torreblanca, «Más allá de Maastricht: nuevo pacto para el euro». Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.
Enrique García y Luis Garicano, «Una agenda de crecimiento para España». Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.
Manuel de la Rocha Vázquez, «Crisis y gobierno: por una globalización más democrática». Política Exterior núm. 135, mayo-junio 2010.