Se atribuye a Konrad Adenauer la máxima de la experiencia de que “hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido”. Con su elección como nuevo presidente de la Unión Cristianodemócrata (CDU), Armin Laschet ha dado un paso hacia la candidatura democristiana en las elecciones alemanas del 26 de septiembre de 2021. Pero hasta ser el candidato a canciller de la alianza entre la CDU y la CSU (Unión Social Cristiana) tendrá que superar aún varias pruebas, la mayoría de ellas puestas por compañeros de partido.
Laschet ha ganado claramente a Friedrich Merz en la segunda ronda del congreso digital celebrado el sábado 16 de enero, con mayor margen (55 votos de ventaja sobre 35, 521 frente a 466 en total) que el de la victoria de Annegret Kramp-Karrenbauer sobre el propio Merz en diciembre de 2018. Los votos que obtuvo en la primera ronda el tercer candidato, Norbert Röttgen (224, una cifra no despreciable frente a los 380 de Laschet y los 385 de Merz), se dividieron entre los dos finalistas. No presentó su candidatura ninguna mujer. Se pensó que pudiera haberse presentado también el ministro de Sanidad federal, Jens Spahn, notablemente más joven, pero no dio el paso, pidió el voto para Laschet y se sitúa de cara al futuro como uno de los vicepresidentes del partido.
Laschet nació en Aquisgrán, tiene 59 años, es un tipo tranquilo, católico, no de grandes gestos. Desde junio de 2017 es el ministro-presidente de Renania del Norte-Westfalia, el mayor Land alemán, con 18 millones de habitantes. Es razonablemente popular, aunque su gestión de la crisis del coronavirus fue vacilante al principio y no bien valorada. Ha perdido muchas veces y no parece tener la vanidad de Merz o Markus Söder, sus mayores rivales.
Es un político resistente: ha sufrido derrotas y siempre se ha repuesto. Perdió su escaño de diputado nacional tras un solo mandato; perdió la candidatura en las elecciones anteriores del Land que ahora gobierna a manos de quien es hoy su ministro de Sanidad; perdió la presidencia de la CDU en su Estado a manos de Röttgen, a quien derrotó el sábado. Cuando fue el primer ministro de Integración en un Land alemán, algunos de sus compañeros de partido se burlaban de él llamándole “Armin, el de los turcos”. A quienes le reprochan que no tiene la brillantez, la dureza o la disciplina de algunos de sus rivales, contesta: “soy como soy”.
«Laschet es un político resistente: ha sufrido derrotas y siempre se ha repuesto».
“Armin Kohl”, le llama el semanario Der Spiegel, porque, como el antiguo canciller Helmut Kohl, sabe sentarse a esperar a que pasen los problemas. Pero el parecido es más aparente que sustancial: aunque renano como Laschet, Kohl empezó mucho antes a tener puestos políticos y de gobierno relevantes y fue desde muy joven un animal político varias filas por delante de la que todavía se atribuye a Laschet.
En el discurso que le ha valido la candidatura, mucho más emotivo que el de Merz, Laschet ha recordado que su padre fue minero y, con ello, que el ascensor social en Alemania sigue funcionando mediante un sistema educativo nacional, de calidad suficiente para la economía alemana y que permite estudiar y vivir dignamente a casi cualquier estudiante (la reticencia es obligada tras las deficiencias mostradas por los informes PISA desde principios del siglo).
Laschet es un político clásico: no tiene grandes visiones sociales, económicas –como Merz– o europeas –como Röttgen–, pero conoce bien los frentes e intereses políticos de su Estado, sabe sobreponerse a la adversidad y es, dice uno de los análisis publicados estos días, un “Realpolitiker”, un político práctico. No causa sensación, ni ha dedicado aparentemente un esfuerzo comparable al de sus rivales a esta elección, que muchos creían que ganaría Merz. Pero representa a la izquierda de la democracia cristiana, su rama más social, es fiable y tiene experiencia de gobierno.
Confianza y continuidad
El congreso democristiano ha optado por la alternativa que ofrece la máxima continuidad y los menores riesgos, también para el establishment del partido, quizá porque se fía menos de Merz o de Röttgen, y para los compromisarios, muchos de ellos profesionales de la política. Quizá ha seguido la advertencia de otro gran canciller, el socialdemócrata Helmut Schmidt: “quien tiene visiones, lo que tiene que hacer es ir al médico”.
Su discurso en el congreso fue el mejor de los tres. Röttgen, un político europeísta, más creativo y abierto a la innovación, habló de la necesidad de reorientar el partido al futuro, pero empezó mirando a la cámara equivocada. Merz, el preferido por la economía alemana, no tuvo su día, como tampoco lo tuvo contra Kramp-Karrenbauer hace dos años, ni antes frente a Merkel. Laschet habló de unidad, de integración, de confianza, con el ejemplo negativo del ya casi expresidente Donald Trump, que ha “mentido sistemáticamente” y tenido un efecto “destructivo”. “La clave, la base de todos los éxitos” y del ejemplo de la canciller Merkel “puede resumirse en una palabra: confianza”. Laschet cuenta que aprendió de su padre que “hace falta poder confiar los unos en los otros (…) La pregunta esencial para la democracia es en quién podemos confiar”. Ofrece así continuidad con la labor y la orientación de una canciller que ha merecido esa confianza y de quien era obvia, pero discretamente, el preferido entre los tres contendientes.
Su victoria es la de los continuadores de la línea centrista, liberal –en los sentidos social y económico– y cauta, pero al fin decididamente europeísta de Merkel, frente a quienes hubieran querido un repliegue a la derecha con Merz. Merkel ha gobernado 16 años con un inteligente pragmatismo, haciendo suyas causas sociales de los socialdemócratas, energéticas de Los Verdes, económicas de los liberales y de libertad de todos ellos. Aceptó, frente a la oposición de muchos democristianos conservadores, el matrimonio homosexual; acordó cerrar las centrales nucleares e impulsar la energía verde; aceptó la llegada de un millón de refugiados de Siria y otros países en guerra. Por su derecha ha surgido la Alternativa por Alemania (AfD), cuyos votos querrían haber cortejado Merz y los democristianos que se titulan “de valores” (entiéndase, más conservadores).
«Su victoria es la de los continuadores de la línea centrista, liberal –en los sentidos social y económico– y cauta, pero al fin decididamente europeísta de Angela Merkel».
Lo cierto es que Merkel ha logrado que, en un sistema de partidos al que se han ido incorporando Los Verdes desde los años ochenta, La Izquierda desde la reunificación y la AfD en el último decenio, el último gran partido que resiste sea el democristiano, reducido el socialdemócrata a la mitad de los votos que tenía al empezar el siglo. Lo ha conseguido sin grandes proclamaciones, con empatía, con un fino instinto para captar las preferencias de los electores. Con una estrategia de partido catch-all (Volkspartei en alemán), que consigue votos de un espectro muy amplio de intereses, colectivos y posiciones ideológicos, frente a las posiciones de principio de los Wertkonservativen (conservadores en valores) de la derecha democristiana o los archiliberales económicos que encabeza Merz. Merkel ha ganado así cuatro elecciones federales y escapado a la suerte del Partido Socialdemócrata (SPD), convertido en una formación mediana y en peligro de perder el segundo puesto a manos de Los Verdes.
Eligiendo a Laschet, la CDU demuestra que su mayoría quiere seguir gobernando –desde el centro, definiéndolo e integrando temas y objetivos de socialdemócratas y verdes, como ha sabido hacer Merkel– y no limitarse a representar los intereses del poderoso empresariado alemán o los de los democristianos más conservadores. “Solo conseguiremos ganar si nos mantenemos fuertes en el centro de la sociedad. Tenemos que asegurarnos de que el centro siga teniendo fe en nosotros”, dijo Laschet en su discurso del 16 de enero. “Tenemos que hacerlo todo para ofrecer a los votantes del centro una oferta convincente”.
Laschet gobierna el mayor Estado alemán, con zonas mineras e industriales decadentes y casi siempre regido por los socialdemócratas, en una coalición con los liberales. Pero estuvo a punto de acordar un gobierno con Los Verdes y sus posiciones de la CDU más social le permitirían alcanzar una coalición con el SPD si las elecciones de septiembre no dejaran a los socialdemócratas otra alternativa.
No lo tiene fácil. Tiene que unificar o mantener unido al partido, que ha votado dividido casi exactamente en dos mitades; sobrevivir a las emboscadas del candidato derrotado, Merz; lograr la candidatura frente a Söder, presidente de Baviera y de la CSU (la hermana bávara del partido democristiano); no perder más votos hacia la AfD; convencer al electorado de que es un sucesor fiable de la canciller; e imponerse a un buen candidato socialdemócrata, Olaf Scholz.
El nuevo presidente de la CDU se ha definido como un candidato integrador. En su discurso en el congreso advirtió –obviamente contra Merz– que “polarizar es fácil” y que su estilo de dirección no va a ser un espectáculo de un solo actor, como cabría esperar de aquel. La CDU tiene que lograr ser un partido integrador, no necesita al frente a un presidente de consejo de administración, sino a un político “que dirija y codirija, en el que todos puedan confiar”.
¿Hacia la cancillería?
Sus principales obstáculos son rivales democristianos, conforme a la advertencia del viejo y astuto Adenauer. Merz seguirá reclamando una cuota de poder. De hecho, tras la derrota ha hecho saber que ha sugerido a Laschet que le gustaría hacerse cargo del ministerio de Economía en el gobierno de la Gran Coalición, aún presidido por Merkel. Es poco probable que lo consiga, porque el actual ministro es un viejo aliado de la canciller. La petición muestra una patente falta de humildad y no le ha hecho quedar bien: un crítico no identificado ha recordado que participaba en elección del dirigente del partido, no “en una agencia para cargos de gobierno”. Laschet ha dicho solo que hablará con él sobre “su futura aportación a nuestro partido”.
Las diferencias entre Laschet y Merz quizá sean más de estilo que de fondo. Se verá cuando la CDU presente su programa con soluciones para los muchos problemas acuciantes del futuro: el coste económico de la pandemia y las ayudas estatales; Europa; los impuestos; el clima; la educación y el empleo para los jóvenes; las pensiones y la financiación de la salud; la digitalización de la industria… Quizá no haya demasiadas diferencias entre los sectores democristianos: ninguno quiere perjudicar a la economía ni debilitar el liderazgo del mercado, aunque presenten algunas diferencias en su sensibilidad social.
Manfred Güllner, el director de la agencia Forsa, cree que la CDU ha tenido suerte no escogiendo a Merz y que la elección de Laschet incrementa sus posibilidades de seguir siendo el primer partido en septiembre. Una victoria de Merz hubiera puesto en riesgo el éxito de los democristianos en el centro y llevado muchos votos a otros partidos, especialmente a Los Verdes.
Röttgen, presidente de la comisión de asuntos exteriores del Bundestag, quizá sea ministro si Laschet es canciller. Aporta ideas y un espíritu que gusta a los votantes y dirigentes más jóvenes de la CDU: ha prometido hacer el partido más femenino, más joven y más digital –sea esto lo que sea– y orientarlo a las necesidades del futuro de la sociedad alemana. No son habilidades menores. Die Zeit destacaba la falta de propuestas de Laschet en esos frentes y en el de la educación, que en Alemania puede hacer perder unas elecciones.
También tiene futuro Spahn, más joven y más conservador, que finalmente no presentó su candidatura y usó su tiempo en el congreso para pedir el voto para Laschet. Su apoyo refuerza el flanco derecho del nuevo presidente democristiano y puede ayudarle a consolidar apoyos entre los electores de Merz.
Pero es Söder el elefante de presencia conspicua sobre el que han callado todos en el congreso del 16 de enero. Populista y de ambición indisimulada, disputará a Laschet la candidatura si tiene ocasión. El uso es que el presidente de la CDU puede decidir ser candidato o ceder la posición al dirigente socialcristiano bávaro, como hizo una Merkel recién elegida presidenta en favor de Edmund Stoiber. Laschet queda bien situado, pero no tiene garantizada la candidatura. Las encuestas siguen dando ventaja a Söder, que desde que gobierna Baviera ha moderado su imagen y ya no espantaría a los votantes centristas, como sí hubiera hecho Merz. Pero Söder tiene un pasado de posiciones –y declaraciones– de una dureza que no olvidarían los estrategas de sus rivales en una campaña federal.
Laschet, escribe Chistoph Hickmann, sabe esperar. Una parte de su suerte dependerá de los resultados democristianos en las tres elecciones regionales anteriores a las federales. Las perspectivas de partida son buenas para los democristianos en los Estados más relevantes, Baden-Württemberg y Rheinland-Pfalz, que las celebrarán el 14 de marzo. Si los resultados no lo son finalmente, la presión de la CSU para que el candidato sea Söder será más efectiva: los candidatos socialcristianos bávaros se han impuesto en momentos de debilidad o cambio de dirigentes en la CDU, aunque ni Strauss ni Stoiber conquistaron la cancillería.
Para ser canciller, Laschet tendría que evitar una transferencia acusada de votos desde los conservadores democristianos a la AfD, que ayuda lo suyo con sus divisiones y disputas internas. Tendría que convencer al electorado de que, tras la marcha de Merkel, es una alternativa fiable. Tiene que evitar que le hundan las intrigas internas y sus propios errores, como le ocurrió a Annegret Kramp-Karrenbauer. Luego tendría que imponerse a un buen candidato socialdemócrata, Scholz, antiguo alcalde-presidente de Hamburgo, ministro de Hacienda de la Gran Coalición y un dirigente político de pocas palabras, competente y bien valorado. Por primera vez en muchos años, el SPD tiene con Scholz al que posiblemente sea el mejor candidato. Pero el electorado socialdemócrata se ha reducido a la mitad desde los tiempos de Gerhard Schröder, en favor de Los Verdes –a los que las encuestas auguran el segundo puesto el 26 de septiembre– y de La Izquierda. Y quizá hubiera tenido más fácil la campaña frente a Merz que contra Laschet: el centro va a estar muy concurrido.
Finalmente, tendría que lograr formar una coalición, porque el sistema político alemán exige (de facto, tras la traumatizante experiencia de la República de Weimar) que los gobiernos federal o de los Länder tengan mayoría parlamentaria y la diversificación del de partidos hace impensable ya que la alcance uno en solitario. Laschet tiene, frente a Merz, la ventaja de que podría hacerlo con Los Verdes, que difícilmente pactarían con el dirigente apoyado por la gran industria. Frente a Röttgen, la experiencia de gobernar ya en una con los liberales del FDP, que quizá no querrían alcanzar un acuerdo con el antiguo ministro federal de Medio Ambiente. E, indudablemente, la sensibilidad social precisa para pactar con los socialdemócratas, si estos no pueden evitar una nueva gran coalición, siempre muy costosa en la experiencia alemana para el partido menor.
Laschet no lo tiene fácil, pero ha ganado una baza decisiva.