Idea zombi: dícese de aquella que en el pasado ha demostrando ser pésima, de mal gusto, sinónimo de estulticia y pereza intelectual; que a estas alturas debiera haber caído, acribillada por la evidencia abrumadora de su fracaso, y que sin embargo avanza, impertérrita, conceptualmente muerta pero aún en el mundo de los vivos.
La historia está repleta de ideas zombis. Cuadrar el gasto público de un gobierno en plena recesión. Creer en conspiraciones judeo-masónicas. Conquistar Rusia desde Europa. Conquistar Asia en una partida de Risk. Jugar al Risk en primer lugar. O, llegados al caso que nos concierne: armar a fuerzas paramilitares para que luchen en un país distante, del que sabemos poco y desconocemos mucho, donde nos gustaría que acabasen con nuestros enemigos, y en cuyo futuro gobierno de transición esperamos que ocupen puestos destacados: quién sabe, quizás estos rebeldes con causa nos ayuden con alguna concesión petrolífera; quizás su colaboración nos conceda ventajas geopolíticas sobre nuestros rivales, etc. ¡Y encima luchan por la libertad!
El ejemplo más reciente es Ucrania. Petro Poroshenko tiene que lidiar con un alto el fuego defectuoso, regiones enteras del país que no obedecen a su gobierno y una economía que se desintegra. Habrá quien opine que el país ha tocado fondo. Pero a medida que la idea zombi de suministrar armas a Ucrania gana fuerza en Kiev y Washington, el futuro del país amenaza con empeorar. Al menos en vista de los precedentes. Tanto en Libia como en Irak y tal vez Siria, los intentos de armar a aliados de dudosa procedencia han sido desastrosos en el mejor de los casos.
En el primer caso Francia tomó la iniciativa, violando el mandato del Consejo de Seguridad y sacrificando el apoyo de Rusia a la intervención de la OTAN. Pero en 2011 el New York Times ensalzaba la operación como “un modelo para otros esfuerzos”. Cuatro años después, Libia es un Estado fallido. No tiene un ejército capaz de garantizar estabilidad, ni una constitución que apuntale la legitimidad de su gobierno. Se encuentra “al borde del colapso financiero, económico, y político,” según el enviado especial de la ONU, Bernardino León. Ocurre que armar a rebeldes no es suficiente para erigir una democracia centralizada sobre las ruinas de una dictadura. Las milicias que derrocaron a Muamar Gadafi permancen enfrentadas entre sí y al Estado Islámico, que ha hecho acto de presencia en el este del país. El 16 de febrero, Egipto bombardeó posiciones del EI en Libia. ¿Cuánto tardarán nuestros gobernantes en seguir el ejemplo, repitiéndonos lo importante que es una nueva “intervención humanitaria” para detener el caos que causó la anterior?
El historial en Irak es peor si cabe. EE UU dilapidó 25.000 millones de dólares entrenando a un ejército que abandonó Mosul, rumbo Villadiego, ante la primera embestida del EI. Además de inútil, el ejército iraquí ha resultado contraproducente: los yihadistas aprovechan el material americano que abandona, desde armas automáticas a vehículos blindados. Los intentos de armar a los peshmergas kurdos se han encontrado con problemas similares: parte de las entregas aéreas en Kobani han caído en áreas controladas por el EI.
Siria promete más de lo mismo. EE UU está entrenando a rebeldes sirios cuya misión, según el Pentágono, será 1) defender sus comunidades y pueblos, 2) librar una ofensiva contra el EI, y 3) “trabajar con grupos de la oposición política hacia una solución política en Siria”. Es decir, que combatientes que en el pasado no han mostrado reparos en unirse al EI ahora combatirán al EI. Y tal vez, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, derroquen a Bachar el Asad. Elijan su analogía preferida: ¿Bahía de Cochinos o la Cruzada de los Niños?
Pero volvamos a Ucrania. Kiev no es capaz de mantener a más de 30.000 soldados en el frente. Para luchar contra los secesionistas prorrusos depende de sus propias milicias, entre las cuales se cuentan varias compuestas por fascistas, como el Batallón Azov (en la foto, dos miembros luciendo el Wolfsangel nazi). Estas milicias desprecian a su propio gobierno y mañana morderán la mano que hoy les da de comer. Las violaciones de derechos humanos no distinguen entre nacionalistas y prorrusos. Por encima de todo, Vladimir Putin no soltará la pieza que se ha cobrado, porque Ucrania es infinitamente más importante para Moscú que para Washington. «Armar a ejércitos regulares o a rebeldes es demasiado costoso cuando el otro bando tiene capacidad militar e intereses vitales en juego» señala Vanes Ibric, especialista en seguridad de la Universidad George Washington. «En estos casos, las soluciones políticas son más apropiadas.»
Regalar armas a terceros esperando que luchen por nosotros es la idea zombi por excelencia. Fracasó en Cuba, fracasó en Afganistán, fracasó en Libia e Irak y fracasará en Siria. Armando a Ucrania únicamente se agravará lo que de por sí es un conflicto volátil y peligroso. La noción no cala porque la amnesia es un elemento definitorio de Washington, como el mal tiempo en Londres o los alemanes en Mallorca. Para entender los postulados de la política exterior americana es imprescindible una memoria selectiva: una memoria que no abarque más allá de la programación semanal de CNN, ni contenga en la recámara más que unas pocas fechas e imágenes totémicas: 1939, septiembre de 2001, Irak visto a través de los ojos del francotirador de Clint Eastwood, Ronald Reagan derribando el muro de Berlín a gritos, y aquella ocasión en que Jimmy Carter, pusilánime mayúsculo, fue atacado por un conejo.
Así de bien nos va.