“La vida es resistir”. Las palabras del presidente de España, Mariano Rajoy, no desentonarían en boca de la presidenta argentina, Cristina Fernández. Los problemas sitian al país. Caída del precio de las materias primas, imposibilidad de financiación exterior, inflación por encima del 30%, relación nula con el gobierno de Estados Unidos, ardua negociación con los acreedores que no aceptaron la reestructuración de la deuda en 2005 y 2010, la espada de Damocles de la suspensión de pagos o, en el plano político, la doble imputación del vicepresidente del país, Amado Boudou. La lista de problemas en Argentina siempre es prolija.
A finales de 2011, Sergio Berensztein analizaba para Política Exterior las claves del kirchnerismo, que calificaba de “hiperpresidencialismo”, un sistema avalado por la debilidad de los partidos, la ineficiencia del Estado y la baja calidad de la política. “Pese a las buenas cifras de hoy, la economía es el talón de Aquiles”, advertía Berensztein.
El hoy es ayer y lejos queda la victoria con el 54% de los votos que Fernández obtuvo en la primera vuelta de las presidenciales en octubre de 2011. La economía, en efecto, es el talón de Aquiles de una Argentina que necesita financiación externa para remontar el vuelo. Detrás de la caída de las previsiones de crecimiento de la economía nacional –y de las principales economías de América Latina– está la bajada de los precios de sus principales exportaciones –materias primas, mineras y agrícolas– y la desaceleración de la economía china.
Más de una década de falta de acceso a los mercados de capitales internacionales le ha salido cara al país. Los crecientes desequilibrios de la balanza comercial por el aumento de las importaciones de energía y la caída de las reservas de divisas han hecho impostergable alcanzar acuerdos con sus acreedores para lograr acceso a los mercados. La negociación con el Club de París terminó en acuerdo, a diferencia de lo que ha sucedido con los fondos especulativos o “fondos buitre”.
Una segunda suspensión de pagos tendría graves consecuencias para una economía argentina en recesión y con una inflación del 34,9% anual, porque implicaría verse privada de inversiones y financiación para desarrollar nuevas obras públicas y explorar los yacimientos de hidrocarburos de Vaca Muerta, por ejemplo.
Frente político: patria y buitres
En vista de los problemas, el discurso de Fernández se ha endurecido. En el horizonte, las elecciones presidenciales de octubre de 2015, a las que no puede presentarse por imperativo constitucional, tras dos mandatos en la Casa Rosada. La negociación con los “fondos buitre” y el enfrentamiento con EE UU le ha permitido insuflar tono épico a la ya de por sí inflamada retórica kirchnerista, presentándose como la defensora de la nación frente al capitalismo usurario. “Para la presidenta estas son unas nuevas Malvinas”, apunta Miguel Ángel Bastenier.
“Solo existe un conflicto verdadero –señala Carlos Pagni–. Patria o buitres. En esa oposición debe subsumirse toda la política. La estrategia se vuelve más tentadora cuando crece la escasez y se multiplican las demandas”. ¿Asistimos al principio del fin del peronismo kirchnerista, proyecto político hegemónico en Argentina, tantas veces dado por muerto en los últimos años? ¿O a un reagrupamiento de tropas, antes de la próxima gran batalla?
Según Mariano Obarrio, la presidenta buscaría con su confrontación de tono épico, bajo el lema “Patria o buitres”, mejorar sus posibilidades de bendecir a un candidato presidencial con chances de triunfo en 2015. Si bien es cierto que esos sondeos registraron una mejora de la imagen de Axel Kicillof, el ministro de Economía estaría aún lejos de ser “el candidato de Cristina Kirchner”, afirma Obarrio.
En la carrera por la presidencia ya se ha posicionado el diputado Sergio Massa, de 42 años, exalcalde de Tigre (provincia de Buenos Aires) y exjefe de Gabinete de Fernández. Massa, disidente peronista, disputaría a la cabeza del Frente Renovador los votos al oficialista Frente para la Victoria. Representando a la derecha liberal está el empresario Mauricio Macri, de 55 años, alcalde bonaerense. El último en entrar en liza ha sido Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires. Exvicepresidente del gobierno de Néstor Kirchner, no cuenta con el apoyo explícito de su viuda. En su acto de presentación, Scioli ratificó una y otra vez su “lealtad a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y al peronismo”. El Frente para la Victoria aún debe celebrar unas primarias, obligatorias por ley, tres meses antes de los comicios generales.
La doble imputación del vicepresidente Boudou por cohecho y abuso de poder añade pimienta a un panorama político ya de por sí encendido. “Que un magistrado se haya animado a procesar a un vicepresidente en ejercicio es una novedad saludable en un país donde la función pública, en vez de una forma de exposición, es un blindaje”, afirma Pagni. Aunque lo principal es que, detrás de todo escándalo político, hay un conflicto interno del poder. El caso Boudou no escaparía a estos estándares, explica el columnista de La Nación. No solo es un síntoma de corrupción. Es una señal de que el oficialismo se está descomponiendo.
¿Fin de ciclo en Argentina? No tan rápido. En abril de este año, Fernández aseguró en un discurso que para 2019 el país sería autosuficiente energéticamente. “El gobierno que venga va a recibir un país mucho mejor, y entre ese patrimonio estará el autoabstecimiento”, apuntó Fernández. ¿Pensará en un regreso feliz a la presidencia en 2019, tras cinco años entre bambalinas?
Muy buen artículo, lleno de referencias interesantes. El único pero es sobre Sergio Massa. Es alcalde de una ciudad de la provincia de Buenos Aires, pero no fue alcalde de la capital. Ahora es intendente de Tigre.
Gracias por vuestro trabajo.