Manifestaciones contra la “judaización” de Londres; atentados mortales en Tolouse y París; un cementerio judío profanado; tiroteos y muertos en la sinagoga de Copenhague. ¿Ha vuelo el antisemitismo a Europa? La intolerancia está ganando terreno en la Unión Europea, pero el rechazo que genera es selectivo. Con excepciones puntuales, como la extrema derecha en Grecia y Hungría, el antisemitismo se considera inaceptable. Pero no es así con todas las manifestaciones de intolerancia. En la mayoría de los casos, por desgracia, ocurre lo contrario.
Francia es el caso más destacado de esta tendencia. De los 1.100.000 judíos europeos, 500.000 son franceses. El año pasado, 7.200 emigraron a Israel. Se trata de una cifra sin precedentes, pero no de un éxodo. Ese mismo año, 7.100 judíos abandonaron Israel, muchos de ellos con destino Europa (y en especial Berlín, donde actualmente viven 17.000 judíos). Como observa The Economist, para muchos judíos europeos el principal problema no es sentirse excluidos, sino totalmente asimilados. La intervención alarmista de Benjamín Netanyahu pidiendo una emigración en masa a Israel no ha sido bien recibida por los judíos europeos.
(Un inciso: Israel puede combatir el antisemitismo con fórmulas más eficaces. La principal: terminar su ocupación militar y comprometerse (con actos en vez de palabras) con la creación de un Estado palestino. David Felman, director del Instituto Pears para el Estudio del Antisemitismo, observa que los judíos «en la diáspora» son «responsabilizados de las acciones” del gobierno israelí. Londres presenció un aumento considerable de agresiones antisemitas durante el transcurso de la Operación Margen Protector. La brutalidad con que Israel se comporta en Palestina no justifica el antisemitismo en Europa, pero es innegable que lo azuza.)
Si el establishment político galo se ha volcado en la defensa de sus judíos, su actitud respecto a los musulmanes franceses es ambigua en el mejor de los casos. El Frente Nacional de Marine le Pen gana terreno en las encuestas y los partidos tradicionales no han querido plantar cara a su agenda xenófoba. El expresidente Nicolás Sarkozy fue el primero en endurecer su discurso de inmigración, salpicándolo de comentarios islamófobos para robar votos a la extrema derecha. Su resurrección política anticipa, si resulta victorioso, una versión descafeinada del FN en los Campos Elíseos.
El centro-izquierda tampoco es inmune a esta dinámica. “Me niego a usar el término ‘islamofobia’”, proclama el primer ministro Manuel Valls, asegurando que se emplea para silenciar críticas necesarias del extremismo musulmán. Pero esta observación sería inaceptable si se emplease con respecto al antisemitismo y los crímenes de guerra que comete Israel. El primer ministro encarna las contradicciones que desgarran a Francia y a Europa: antes de defender a los judíos franceses a capa y espada, Valls se dio a conocer por sus expulsiones de gitanos desde el ministerio del Interior.
El antisemitismo asola Europa, pero no es comparable al de los años treinta. La islamofobia es más amenazante, simplemente porque cada vez más europeos la profesan y cada vez menos políticos la combaten. Mientras la lucha contra el antisemitismo no se entienda como parte de un gran esfuerzo por frenar la intolerancia –y eso que conlleva luchar contra la estigmatización del musulmán, del gitano, del “otro”–, Europa cometerá un acto de hipocresía.
Por Jorge Tamames, analista internacional.