Con 1.534 casos confirmados de Covid-19, Rusia empieza a confrontar los efectos sanitarios y económicos de la pandemia. Pese a estos retos emergentes, no obstante, el Kremlin considera que las carencias en la respuesta internacional han validado aspectos clave en su forma de ver el mundo.
La erupción del virus se ha convertido en un test de primer orden para todos los gobiernos. Las autoridades rusas compiten en tiempo real con las del resto del mundo, en un espacio informativo todavía relativamente abierto. Han hecho frente a críticas por su lentitud evacuando a ciudadanos rusos de Wuhan, China, así como por no tomar medidas efectivas en la propia Rusia. A medida que la epidemia crece, las comparaciones con otros países son inevitables; la gente está observando y sacando conclusiones.
Moscú ha hecho equilibrismos al gestionar su relación con Pekín, especialmente tras sorprender a China con su decisión de cerrar los 4,300 kilómetros de frontera que comparten. Los intentos de oficiales rusos de monitorizar a turistas chinos en Moscú en busca de síntomas de coronavirus también generaron una protesta airada por parte de la embajada china. No obstante, una vez que los visitantes chinos volvieron y Rusia se aisló físicamente, Moscú comenzó a elogiar la respuesta de Pekín al virus. Rusia también se ha alineado con China en su guerra de mensajes contra Estados Unidos, perpetuando la noción de que el virus es un arma biológica estadounidense desplegada para detener el auge chino. Los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping mantuvieron conversaciones telefónicas en las que se comprometieron a cooperar más estrechamente en el terreno de la investigación médica.
Rusia también se ha tenido que distanciar de sus vecinos. Moscú tomó la iniciativa de restablecer controles fronterizos con Bielorrusia –formalmente parte del Estado de la Unión que agrupa a ese país y la federación rusa– tras la negativa de Minsk a cerrar sus fronteras a visitantes chinos y otros extranjeros posiblemente infectados. La decisión rusa fue criticada por Aleksandr Luksashenko, el presidente bielorruso, que la describió como excesiva. Cuando Ucrania cerró sus fronteras, Rusia suspendió el servicio de trenes entre ambos países, cortando el último vínculo de transporte. Georgia, por su parte, cerró sus fronteras a los ciudadanos rusos. Por último, Rusia ha establecido una prohibición de casi todas las visitas extranjeras.
Otro efecto desestabilizador de la crisis del coronavirus son las dudas crecientes sobre las posibilidades de que Donald Trump obtenga la reelección. Antes de que el virus se propagase en EEUU, la mayor parte de los analistas rusos auguraban su victoria en las elecciones presidenciales de noviembre –un resultado reconfortante para el Kremlin, que le considera un interlocutor cómodo. Ahora el resultado está en el aire, con la posibilidad de que el ex vicepresidente demócrata Joe Biden llegue a la Casa Blanca. Si eso sucediese, introduciría aún más incertidumbre en las relaciones EEUU-Rusia.
Otra inquietud de primer orden para Rusia surge del notable descenso en el precio del petróleo y la caída del rublo. Ante un trasfondo de pesimismo económico generalizado, el colapso del acuerdo sobre niveles de producción petrolífera entre Rusia y la OPEP ha hecho que su precio descienda a los niveles más bajos desde 2003. Aunque Rusia ha amasado reservas de divisas para mitigar este golpe a sus presupuestos, sus proyectos nacionales más ambiciosos en varias áreas, incluyendo sanidad, se verán constreñidos.
Pese a todo, el Kremlin interpreta que algunos efectos de la pandemia validan su visión del mundo. La fragilidad de la globalización ha quedado de manifiesto a medida que la comunidad internacional se muestra más dividida y el orden liberal retrocede. El Estado se ha reimpuesto como el actor principal en la escena global. Las instituciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, se han convertido en meros proveedores de estadísticas, e incluso la Unión Europea ha desempeñado un papel secundario comparado con el de los gobiernos de sus Estados miembros.
Las democracias no están respondiendo a esta crisis mejor que los sistemas autoritarios. Los esfuerzos de Estados con una mayor capacidad de movilización, como China, Corea del Sur y Japón, están demostrando ser mucho más efectivos que los de países con una organización social más laxa –como EEUU, por ejemplo, o los países europeos acostumbrados a depender de otros pero que ahora se encuentran con nuevas barreras fronterizas.
Las debilidades de la UE han quedado de relieve. Prácticamente todos los casos conocidos del virus originaron en Europa (Italia, España, Francia, Alemania y Austria se encuentran entre los destinos de vacaciones más populares de los turistas rusos). La ausencia de una respuesta coherente desde Bruselas y la reemergencia de controles fronterizos internos en el área Schengen se ha interpretado en Moscú como prueba de que la UE no es capaz de gestionar los retos de la era moderna.
Por encima de todo, Rusia puede entender los eventos recientes como una confirmación de que es sabio depender de uno mismo en un mundo globalizado dominado por países que persiguen sus propios intereses. Rusia hoy está mejor preparada para gestionar una crisis económica que en 2008 o 2014: cuenta con mayores reservas de divisas, una deuda externa menor, y es menos dependiente de las importaciones de alimentos y otros bienes básicos.
No obstante, la crisis en Rusia aún se encuentra en sus inicios. Todos los niveles del gobierno deberán funcionar adecuadamente para apoyar el intento del Kremlin de consolidar poder con el –hoy aplazado– voto constitucional, la encuesta parlamentaria en 2021, y las elecciones presidenciales de 2024.