A su llegada a la presidencia de Angola, en septiembre del 2017, João Lourenço prometió diversificar la economía, dependiente de los hidrocarburos, y combatir la corrupción, una práctica que colocaba al país en los últimos puestos del índice elaborado por Transparencia Internacional. A punto de cumplirse los tres años de presidencia, en el balance de la gestión de Lourenço se encuentran fracasos y logros: la economía se encuentra en recesión, en gran parte debido a la bajada del precio del petróleo, pero en la lucha contra la corrupción se han conseguido avances, sobre todo al judicializar a dos hijos del expresidente José Eduardo dos Santos: Isabel, la mujer más rica de África, y José Filomeno, conocido como Zenu.
En su pulso con la familia Dos Santos, Lourenço recibió la ayuda inestimable de la investigación periodística Luandaleaks, difundida en enero, en la que se confirmaba lo que era un secreto a voces: que la fortuna de Isabel dos Santos había sido obtenida gracias a los favores de su padre, presidente de Angola desde 1979. Isabel no era, por consiguiente, una joven empresaria con éxito, como se presentaba, sino la parte más visible de un régimen de corrupción del que se beneficiaban tanto los Dos Santos como generales, gobernadores y altos cargos, que tenían en común militar en el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA).
La presencia de la familia Dos Santos en los negocios está muy bien documentada en el libro La Dos Santos Company, escrito por Estelle Maussion, cuyo título es más que explícito acerca de su forma de actuar. En cuanto a la transformación de los dirigentes del MPLA de seguidores del marxismo leninismo, durante la guerra colonial contra Portugal y en los primeros años de independencia, a defensores de un capitalismo consistente en el reparto de los recursos del Estado, es recomendable el libro de Tony Hodges, Angola From Afro-Stalinism to Petro Diamond Capitalism, publicado en 2001.
Acabada la guerra contra la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita) con la muerte de su carismático líder, Jonas Savimbi, a principios de 2002, Angola comenzó una etapa de reconstrucción, en la que se invirtieron ingentes cantidades de dinero, en gran parte procedentes de las rentas del petróleo. Al pastel de la reconstrucción acudieron sobre todo empresas europeas, brasileñas, chinas e incluso cubanas. A su vez, las compañías petroleras, en un momento en que se vaticinaba la llegada del pico de producción, se disputaban los favores de los dirigentes de un país que se afianzaba como el segundo productor del África Subsahariana, por detrás de Nigeria.
Mirar para otro lado
De alguna forma, las elites del MPLA se beneficiaron del interés europeo, estadounidense y chino por un mercado prometedor. Estados Unidos, que había demonizado al gobierno del MPLA por comunista durante la guerra fría y no lo había reconocido hasta 1992, pasó a considerar a Dos Santos como un fiel aliado. Europa no desmerecía tampoco un país que mantuvo durante muchos años un crecimiento superior al 10%. En el caso de Portugal, Angola era un buen destino para las medianas empresas y para trabajadores cualificados afectados por la grave crisis de 2008. Más de 30 años después de la llegada a Portugal de decenas de miles de retornados (los portugueses que debieron abandonar Angola por la independencia), miles de profesionales y técnicos hacían el camino inverso, y encontraban en la excolonia un lugar donde trabajar.
La realpolitik se impuso. En la mayoría de las ocasiones, los gobiernos occidentales hicieron oídos sordos a las violaciones de derechos humanos, denunciadas en sus informes por Amnistía Internacional, entre otras organizaciones, y a las pruebas de una corrupción de escándalo, que consolidaba la formación de una elite cleptócrata e impedía la modernización de la economía. Mientras dicha elite compraba mansiones en Johanesburgo y Lisboa, el país presentaba unos parámetros sociales de país en guerra. En el Índice de Desarrollo Humano de 2018, Angola ocupa el lugar 147 de 189. Si bien se encuentran 33 países africanos por detrás, tiene más de 20 por delante, sin recursos naturales, entre los que destacan los insulares Seychelles (62), Mauricio (65) y Cabo Verde (125), y la potencia regional, Suráfrica (113).
En el caso de China, las denuncias de las organizaciones de derechos humanos y del periodista Rafael Marques, siempre combativo contra las corruptelas, tenían todavía menos impacto puesto que uno de los principios fundacionales de la República Popular es la no injerencia en los asuntos internos. Mediante el win- win como carta de presentación, y la ausencia de cualquier crítica a sus gobernantes, China ha conseguido su lugar entre los países africanos con recursos minerales, que dependían hasta entonces de Occidente. A pesar de que durante la guerra fría apoyó a la Unita, aliado de la Suráfrica del apartheid y de EEUU, China se ha convertido en el principal cliente de Angola. Según el propio Banco Nacional de Angola, la deuda con China alcanza los 22.424 millones de dólares estadounidenses, lo que supone el 45,3% de la deuda externa. En los últimos años, China ha construido carreteras, estadios de fútbol, hospitales, escuelas y ha rehabilitado la línea férrea entre Lobito, en el Atlántico, y la frontera con República Democrática del Congo (RDC). A cambio, se asegura el suministro de petróleo: el 25% de las exportaciones de petróleo van a parar a China.
Ofensiva anticorrupción
Aunque Lourenço llegó de la mano de Dos Santos, que lo aupó a la presidencia frente a otro aspirante del MPLA que parecía más bien situado, Manuel Vicente, pronto se distanció de su mentor. De la promesa del combate a la corrupción pasó a la acción, al destituir de la dirección de Sonangol a Isabel dos Santos y de la presidencia del Fondo Soberano de Angola a José Filomeno dos Santos. Fue una medida simbólica, de calado en el MPLA, porque se había atrevido a atacar al entorno de quien fuera presidente durante 38 años.
Que Lourenço iba en serio se confirmó al ser detenido José Filomeno, acusado de desviar 500 millones de dólares del Fondo Soberano, y encausada en tres procesos Isabel, a la que Forbes le atribuye un patrimonio de 1.700 millones de dólares. Otra hija, Welwitschia Tchizé, fue expulsada del Parlamento por falta de asistencia; suspendida de militancia del MPLA, de cuyo comité central formaba parte; y anulado el contrato de su productora con la televisión pública. Para completar el intento de pasar página de la era Dos Santos, el Parlamento retiró su cara de los billetes, para dejar solo la efigie del primer presidente de Angola, Agostinho Neto. Enfadado por el trato recibido, el expresidente no pisa suelo angoleño y vive la mayor parte del tiempo en su residencia de Barcelona.
La ofensiva anticorrupción alcanza a otros dirigentes, que han pactado la devolución de parte de su patrimonio, como la esposa de Dos Santos, Ana Paula; y el exgobernador del Banco Nacional de Angola, Pedro de Morais Júnior; o son investigados por el Servicio Nacional de Recuperación de Activos. Otros, entre ellos el exvicepresidente Manuel Vicente, un tecnócrata que dirigió Sonangol, y numerosos generales, se han salvado, de momento, de la justicia. “Prefiere no atacar a todos al mismo tiempo”, reconoce el profesor de Economía Manuel Ennes Ferreira.
El litigio con la familia Dos Santos se produce en un periodo de recesión, a causa de la bajada del precio del petróleo, que puede obligar a una nueva devaluación del kwacha y a reducir los subsidios. En marzo, la agencia Standard and Poor’s rebajó la calificación del país, al pasarla de B- a C+++. No obstante, el presidente sigue adelante con el ambicioso programa de privatizaciones, que afecta a 195 empresas. Mal gestionadas en su mayoría, entre las empresas a privatizar destacan la aerolínea TAAG, la aseguradora ENSA, el Banco Angoleño de Inversiones, la firma de diamantes Endiama y la propia Sonangol. Son las joyas de un pasado en el que Angola mantenía un fuerte sector público, única herencia del socialismo original del MPLA.