La sociedad presentada en términos binarios (hombre/mujer, blanco/negro, heterosexual/homosexual), donde ser hombre, blanco y heterosexual está por encima del resto de categorías, ha hecho que se haya construido una idea de rechazo hacia las “diferencias” por su capacidad de subvertir este orden jerárquico. Las últimas teorías LGBTI hablan de una (hetero)sexualidad obligatoria y parten de la premisa de que esta se construye socialmente, sin haber nada de natural o biológico en la forma de expresar el deseo sexual.
Si bien es cierto que –desde que el 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud tachó de la lista de enfermedades patológicas la homosexualidad– se han generado muchos avances para la comunidad LGBTI en distintas partes del mundo, también hay que decir que la homofobia y el uso político de esta sigue creciendo de forma preocupante. Además, el hecho de que parezca que se entiende la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo como ámbito exclusivo de lucha, limita mucho lo que sería un verdadero avance en estos derechos. Porque no hay nada más heteronormativo que el matrimonio. Ser capaces de amar libremente implica deconstruir la forma de relacionarnos, eliminando una a una las trabas que vienen impuestas desde el binarismo que mencionábamos al inicio.
Asimismo, para diseñar políticas que acaben radicalmente con la homofobia hay que desarrollar una perspectiva interseccional, dando cuenta de cómo ciertos cuerpos, ciertas relaciones, ciertos deseos pasan a ser más o menos vulnerables que otros. En este sentido, América Latina es digna de estudio. Aunque muchos países siguen sufriendo una fuerte represión, la región ofrece ejemplos de países que están haciendo un trabajo admirable en la lucha por los derechos de estas minorías.
El año pasado se cerraba en la región con la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que ordenaba a los 22 países que la integran reconocer plenos derechos a las parejas LGBTI, y permitir el cambio de identidad sexual en los registros. Esto ha traído consigo la esperanza de una vida mejor, de un futuro más digno para millones de ciudadanos latinoamericanos. Sin embargo, si bien los avances están siendo importantes, traducir la opinión de la Corte en una realidad para la comunidad LGBTI es todavía un reto en muchos países.
Esta tarea, por ejemplo, no será fácil en países como Perú, Bolivia o Paraguay, donde el matrimonio igualitario aún está prohibido en sus constituciones. Sin embargo, hay países que se han convertido en ejemplos por su tolerancia, como Argentina o Chile, que continúan logrando avances significativos en materia de derechos de personas LGBT. En estos países, junto con Uruguay y Brasil –y varios estados y distritos de México– se ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo y se han promovido leyes que prohíben la discriminación por motivos de orientación sexual. Pero si bien estos avances son importantes, su impacto ha sido limitado.
Las mujeres lesbianas, por ejemplo, tienen un camino más difícil en este sentido. De hecho, en muchos Estados sufren violaciones para “corregir” su “desviación”. Peor escenario se encuentran, si cabe, las personas trans, sobre todo en Brasil, que en 2017 registró 445 muertes violentas en este colectivo, conmocionando al mundo con el vídeo viral de la tortura y asesinato de una mujer trans.
Lo más sorprendente es cómo en América Latina han surgido espacios y colectivos defensores de la teoría queer, como Mujeres al borde, en Bogotá, o Cena queer, en el Salvador. También la movilización cubana del 12 de mayo, en la que los ciudadanos de la Habana, a ritmo de conga, protagonizaron un desfile por el reconocimiento de sus derechos y por la no discriminación en las escuelas, mostró que la causa tiene predicamente en toda la región, pese a los lastres históricos.
La teoría queer –teoría que en realidad no lo es– pretende agrupar a todas las multitudes marginadas, y se establece como herramienta crítica hacia las prácticas heterosexuales, la biopolítica establecida por la medicina sobre las personas intersexuales, el prisma colonial aún presente sobre las inmigrantes lesbianas, gays o trans, y hacia las pautas de género. Es decir, lo queer es una vía de escape al sistema binario de sexo-género. Es una forma de resistencia al régimen de heterosexualidad normativa.
Queer, que podríamos traducir como “raro”, hace referencia a todo lo que se aparta de la norma sexual. En sus orígenes este término es un insulto –boyera, marica, tortillera…–, pero es precisamente esa fuerza la que se subvierte al utilizar el término en primera persona. Queer es entonces arrebatar las armas al enemigo, apropiándose de los conceptos elaborados.
Porque, como escribía Judith Butler: “¿Existe un buen modo de categorizar los cuerpos? ¿Qué nos dicen las categorías? Las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar los cuerpos que sobre los cuerpos mismos”.