La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich dejó en evidencia la brecha que separa a Occidente del Sur Global en relación a Ucrania. Mientras el conflicto entraba en su segundo año, en la capital bávara se congregaban, como cada año desde 1963, muchas de las primeras espadas del ruedo geopolítico global.
Volodimir Zelensky habló desde Kiev. Entre los europeos, asistieron, entre otros, Emanuel Macron y Olaf Scholz. Washington envió a Kamala Harris y al secretario de Estado, Anthony Blinken y Pekín a su ministro de Exteriores, Wang Yi, que viajó después a Moscú para reunirse con Vladimir Putin.
Seis mandatarios africanos, siete de Oriente Próximo y 10 asiáticos no quisieron perder la oportunidad de poner sobre la mesa sus problemas de seguridad. En representación de América Latina estuvieron el canciller brasileño, Mauro Vieira, y la vicepresidenta colombiana, Francia Márquez, que defendieron una postura de radical neutralidad o “no-alineamiento activo”, como la llaman algunos.
La ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, advirtió que cualquier desenlace que no fuese el retiro de las tropas rusas de Ucrania significaría “el fin del orden y el derecho internacionales”. Según escribe Stephen Walt en Foreign Policy, europeos y norteamericanos rivalizaron por ver quién pronunciaba el discurso “más churchiliano”.
En la Asamblea General de la ONU, 141 países votaron el 23 de febrero a favor de una resolución que demandaba la retirada “inmediata, completa e incondicional” de Rusia. Siete votaron en contra y 33 se abstuvieron, entre ellos China, India, Suráfrica, Indonesia –y entre los latinoamericanos Bolivia, Cuba y El Salvador–.
Nicaragua votó en contra. Y solo 33 países, que suponen el 30% de la población mundial, han impuesto sanciones a Rusia, la mayor parte miembros de la OTAN y aliados de Washington.
Equidistancias y divergencias
Muchos de los no-alineados perciben la guerra como algo ajeno y que libran potencias en declive. En 1948, con el 6,3% de la población, Estados Unidos representaba el 50% del PIB mundial. Hoy esas cifras son el 4% y 30% respectivamente. En China y Turquía solo el 25% cree que Occidente está apoyando a Ucrania para defender su democracia.
En Munich, Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, replicó a Márquez que ella también quería la paz, pero que cuando ocurre una agresión, limitarse a lamentar la violencia no resuelve nada. La fiscalía ucraniana ha documentado 67.000 crímenes de guerra, incluidos 15.000 secuestros de niños deportados a Rusia.
En su intervención, el expresidente colombiano y premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, reflejó las opiniones de muchos cuando dijo que a veces se necesita pensar más “en cómo terminar una guerra que en ganarla”, quejándose de la “hipocresía” occidental en sus referencias a las violaciones rusas de la Carta de las Naciones Unidas mientras ignora conflictos como el palestino-israelí.
Si la guerra se prolonga, advirtió, esas disonancias se intensificarán, recordando que los dilemas morales son ineludibles en los procesos de paz. Macron, por su parte, dijo estar “asombrado” de toda la credibilidad que ha perdido Occidente, un distanciamiento que Josep Borell atribuyó al “poderoso relato” ruso sobre los dobles estándares occidentales.
Europeos y norteamericanos se cuidaron de no acusar a nadie, pero Christoph Heusgen, director de la Conferencia de Seguridad de Múnich, criticó en unos ásperos comentarios al Financial Times que muchos latinoamericanos creían que el conflicto solo enfrenta a Rusia con la Alianza Atlántica, cuando lo que está en juego es un “orden mundial basado en reglas”.
Ofertas imposibles de rechazar
Fuera de Cuba, Nicaragua y Venezuela, todos gobiernos regionales han condenado la invasión rusa, pero nada más. Mientras Joe Biden visitaba a Zelenski en Kiev, Nicolás Maduro recibía en Caracas a Nikolái Pátrushev, uno de los halcones de Putin.
Según el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, Marcelo Ebrard, la mayor contribución que puede hacer la región es “imaginar” soluciones políticas al conflicto. Su jefe, Andrés Manuel López Obrador, criticó a Scholz por enviar tanques Leopard a Kiev, asegurando que lo había hecho contra los deseos de los alemanes.
En enero, Laura Richardson, jefa del Comando Sur del Pentágono, pidió a los gobiernos regionales que donaran a Ucrania su armamento de origen ruso y soviético a cambio de que EEUU los sustituyera por equipos militares propios más avanzados. La potencial ayuda es considerable.
Chile y Brasil tienen Leopards; Colombia, Perú, México, Argentina, Brasil y Ecuador helicópteros MIG y misiles antitanque y tierra-aire rusos compatibles con los del ejército ucraniano. Las fuerzas áreas peruanas cuentan con cazas MIG y Sukhoi en condiciones operativas. Pero desde México al Cono Sur se sucedieron las negativas.
En Bogotá, Gustavo Petro dijo que prefería que esas armas terminaran oxidándose en basureros antes de que sirvieran para alargar la guerra. De su viaje a Santiago, Buenos Aires y Brasilia (28-31 de enero), Scholz regresó con las manos vacías. Lula se negó expresamente a vender a Berlín proyectiles de artillería para que los reexportara a Ucrania.
«La guerra fría, que convirtió al Caribe y a Centroamérica en casillas del tablero geopolítico en el que las superpotencias dirimían sus disputas, reforzó la resistencia de la región a verse implicada en conflictos no hemisféricos»
Si de algo son conscientes las cancillerías regionales es que cuando termine la guerra, como lo hacen todas, Rusia seguirá ahí. Según un sondeo de enero del centro Levada de Moscú, el 80% de los rusos apoya las “acciones armadas” en Ucrania. Además, la economía rusa ha resistido las sanciones mejor de lo que nadie esperaba: según el FMI su economía crecerá este año un 0,3%.
Efectos colaterales
América Latina y el Caribe es una región desnuclearizada y sin conflictos geopolíticos relevantes, pero, si la guerra dura, sentirá el impacto de sus reverberaciones. Según Jürgen Stock, el secretario general de Interpol, si el mercado negro de armas –fusiles, blindados…– desborda las fronteras ucranianas, terminará inundando otras zonas de guerra, desde el Kurdistán y Cachemira al Sahel y el delta del Níger.
La guerra fría, que convirtió al Caribe y a Centroamérica en casillas del tablero geopolítico en el que las superpotencias dirimían sus disputas, reforzó la resistencia de la región a verse implicada en conflictos no hemisféricos. La pertenencia de Brasil a los BRICS (con China, Rusia, India y Suráfrica) ha reforzado el papel de Itamaraty, su influyente cancillería, y, según Vieira, los BRICS pueden crear un “ambiente propicio” para las negociaciones.
Planes de paz
Según medios brasileños, Lula va a presentar un plan de paz para Ucrania durante su próxima visita a Pekín a finales de marzo. Al principio criticó a Zelenski tanto como a Putin, pero desde que visitó a Joe Biden en la Casa Blanca, ha ido modulando y matizando sus opiniones.
En 2010, al final de su primer mandato, intentó mediar con Turquía un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear que fracasó, entre otras cosas, por los obstáculos que interpuso la administración de Barack Obama. En Washington, esta vez dijo que la invasión rusa fue un “error histórico”.
Nadie, y menos Lula, cree que Putin o Zelenski vayan a hacer algo porque Brasil se lo pida, pero su neutralidad le puede dar un papel en una futura negociación que podría incluir además a otros países como India e Indonesia.
En sus conversaciones privadas en Múnich, Walt percibió menos triunfalismo en sus interlocutores, que admitían que recuperar Crimea no es realista, por grande que sea la ayuda militar que reciba Kiev. En EEUU la próxima campaña electoral podría romper el consenso bipartidista sobre la agenda maximalista de Ucrania, que incluye, además de la retirada rusa, el enjuiciamiento de los culpables de crímenes de guerra y el pago de reparaciones.
Tomar partido
En esas condiciones, no es extraño que los gobiernos regionales prefieran no verse forzados a tomar partido. Por ejemplo, en Chile, las conmemoraciones este año del 50 aniversario del golpe militar de 1973 va a reabrir viejos debates antiimperialistas y también muchas heridas, lo que puede influir en el debate.
Según una encuesta de Ipsos, el 73% de los latinoamericanos se opone a envíos de armas a zonas de guerra. Pero en sus relaciones con Rusia, otros intereses son más mundanos. Brasil gracias a sus importaciones de fertilizantes rusos, sus exportaciones agrícolas aumentaron 36,1% en 2022, hasta los 75.050 millones de dólares. Su balanza comercial cerró 2022 con un superávit de récord 61.800 millones de dólares.
El problema es que la neutralidad también tiene su precio. India y Turquía pueden darse el lujo de la ambigüedad, pero quizá no Suráfrica o Argentina. India, que ha aumentado un 400% su comercio con Rusia en el último año, es la quinta economía del mundo. Turquía es miembro de la OTAN y dueña de las llaves de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Argentina, en cambio, depende del voto de EEUU en el FMI para financiar sus cuentas públicas.
Si los gobiernos de la región pueden resistir mejor las presiones que antes se debe a China, actualmente el mayor socio comercial de sus principales economías, con la excepción de México. En 2021, las inversiones chinas volvieron a crecer (30%) después de varios años, sobre todo hacia Brasil, donde aumentaron un 200%.
Ganar la paz
Sergey Radchenko sugiere en The New York Times la posibilidad de que la guerra de Ucrania termine como la de Corea en 1953 tras cobrarse tres millones de vidas. Todo acabó, recuerda, con un alto el fuego y la firma de un armisticio el 27 de julio de 1953 que mantiene a las dos Coreas en un teórico estado de guerra.
El statu quo ha durado mucho más de lo que nadie hubiese imaginado. Al fin y al cabo, una guerra congelada es preferible a una al rojo vivo. En los últimos 70 años, Seúl, que fue invadida dos veces por los norcoreanos, es hoy en una de las ciudades más prósperas y vibrantes de Asia. No siempre, recuerda Radchenko, los que ganan las guerras son los que ganan la paz.