La historia de la familia imperial de Japón se caracteriza por su continuidad, pues ha sabido conservarse durante más de 2.600 años. Sin embargo, dado el inmovilismo que caracteriza a su sociedad, su legado peligra. El emperador Akihito quiere abdicar y dar paso a las nuevas generaciones, pero la escasa descendencia masculina en la familia dificulta la cuestión y abre nuevos debates.
La dinastía imperial japonesa es tan larga como la propia historia del país. El poder del emperador ha sido tradicionalmente simbólico. Ejercía un poder pasivo a modo de sumo sacerdote y depositaba la responsabilidad política en un regente o shogun. Históricamente, el emperador era visto como un semidiós o kami, pero su divinidad fue negada tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra mundial y el establecimiento de su actual Constitución.
Tsugunomiya Akihito es el único monarca del mundo con título de emperador. Nacido en 1933 como hijo mayor de Hirohito, fue educado en las formas imperiales tradicionales y vivió fuera de Tokio durante los años de la guerra, por lo que se impregnó del inglés como idioma y de la cultura occidental. En 1952 alcanzó la mayoría de edad y fue nombrado heredero al trono. Siete años más tarde, rompiendo una tradición de más de 1.500 años, se casó con una plebeya, Shōda Michiko, hija de un rico empresario. Su primer hijo, el príncipe Naruhito, nació en 1960, y a este le siguieron el príncipe Akishino (1965) y la princesa Nori (1969). Akihito se convirtió en emperador en enero de 1989, tras la muerte de su padre. La ceremonia formal tuvo lugar en 1990.
Su reinado se ha denominado Heisei o “consiguiendo la paz”. Pese a que el emperador está limitado constitucionalmente a no hacer ningún pronunciamiento político, tiene varios deberes oficiales en representación de la nación, como recibir a dignatarios extranjeros, organizar recepciones y entregar honores. La monarquía japonesa está entrelazada con el sintoísmo, y el emperador todavía encabeza varios ritos y ceremonias religiosas.
En 2016, Akihito expresó su deseo de abdicar, manifestándose por televisión acerca de su mal estado de salud, y la dificultad que esto implicaba para la realización de sus deberes. Aunque en la historia antigua la abdicación de los emperadores japoneses era común, la medida no tiene precedente en la historia moderna del país, pues no existe una provisión legal para la abdicación según la ley japonesa. Se necesitaría un cambio en la Constitución para que un emperador renuncie a su cargo. El gobierno de Shinzo Abe reconoció la preocupación de Akihito y elaboró un proyecto de ley en mayo de este año. El gobierno ha fijado una fecha para la abdicación, pero aún habrá que esperar tres años hasta que el proyecto de ley entre en efecto.
La retirada de Akihito, así como el compromiso de su nieta, la princesa Mako, con un plebeyo, han reabierto el debate sobre la falta de herederos varones y una posible crisis de sucesión de la línea imperial. Abe ha resistido las pretensiones de incluir una cláusula que permitiera a las princesas establecer sus propias ramas dentro de la familia imperial después de sus matrimonios. Esto les haría partícipes de los asuntos oficiales y sus hijos podrían convertirse en emperadores. Bajo presión de los conservadores de su partido, Abe se opuso al cambio.
Por el momento, el estado de salud de Akihito es la principal preocupación. Cuando el hijo mayor del emperador, Naruhito, ocupe el trono, se solventará el problema al menos por unos años. No obstante, el proyecto de ley del gobierno japonés expresa que ni él ni ninguno de sus sucesores contarían con la posibilidad de abdicar. Las esperanzas están puestas en Hisahito, nieto de Akihito. De no tener este herederos varones, la línea imperial se rompería.