“Siempre y cuando sienta que el país se mueve en la dirección correcta –que el país es estable– puedo descansar. Pero sin esa sensación, no puedo encontrar descanso”
En 2012, un antiguo asistente dejó escrito en sus memorias que para Park Geun-hye (Daegu, 1952) Corea del Sur era su país, construido por su padre; la Casa Azul, su hogar, y la presidencia, la empresa familiar. Si la palabra escrita vale algo, en estos momentos Park no anda inmersa en un proceso de destitución o impeachment. La presidenta surcoreana está sufriendo un desahucio. Automáticamente suspendida en sus funciones tras aprobar el Parlamento su destitución, Park deberá esperar a que el Tribunal Constitucional decida sobre la legalidad de la moción de censura. El proceso puede llevar hasta seis meses. En el caso de que el Constitucional ratifique su destitución, el país celebrará elecciones anticipadas.
La vida de Park mezcla el folletín francés con el novelón ruso, sin olvidar la tragedia griega. Un pastiche tan increíble como real. Hija del dictador Park Chung-hee, hombre fuerte del país entre 1961 y 1979, Park ejerció de primera dama tras el asesinato de su madre en 1974, durante un acto conmemorativo de la independencia en el Teatro Nacional en Seúl, en uno de los atentados que sufrió su padre. Cinco años después, este era asesinado por uno de sus hombres de confianza, el jefe de los servicios secretos, durante una cena privada en un inmueble secreto en la capital del país. Según cuenta Park en su autobiografía, cuando el jefe del Estado mayor la despertó para darle la mala nueva, sus primeras palabras fueron: “¿En el frente va todo bien?”.
Durante dos décadas, Park se mantuvo alejada de la política, pero a finales de los años noventa, en plena crisis asiática, regresó. No tardó en llegar a la cúspide del Gran Partido Nacional o Saenuri, de corte conservador, que en cierto sentido reivindicaba el legado de su padre –forjador de la moderna Corea del Sur, una de las economías más pujantes del mundo–, al tiempo que promovía valores como la disciplina, el trabajo duro y la búsqueda de la excelencia.
Con un programa que defendía la democratización económica del país y prometía reducir el poder de los grandes conglomerados industriales (chaebols), elevar el poder adquisitivo de la clase media y mejorar la integración de los jóvenes en el sistema productivo, Park ganó las presidenciales del 19 de diciembre de 2012 sobre una base electoral, los mayores de cincuenta años, nostálgicos del despegue económico auspiciado por su padre.
Poder en la sombra
Todos los presidentes del país se han visto envueltos, de un modo u otro, en escándalos de corrupción. En el caso de Park la novedad está en la ola de antipatía que ha despertado el suyo, con manifestaciones por todo el país pidiendo su dimisión. Su caso tiene nombre y apellidos: Choi Soon-sil, íntima de Park, acusada de haber utilizado esa amistad para obtener tratos de favor de las instituciones y donaciones millonarias de los chaebols, en teoría destinadas a la fundación sin ánimo de lucro que dirige. Choi es acusada de haberse embolsado una parte de ese dinero.
Los jóvenes surcoreanos nunca se sintieron cómodos con la hija de un dictador presidiendo el país. Hoy muchos de sus defensores piensan que ha traicionado el legado de su padre, al dejarse manipular por una consigliere sin cargo oficial. Como mar de fondo está el descontento con su estilo de liderazgo: imperial, frío y alejado de la gente.