APODO: Carne de cañón.
FRASE: “Soy un agente del Mosad israelí”.
CURRÍCULO: La historia de Mohamed Musalam, una de las últimas víctimas del Estado Islámico (EI), es triste. Independientemente de cual sea la versión verdadera. Según confesaba a cámara este árabe-israelí de 19 años proveniente de Jerusalén Este, los servicios secretos israelíes lo reclutaron para infiltrarse en las filas del “califato del terror”, animado por su padre y hermanos. Estos lo niegan, aclarando que Musalam fue asesinado probablemente por intentar huir. Según su padre, Musalam no era un yihadista, sino un chico nada religioso que viajó a Siria atraído por las promesas de mujeres, dinero y la púrpura de la batalla.
MÉRITOS: Fuese un espía o un mercenario, Musalam estaba destinado a ser carne de cañón. Uno más de los miles de jóvenes devorados por la vorágine que asuela desde hace décadas Oriente Próximo. La perversa maquinaria propagandística del EI ha querido que acabase asesinado por un niño. Un final más macabro de lo habitual, símbolo de que en la región aún no está todo visto. Pero un final que no sorprende. Un peón se come a otro peón. Alfombra roja para los parias de esta demencial partida de ajedrez que camina semejante a la noche.