El 25 de octubre, tras meses de especulación, Meral Akşener se puso al frente del evento fundacional de una nueva formación política, İyi Parti (Buen Partido), que tuvo lugar en Ankara. Son de centro derecha y, por tanto, presentan un desafío inédito para Recep Tayyip Erdoğan. Su meta es limitar el poder del presidente de Turquía, sin tapujos. El incipiente grupo, encabezado por una figura del nacionalismo turco, llama a la unidad de un amplio espectro político apelando al malestar de mucha gente con el Parlamento y con Erdoğan. Mediante un discurso unitario y la promesa de promover la democracia y el imperio de la ley, Akşener busca atraer al mayor número de seguidores.
Por ahora, han recibido el apoyo de cinco miembros del Parlamento, que se han unido a la formación. Cuatro de ellos son diputados del Partido de Acción Nacionalista (MHP), al que pertenecía Akşener, y el quinto es un diputado del Partido Republicano del Pueblo (CHP), que dimitió para unirse a su equipo. Además, el nuevo partido cuenta con el apoyo de algunas figuras públicas.
Entre las propuestas de Akşener y su Buen Partido encontramos volver al sistema parlamentario, incluir cuotas de participación para las mujeres, terminar con la politización de la justicia y con el estado de emergencia activado desde el intento de golpe de Estado. Señalan como prioridades elevar a Turquía a potencia económica de primer nivel, mejorar la educación, promover un sistema de salud universal y solucionar los problemas del poder judicial.
Nacida en 1956 en İzmit, ciudad de tamaño medio al este de Estambul, Akşener se doctoró en Historia y trabajó en la universidad, dejando su puesto en 1994 para dedicarse a la política. Entonces Turquía contaba con la primera mujer en el cargo de primer ministro, Tansu Çiller. Akşener se unió a su Partido de la Verdadera Vía (DYP), de corte conservador, y entró en el Parlamento en 1995. Fue elegida ministra del Interior durante una época de violencia política, cuando el enfrentamiento entre el gobierno turco y los separatistas kurdos estaba en su cénit. Los tumultos escalaron hasta que en 1997 los militares dieron un ultimátum al gobierno. Akşener se pronunció contra los militares, ignorando las amenazas que recibió, ganándose así el respeto de muchos.
Después de verse obligada a abandonar su puesto, Akşener volvió a la política diez años más tarde como miembro del MHP. Los orígenes de este partido de derecha se caracterizaron por su extremismo y la violencia de su movimiento juvenil (los lobos grises), además de su implicación en una serie de asesinatos durante los tumultuosos años setenta y ochenta. Akşener se unió al MHP cuando Devlet Bahçeli renovó el partido en 2007. Elegida ese año para entrar en el Parlamento de nuevo, sirvió por dos periodos y fue portavoz parlamentaria.
Crítica con Bahçeli, quien lleva al frente del partido desde 1997, encabezó la facción disidente del partido. Ante su creciente popularidad y la posibilidad de que fuera candidata al liderar el partido, Bahçeli trató de relegarla. Akşener fue finalmente expulsada del MHP en 2016 junto a otros miembros cuando convocaron un congreso del partido en un intento de expulsar al líder. Bahçeli logró superar este desafío gracias a Erdoğan, a quien le conviene que no haya cambios en el liderazgo del MHP.
Tras su expulsión, Akşener dirigió la campaña del No al cambio constitucional propuesto por Erdoğan. Su oposición a la toma de poder constitucional de Erdoğan le permitió expandir su popularidad ante miembros desafectos del AKP e incluso votantes de la izquierda. La población al final se manifestó a favor de cambiar el sistema parlamentario por uno presidencial. Esto implica que el presidente elegido en 2019 tendrá nuevos poderes para elegir al vicepresidente, a los ministros, altos funcionarios y jueces. También podrá disolver el Parlamento, establecer decretos y decretar estados de emergencia.
Desde entonces se ha especulado sobre los siguientes pasos de Akşener. Ella no se ha cansado de señalar que la democracia turca está en peligro con Erdoğan, a quien acusa de tratar a sus oponentes como peligrosos enemigos del Estado. De hecho, la amenaza de cárcel pende sobre ella. Ya sucedió con el primer gran rival de Erdoğan, Selahattin Demirtaş, líder del Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Sin embargo, es más sencillo encarcelar a un político kurdo que a una nacionalista popular, incluso para Erdoğan. Los sucesos de 1997 siguen vivos en la memoria colectiva, cuando Akşener se ganó el respeto de los turcos por enfrentarse al ejército. Eso no la libra de la campaña de difamación de los medios progubernamentales. Incluso ha recibido amenazas de muerte.
El mar tranquilo de la oposición, moldeada y minimizada por Erdoğan, se ha encrespado súbitamente. El riesgo para el aspirante a sultán es real: el nicho político de Akşener es similar al suyo: gente pro-negocios, religiosa y nacionalista. En relación con asuntos candentes como la situación kurda, Akşener mantiene que el marco legal actual es suficiente para tratar las necesidades de las minorías, cerrando la oportunidad de diálogo.
Candidata a las próximas elecciones presidenciales de 2019, Akşener cuenta con experiencia en gobierno en un momento en que los outsiders están triunfando. En su actual campaña, busca suavizar su imagen –se le ha llamado Asena (loba) y dama de hierro, entre otros epítetos– en un intento de captar al mayor público posible. Pero para las presidenciales todavía queda un largo trecho: está por ver si Meral y su nuevo partido aguantan los embates y embustes del sultán.