“Quiero destruir la UE, ¡no Europa! Creo en una Europa de Naciones-Estado. Creo en Airbus y Ariane, en una Europa basada en la cooperación. Pero no quiero esta Unión Soviética Europea”.
A las puertas de la primera vuelta de las elecciones francesas, Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), no le resulta indiferente a nadie en Europa. El carisma y la historia personal de la eurodiputada, hija del fundador del partido de extrema-derecha, Jean-Marie Le Pen, han hecho de ella una figura seguida por muchos franceses “cabreados” que, envueltos en la narrativa del miedo que acecha Europa de un tiempo a esta parte, buscan cobijo de la globalización, de la Unión Europea, de la multiculturalidad y del neoliberalismo.
Marion Anne Perrine Le Pen (Neuilly-sur-Seine, 1968), conocida como Marine Le Pen, es la menor y tercera hija de Jean-Marie y Pierrette Lalanne. En un primer momento se dedicó a la abogacía, pero la sombra política de su padre no tardó en alcanzarla, y decidió involucrarse en la militancia del FN. Desde la infancia, su apellido ha marcado para ella un camino trazado entre aquellos que apoyaban a su padre y los que le odiaban por sus ideas. Esta inevitable profesión no le ha perseguido solo a ella: su sobrina Marion Maréchal-Le Pen se ha convertido en la representante de la sección más anclada en los principios tradicionales cristianos de las bases lepenistas.
La popularidad que disfruta hoy Le Pen, y con ella el FN, no solo viene por el oportunismo resultante de una Europa temerosa del Estado Islámico y afectada aún por la crisis económica y la humanitaria en que ha derivado la llegada de refugiados desde 2015. Le Pen supo ganarse el liderazgo del partido a través de un pulso político en el que tuvo que enfrentarse a su padre. Un pulso que libró de forma inteligente y estratégica, y que ganó. Como resultado, el FN pasó por un proceso de normalización y “desdemonización”, suavizando las posiciones de la propia Le Pen y su imagen de dureza y frialdad, en un esfuerzo para ganar más votos.
A pesar de que algunos comentarios hayan creado gran revuelo mediático, como haber negado la responsabilidad francesa en la persecución a judíos durante la vuelta ciclista de Vel D’Hiv en 1942, Le Pen se ha posicionado de forma oportunista más abierta sobre ciertos temas, declarándose a favor del aborto –en oposición a su sobrina– pero en contra del matrimonio homosexual, o de la adopción por parejas del mismo sexo. Tampoco las noticias relativas a una posible malversación de fondos europeos en pagos a su guardaespaldas y otros miembros del FN parecen estar pasándole factura, posiblemente por el euroescepticismo de sus bases y la convicción de que las altas instancias europeas y francesas intentan impedir la carrera política de Le Pen mediante el tradicional uso de la “máquina del fango”.
El FN, que desde su fundación en 1972 no representaba ninguna amenaza para el sistema político francés, agrupando a aquellos escorados hacia la ultraderecha antisemita y racista, emergió con fuerza en 2015 y en pie de igualdad dentro de la competición política. Ese mismo año se produjo un punto de inflexión en la relación padre-hija de los Le Pen, cuando el FN expulsó a Jean-Marie tras declarar que el Holocausto era un “detalle” de la Historia. Marine se desvinculó de esa corriente de opinión. Desde entonces, el FN ha registrado un crecimiento lento pero constante en distintos distritos electorales del país.
En las presidenciales que comienzan este domingo, las bases lepenistas amenazan con romper el establishment –que en estas elecciones también se ve arrinconado desde la extrema izquierda–. Con un estimado 25% de los votos, parece que la fortaleza del FN proviene de una férrea creencia en la necesidad de un cambio que muchos solo encuentran entre las promesas políticas de Le Pen, tachando aquellos puntos más controvertidos como “males menores” o falsedades difundidas por la prensa.