La presidenta electa Halimah Yacob y el primer ministro Lee Hsien Loong caminan hacia la ceremonia de toma de poder presidencial en el palacio de Istaná en Singapur. GETTY

Alfombra Roja: Halimah Yacob

Sonia Ruiz Pérez
 |  22 de septiembre de 2017

El foco informativo vuelve sobre Singapur. Lo que podría haber sido un hito para su democracia está siendo, en cambio, cuestionado como un proceso amañado. Por primera vez, una mujer integrante de la etnia malaya ha sido propuesta y elegida para ser presidenta del país. Pero la victoria es agridulce, pues no ha habido batalla electoral alguna. La decisión de las autoridades, que estimaron que sus rivales no cumplían con los criterios de elegibilidad, dejó en manos de Halimah binti Yacob la presidencia sin necesidad de una disputada en las urnas, lo que algunos consideran una falta de proceso democrático.

Yacob, hija de un musulmán de origen indio y de madre malaya, nació en 1954 en el seno de la etnia tradicionalmente más pobre de Singapur. Estudió derecho en la Universidad Nacional del país, completando su título en 1978 y formando parte del Colegio de Abogados singapurense en 1981. Ejerció de sindicalista y se convirtió en la directora de su departamento de servicios legales en 1992. Siete años más tarde fue nombrada directora del Instituto de Estudios Laborales. Se inició en política en 2001 con el Partido de Acción Popular (PAP) –que gobierna el país desde 1959– cuando fue elegida como diputada de la circunscripción de Jurong. En su trayectoria, desempeñó su labor como cabeza de los ministerios de Desarrollo Comunitario, Juventud y Deportes y el de Desarrollo Social y Familiar. También presidió el Parlamento singapurense, puesto que abandonó este año para comenzar su “carrera” presidencial. Aunque más bien podría decirse que una zancada le resultó suficiente.

La legitimidad de la elección de Yacob está siendo cuestionada. Si bien la Constitución de Singapur prevé que los votantes elijan a su presidente, los requisitos de elegibilidad para presentarse a las elecciones han sido tan ajustados que solo ella pasó el corte. Una Comisión Constitucional establecida por el primer ministro, Lee Hsien Loong, fijó los criterios, aprobados luego por el Parlamento. Estos se redujeron el año pasado para permitir que solo un malayo ocupara el cargo de presidente, sobre la base de que ninguno lo había ejercido en los cinco mandatos anteriores. Posteriormente, los requisitos se endurecieron, exigiendo que cualquier candidato del sector privado que se presentase hubiese sido un alto ejecutivo de una empresa con al menos 500 millones de dólares de Singapur en capital social. Mohammed Salleh Marican y Karid Khan fueron dos nombres que sonaron como candidatos, pero resultaron finalmente rechazados alegando que las empresas que encabezaban no eran lo suficientemente grandes, lo que dejó a Yacob como única candidata posible.

Las críticas no se dirigen hacia Yacob como tal, sino contra el proceso electoral y el gobierno de Loong. El cierre de las candidaturas tuvo lugar el 13 de septiembre y la votación debería haberse celebrado el 23 si dos o más candidatos hubieran podido presentarse. No ha sido el caso y Halimah fue declarada presidenta electa el mismo día 13, la octava de Singapur. Cuando fue preguntada sobre la infelicidad generada acerca de la elección, ella expresó a los periodistas que hubiera elecciones o no, su promesa era “servir a todos con gran vigor, trabajo arduo, con la misma pasión y compromiso de las últimas cuatro décadas”. En su discurso de toma de posesión se mostró además orgullosa del funcionamiento positivo del multiculturalismo y multirracialismo en la ciudad-Estado, e instó a los singapurenses a mantenerse unidos.

 

 

El PAP es acusado de emplear el imperativo de la oficina presidencial de preservar la paz racial como una forma de burlar la democracia y apuntalar su poder político. Se critica además que una elección reservada podría reforzar la supuesta tendencia de los singapurenses a votar según criterios raciales y dar lugar a tensiones y divisiones entre ellos. El descontento con lo sucedido ha provocado protestas en el país asiático, lo que incluso llevó al empleo en las redes del hashtag #notmypresident.

Yacob considera que aunque se trate de una elección reservada, ella no lo es. Se identifica como una “presidenta para todos, sin importar raza, idioma, religión o credo”. Sin embargo, el papel de la recién electa presidenta es poco más que ceremonial, ya que sus responsabilidades recaen en la supervisión de las reservas nacionales de activos del país, pero carece de los poderes ejecutivos del primer ministro o de los miembros del gabinete. Solo el tiempo dirá si puede hacer realidad el lema de su campaña y lograr que el pueblo de Singapur haga el bien, y lo haga junto.

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