“Creo que cuando el público no posee el acceso, incluso el más fundamental, a lo que el gobierno y los militares están haciendo en sus nombres, entonces dejan de estar involucrados en el acto de ciudadanía”
El 17 de mayo Chelsea Manning abandonaba la institución penitenciaria militar de Fort Leavenworth (Kansas) como mujer libre, envuelta por la celebración de muchas personas y organizaciones dentro y fuera de Estados Unidos, y la repulsa de otros tantos. En un movimiento totalmente inesperado, Barack Obama conmutaba en sus últimos días de presidencia la pena de Chelsea Manning a cinco meses más, ahorrando a la “filtradora” 28 años de condena. Desde 2010, cuando envió a WikiLeaks más de 700.000 documentos y cables diplomáticos sobre la presencia de Estados Unidos en Irak y Afganistán, su vida se convirtió en un debate de respuesta binaria: o heroína o traidora.
Chelsea Elisabeth Manning (Oklahoma, 1987) es, para empezar, una mujer transexual, que manifestó su verdadera identidad de género el día posterior a su sentencia judicial, en agosto de 2013. Nació con el nombre de Bradley Manning, de padre estadounidense y madre galesa, con quien vivió durante su adolescencia en Reino Unido tras el divorcio de ambos. A los 19 años regresó a Estados Unidos y se inscribió en el ejército, convirtiéndose en analista de información. Poco después, en 2009, fue enviada a la base de operaciones Hammer en Irak. A posteriori se ha querido aducir que su transexualidad estaba detrás de una inestabilidad emocional que debería haberle limitado el acceso a las redes de inteligencia desde el principio, pero que la escasez de personal en el ejército obligó a hacer la vista gorda para conseguir nuevos reclutas.
Por el ordenador de Manning pasaron materiales que perturbaron su conciencia, y cambiaron su visión del ejército y su labor. Desencantada, tomó la decisión de filtrar toda esa información al público, a través de la organización WikiLeaks, comprometida con la transparencia y la lucha anti-corrupción. Entre todos los documentos, informes de incidencias, cables diplomáticos y vídeos, impactó especialmente el llamado “Collateral Murder” (Asesinato Colateral), que mostraba el asesinato de 12 personas inocentes por un equipo de aire del ejército estadounidense.
Su identidad fue descubierta, y en 2010 comenzó su juicio en la corte militar de Fort Meade, en Maryland. Un juicio que duraría casi dos años, y en el que se le acusaría de 22 cargos en total, seis de ellos bajo la Ley de Espionaje de 1917, como la “ayuda al enemigo”, y para los que la acusación militar pedía 60 años de cárcel. Desde un principio, Manning declaró que su intención era “generar un debate nacional” y no servir de ayuda a Estados extranjeros, pero se pudo procesar la acusación por esta vía por un caso anterior, el de Stephen Kim, que sentó precedente.
Debido a esto, a pesar de que se demostró que las filtraciones de Manning no habían causado víctimas humanas –la principal recriminación por parte del sector conservador estadounidense– y que su intencionalidad estaba motivada por conciencia y no espionaje, la sentencia final (en agosto de 2013) la hacía culpable de 20 de los cargos totales. Fue destituida de su rango militar con deshonor y sentenciada a 35 años en una prisión militar masculina.
Obama commutes sentence of Chelsea Manning. How many people died because of manning’ leak? https://t.co/WrijBtp4fo
— Judith Miller (@JMfreespeech) 17 de enero de 2017
Manning, que había reconocido la culpabilidad de diez de esos cargos, todos ellos menores –como violar el reglamento militar por la divulgación desautorizada de información clasificada– continuó defendiendo su causa desde prisión. Su experiencia carcelaria estuvo marcada sin embargo por varios frentes.
Por un lado, las dificultades para conseguir las hormonas necesarias para su transición y los códigos de vestimenta y apariencia obligatorios, le llevaron a dos intentos de suicidio y una huelga de hambre. Estuvo mucho tiempo bajo “Prevención de Lesiones”, es decir, en aislamiento. Finalmente, en febrero de 2015 se accedió a garantizar las medidas necesarias para su transición hacia su verdadera identidad de género.
Por otro, a pesar del contexto hostil hacia la libertad de prensa y transparencia que marcó en parte la administración Obama, denominado “guerra a las filtraciones” (War on Leaks) y que llevó a juicio a más periodistas y militares que en todas las presidencias anteriores juntas, Chelsea Manning decidió caminar en la dirección opuesta. En 2015 escribió un proyecto de ley, llamado Ley de Integridad Nacional y Protección de la Libertad de Expresión, proponiendo la reforma de la Ley de Libertad de Información; Ley de Espionaje; y las reglas federales para la divulgación informativa por periodistas. Todo ello para lograr un mayor compromiso con la transparencia y el acceso a la información, además de recuperar la motivación como factor decisivo en las acusaciones.
Es difícil saber todos los factores que motivaron la conmutación de la condena de Chelsea Manning. El propio Obama reconocía en su última comparecencia ante la prensa que la sentencia había sido completamente desproporcionada para con el resto de “filtradores” que han pasado por juicio. Quizá fue por la dedicación de Manning a la mejora de la salud democrática estadounidense, a pesar de todos los golpes que ha recibido por parte del sistema; quizá por terminar una presidencia volcada en la defensa del colectivo LGBT sacando de una prisión de hombres a una mujer; quizá por redimir una verdadera caza de brujas, resultado de un mal equilibrio entre la transparencia y rendición de cuentas y los secretos de Estado, es decir, entre lo viejo y lo nuevo; quizá porque las perspectivas de mejora para Manning bajo el gobierno de Donald Trump no eran nada halagüeñas; quizá, simplemente, por hacer lo correcto.
Ya sea considerada la autora del “acto de espionaje más atroz en la historia de Estados Unidos”, como lo denominó Steven Bucci para la BBC, o la protagonista de una necesaria revelación de la verdad, incluso a través de la desobediencia civil, dispuesta a arriesgarse por garantizar un mínimo de rendición de cuentas, lo cierto es que el “caso Manning” ha conseguido finalmente su objetivo: despertar el debate en las calles, en los medios y –ojalá– en la Casa Blanca.