Hong Kong, la Región Administrativa Especial (RAE) bajo soberanía china desde 1997, tiene una nueva jefa del ejecutivo: Carrie Lam, de 59 años de edad. Es la primera vez que una mujer ostenta el cargo en la excolonia británica, pero aparte de eso, los motivos de celebración son escasos para la mayor parte de la población hongkonesa. El método restringido de selección empleado, y la lealtad de Lam al Partido Comunista de China (PCCh) han avivado las protestas sociales en los sectores prodemocráticos de la ciudad.
Su predecesor en el cargo, Leung Chun-ying (conocido como CY Leung), se caracterizó por mantener unos vínculos estrechos con el régimen de Pekín para proteger el margen de autonomía de la ciudad: “Si el gobierno central no confía en el jefe del ejecutivo, difícilmente podrá disfrutar de un alto grado de autonomía”. Sus políticas de continuidad le han valido a la nueva jefa del ejecutivo el apodo de “CY 2.0”, dando muestra del desencanto general que ha gererado su elección.
Lam, quien cuenta con casi cuatro décadas de servicio público a la espalda, ganó a sus dos competidores con 777 votos de los 1.194 miembros del comité elector. Un comité que empezó en 1996 con 400 miembros. El 1 de julio Lam comenzará su mandato, y durante los próximos cinco años tendrá que gestionar los retos que afronta Hong Kong tanto en el plano doméstico como en el internacional. Todo ello, marcado por una oposición cada vez más viva desde los grupos políticos y estudiantiles que demandan un cambio hacia la democracia, cuando no la independencia plena.
Según la Ley Básica de Hong Kong (su constitución a efectos prácticos), el objetivo primordial de su sistema político es progresar gradualmente hacia una elección por sufragio universal (artículo 45). Sin embargo, la Asamblea Nacional Popular china presentó en 2014 una propuesta para la elección del jefe del ejecutivo, prevista para este año, y esta no alteraba la escasa representatividad del sistema electoral. Según The Guardian, solo el 0,03% de los votantes registrados en Hong Kong pueden ejercer su derecho al voto, y el comité electoral está formado por los 70 miembros del Consejo Legislativo (el parlamento hongkonés) y figuras relevantes de los círculos comerciales, deportistas y religiosos de la ciudad. Además, los tres aspirantes al cargo (el número máximo de candidaturas) habían sido preseleccionados desde Pekín.
Provincia díscola
El PCCh se ha encontrado de un tiempo a esta parte con protestas en Hong Kong por la situación política y social. Por un lado, la fragilidad de su autonomía política no puede evitar intervenciones frecuentes del gobierno central para amainar los ánimos independentistas. Así, se repiten casos de injerencias que enervan a la población hongkonesa: en 2015 fue sonada la desaparición de cinco libreros hongkoneses que vendían obras críticas con el régimen; las presiones de Xi Jinping durante la campaña nacionalista en 2016 (un Xi que ya en 2008 ocupaba el cargo de responsable de los asuntos de Hong Kong dentro del PCCh, endureciendo las políticas hacia la excolonia británica), o el bloqueo parlamentario en noviembre de 2016 al impedir desde Pekín que dos legisladores independentistas tomaran cargo por no jurar lealtad al régimen chino.
Por otro lado, la brecha social que separa a ricos y pobres, con el coeficiente Gini entre los más altos de los países desarrollados, enturbia todavía más la atmósfera hongkonesa y amenaza con convertir el mandato de Lam en una carrera a contracorriente.
En 2014, esta desafección y crítica ciudadanas estallaron con fuerza debido a la inmovilidad del sistema electoral. Grupos prodemocráticos coordinados por Occupy Central salieron a las calles y protagonizaron la que sería bautizada como la “Revolución de los Paraguas”. Fue entonces cuando Lam decidió tomar una clara posición de cercanía y lealtad hacia Pekín, al defender su propuesta de mecanismo electoral y declararse a favor de “un país, dos sistemas” para mantener el status quo de la RAE, y con ello, salvaguardar una economía que pierde relevancia en el contexto nacional chino.
Lam se convirtió así en la favorita del gobierno central, desbancando a los otros aspirantes. De ellos, el único candidato que defendía una reforma de la Ley Básica para condenar legalmente las injerencias pekinesas era el exjuez de la Corte Suprema Woo Kwok-hing. Salió de la votación con el menor número de votos: 21.
Esto parece corroborar lo que denunciaba el joven Joshua Wong, fundador del movimiento Escolarista: “El futuro de Hong Kong está siendo dirigido por el presidente chino Xi Jinping y no por los hongkoneses”. La validez de “un país, dos sistemas” está en tela de juicio, ahora más que nunca. Pero los altos cargos hongkoneses hacen oídos sordos a unas demandas reiteradas por amplios sectores sociales, y no exclusivamente en Hong Kong, a pesar de todos los riesgos a los que se exponen con el apoyo activista a su autodeterminación.
Lam no las tiene todas de su parte, de hecho tiene muy pocas. Cómo sobrelleve las dificultades de dirigir, con el margen de maniobra disponible, una ciudad-Estado tan importante y particular como Hong Kong, determinará el futuro de su relación con Pekín y un posible efecto contagio a otros territorios semiautónomos de la superpotencia china.