“Era un cabrón. Un hijoputa bien gordo” (tuit-obituario tras la muerte de Ted Kennedy)
Como acaban de comprobar, explorar la vida de Andrew Breitbart es zambullirse en una charca de vulgaridades. Pero hemos hecho el esfuerzo para que usted no tenga que realizarlo. Porque el espíritu de este panfletista sui generis, gurú de la derecha ultramontana estadounidense muerto en marzo de 2012, ha revivido gracias a la campaña de Donald Trump.
Nacido en 1969 y adoptado por una familia judía, Breitbart no parecía destinado a convertirse en un antihéroe reaccionario. Su carrera como crápula consumado culmina cuando se funde una herencia de 23.000 dólares en unos pocos meses de juerga. Poco después comienza a “reorientarse” en torno a “valores judeo-cristianos”, cuestionando la formación intelectual que recibió en la universidad de Tulane (Nueva Orleans). “¿De qué cojones habla esta gente? No entiendo esta gilipollez de deconstrucciones semióticas. ¿Quién coño es Michel Foucault?”, se pregunta, azorado, el joven Andrew.
A modo de respuesta, llegará a la conclusión de que la izquierda estadounidense –y en concreto la escuela de Frankfurt, formada en Nueva York por marxistas emigrados– se ha adueñado de la producción cultural del país. La derecha está en desventaja, “jugando con las palancas del poder, creando fundaciones e intentando ganar elecciones en diferentes sitios, mientras la izquierda se ha hecho con Hollywood, la industria musical, las iglesias”. Y la política, como Breitbart acostumbraba a repetir, “fluye de la cultura”.
Atención, porque estas divagaciones calenturientas contienen posos de lucidez. Sin ser precisamente gramsciano, Breitbart estaba convencido de que era imprescindible cambiar la cultura popular, a través de los medios de comunicación, para apuntalar victorias políticas. En 1995, comienza a trabajar con el célebre bloguero conservador Matt Drudge. Diez años después, se inspira en su amiga Arianna Huffington y lanza Breitbart News, un portal de noticias concebido como la versión derechista del Huffington Post.
Sus periodistas –la mayoría jóvenes que no cobran un duro– usarán una mezcla de manipulación descarada y periodismo gonzo para ganar notoriedad. Entre los “logros” de Breitbart.com destacan el derribo de ACORN, una ONG dedicada a facilitar viviendas a familias de bajos ingresos, el despido de una empleada federal falsamente acusada de realizar declaraciones racistas contra granjeros blancos y la épica humillación del congresista Anthony Weiner, que dimitió por escándalos sexuales y tuvo que pedir perdón, en directo, a un Breitbart irredento que entró en su rueda de prensa para regodearse en su cara.
Cuando murió de un infarto (hay quien sostiene que cierta tendencia a los excesos terminó por pasarle factura), Breitbart se había convertido en un héroe conservador y un indeseable para la izquierda. Pero su apoteosis ha llegado cuatro años después, con la campaña de Trump, otro experto en usar capital cultural para fines políticos.
Breitbart.com, que se ha convertido en el principal apoyo mediático del multimillonario xenófobo, vio recompensada su lealtad en agosto, cuando Trump nombró a Steve Bannon, sucesor de Andrew, como su nuevo director de campaña. Un gesto que gran parte del Partido Republicano entendió como el enésimo viraje extremista, en una campaña que ya ha generado una enorme fricción dentro de la derecha estadounidense. Con Breitbart.com a la vanguardia del partido, normalizando un discurso extremista que hasta ahora los republicanos disimulaban, su fundador está ascendiendo al olimpo reaccionario. Y la narrativa cultural de Breitbart está conquistando a muchos medios de comunicación.
Al margen de sus inclinaciones políticas y su estilo abrasivo, a Breitbart hay que reconocerle un sentido del humor bastante retorcido y oscuro, pero entretenido. Entre sus pasatiempos favoritos se contaba retuitear los insultos más salvajes que recibía, y llegó a considerar financiar una web dedicada exclusivamente a calumniarle. Uno de quienes más apreciaba esta faceta era el periodista Matt Taibbi, casi tan iconoclasta como Breitbart, pero bastante más lúcido. “Muerte de un capullo” es como Taibbi tituló su obituario, un homenaje tan salvaje como el que en su día Breitbart dedicó a Kennedy.
Alfombra roja para “el guerrero cultural accidental”.
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