Un soldado alemán, en la base de la OTAN en Incirlik. GETTY

Alemania y Turquía: ante el chantaje de Incirlik

Marcos Suárez Sipmann
 |  29 de junio de 2017

¿Han tocado fondo las relaciones bilaterales entre Turquía y Alemania? Se suceden las provocaciones y amenazas del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. La tensión ha marcado el último año y, en especial, los meses recientes. Ya en 2016 Erdogan hablaba de preparar un plan de acción contra Berlín. La base militar turca de Incirlik, al sur del país, ha estado en el centro de la disputa bilateral germano-turca.

Construida en 1955 como base principal de la OTAN con ayuda de Estados Unidos, desde 2014 Incirlik juega un papel fundamental en la lucha contra el Estado Islámico en Siria e Irak. Después de Turquía, EEUU es con 1.500 militares el país con más soldados estacionados en la base. En segundo lugar está Reino Unido. Alemania tiene a 280 soldados, entre pilotos y personal militar diverso, en tareas de apoyo aéreo. Hay, asimismo, soldados de Holanda, España, Dinamarca… y otros países no miembros de la OTAN como Arabia Saudí y Catar. Subraya el valor de Incirlik la existencia, nunca confirmada por Ankara y Washington, de cabezas nucleares.

Incirlik se convirtió en un problema entre Ankara y Berlín en 2016 cuando Turquía negó a miembros del Parlamento alemán visitar la base. La razón fue la resolución en junio de ese año del Bundestag condenando el genocidio de los armenios en el Imperio Otomano. Turquía se niega a nombrarlo así. Los alemanes insistieron en que no trataban de sentar a nadie en el banquillo, sino de lograr un reconocimiento de culpa para alcanzar la reconciliación. Incluso admitieron su corresponsabilidad en los crímenes.

Solo cuando el gobierno de Angela Merkel se distanció de la resolución, los turcos volvieron a permitir el acceso. No sirvió de nada. En mayo Turquía prohibió de nuevo la visita de una delegación parlamentaria. En esta ocasión, lo que motivó el veto turco fue que Alemania concediera asilo a soldados turcos acusados de haber participado en el intento de golpe en julio de 2016 contra Erdogan. Turquía las considera personas vinculadas a la red del predicador islamista Fethullah Gülen, al que atribuyen el estar detrás del fallido golpe. Berlín alega que permitió el ingreso a su territorio de aquellas personas que tenían pasaportes diplomáticos y trabajaban en las instalaciones de la OTAN en el instante de la intentona.

La atribulada relación muestra más aspectos difíciles. Es el caso del periodista germano-turco Deniz Yücel, encarcelado desde febrero en Estambul, nada menos que por propaganda terrorista. Lo mismo sucede con otros ciudadanos alemanes de origen turco. Y durante la campaña del referéndum en abril para la reforma constitucional organizado por Ankara se prohibieron varios mítines de ministros turcos en Alemania. Algo similar había ocurrido en la llamada “crisis de los tulipanes” con Holanda en marzo. Erdogan llegó a acusar a ambos países de prácticas “fascistas y nazis”. Ahora busca un lugar para acoger un mitin tras la cumbre del G-20 en Hamburgo. Las peticiones han sido rechazadas en diversas ciudades.

 

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Respuesta alemana y europea

Aunque la Turquía de Erdogan es un pésimo socio para negociar, el diálogo es un pilar de la política exterior alemana y de la europea. Berlín, enfrentada a un dilema, lo intentó. Pero ante una extorsión en toda regla, como es el caso, hay límites. El último intento lo protagonizó el ministro de Asuntos Exteriores germano, Sigmar Gabriel, quien se reunió a principios de este mes en Ankara con su homólogo turco, Mevlüt Cavusoglu. La tensa visita fue un último intento para llegar a un acuerdo. Fracasó.

El ejecutivo alemán ha acordado retirar sus tropas de Incirlik, así como los aviones de reconocimiento Tornado y de abastecimiento en vuelo allí desplegados. Son recursos “escasos” en la coalición internacional que realizan una misión esencial. La ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, confirmó los planes para llevarlos a al-Azraq, en Jordania. En esa base ya hay tropas estadounidenses, belgas y holandesas. El traslado durará entre dos y tres meses. De forma mayoritaria, el Bundestag apoyó la decisión del ejecutivo.

Erdogan quiere imponer sus condiciones a Bruselas y los gobiernos de la Unión Europea. Bruselas tiene muchas más opciones que Ankara, cuyo aislamiento internacional aumenta. Es lamentable que los derechos humanos no sean tenidos en cuenta como factor determinante del comercio exterior. La cooperación económica continuará con Turquía pese a sus miles de presos políticos y un poder legislativo anulado por un plebiscito manipulado. La UE, y por tanto Alemania, debe condenar explícitamente los desafueros del autócrata del Bósforo. No solo eso. Sus inversiones, imprescindibles para una economía turca en estado penoso, han de estar condicionadas a concesiones de Erdogan. En suma, resultarle incómodos en su empeño de coartar la libertad.

 

Cooperación necesaria

En Alemania residen casi tres millones de ciudadanos de ascendencia turca; su número excede al de extranjeros comunitarios. Erdogan ha conseguido dividir esa comunidad para instaurar su régimen presidencialista. De cualquier modo, se hace mucho por la integración. Un ejemplo es la inauguración de la flamante primera mezquita liberal en Berlín. Es obra de Seyran Ates, que llegó con seis años a Alemania procedente de Turquía. Esta jurista, escritora y defensora de los derechos de las mujeres se está formando como imán y puede ser considerada como verdadera pionera del islam moderno.

Merkel, por su parte, sigue abogando por la cooperación con Turquía. Ha restado importancia a este desencuentro entre dos aliados de la OTAN. No obstante, su mensaje ha sido muy claro: no se va a dejar manipular.

La salida alemana de Incirlik tensa aun más las deterioradas relaciones. Sin embargo, Erdogan cuenta con un elemento menos para chantajear a la canciller. Con toda probabilidad buscará otra moneda de cambio. Queda un pequeño contingente de tropas alemanas en la base de la OTAN en Konya. No sería de extrañar que Erdogan extendiera su veto hasta allí.

Está el destino de Yücel y otros ciudadanos germanos encarcelados. Y la amenaza de desconocer el acuerdo sobre refugiados con la UE.

En la actualidad se atraviesa una fase crítica. Conviene tanto a Turquía como a Alemania mantener un trato, sino cordial, sí de amistad por sus múltiples vínculos históricos, económicos y sociales. Quizá había muchas razones para ceder a las exigencias del “hombre fuerte” de Ankara. Pero a veces las democracias tienen que contestar con firmeza a las bravuconadas de un mandatario cada vez más parecido a un dictador. Este era uno de esos momentos.

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