La creciente importancia mundial de Asia ya no sorprende a nadie en los equipos de los ministerios de asuntos exteriores ni en los departamentos de estrategia de las empresas europeas. Los hechos hablan por sí solos: la enorme región genera más de la mitad del crecimiento del PIB mundial, ha creado más del 50% de la capacidad manufacturera global y gestiona más del 50% del comercio internacional. La mayor parte de la nueva y ambiciosa clase media mundial que ha surgido allí se está convirtiendo en la fuerza motriz de una nueva fase de la globalización, y los países de la región se están convirtiendo en actores clave en la escena mundial.
Con las nuevas administraciones a punto de formarse en Bruselas y Washington y la campaña electoral en marcha en Alemania, en el Indo-Pacífico se están configurando patrones estructurales de un reordenamiento global tectónico –que van mucho más allá de los lazos económicos– a los que los responsables políticos europeos deberían prestar mucha más atención: La historia de Europa se está escribiendo en el campo de batalla de Ucrania, pero el futuro del peso mundial de Europa y Alemania se determinará en Asia y con los socios asiáticos.
Nuevas realidades geoeconómicas
La primera capa de este cambio que da forma a la estructura de poder mundial desde Asia es la intensa integración económica dentro de la región. A pesar de las tensiones geopolíticas, las redes de producción y las relaciones comerciales y de inversión están creciendo rápidamente. China y el grupo de Estados de la ASEAN no sólo son los socios comerciales más importantes del otro. En los países vecinos de China –de Vietnam a Malasia, de Tailandia a Indonesia– las zonas industriales están densamente pobladas de fábricas chinas. En la actualidad, representan más de un tercio de las “inversiones en nuevas instalaciones” destinadas a aumentar la capacidad manufacturera de la región.
Estas redes centradas en China desempeñan un papel central a escala regional y mundial en los sectores de las energías renovables, la electrónica y los semiconductores, así como en el desarrollo y procesamiento de minerales esenciales. La expansión de los fabricantes chinos de automóviles –más del 75% de los coches eléctricos se venden en la región– es un signo del creciente dominio del mercado chino y de los desequilibrios que conlleva. También parece probable a medio plazo que los proveedores chinos dominen en la mayoría de los países asiáticos las infraestructuras de conectividad convencionales y modernas, desde las redes de carreteras, ferrocarril de alta velocidad, energía y telecomunicaciones hasta las nuevas plataformas de comercio electrónico.
El afán de China por establecerse como centro del orden económico regional no queda sin respuesta. Los países desarrollados de la región, en particular, llevan tiempo aplicando una política que Europa califica de “de–risking” desde el año pasado. Japón, Corea del Sur y Australia introdujeron tempranamente estrategias de diversificación para productos y mercados primarios críticos; la tecnología china fue rápidamente excluida del desarrollo de la infraestructura 5G por razones de seguridad. India también ha establecido límites claros a la penetración en el mercado de productos y servicios chinos, tanto por razones de política de desarrollo como geopolíticas. No obstante, en general –y en comparación con Europa– estas economías están mucho más entrelazadas con China.
Es importante ser consciente de ello cuando los miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) pongan sus miras en el vecindario de China como parte de sus esfuerzos de diversificación. Las empresas multinacionales que intentan reducir su dependencia del mercado chino con estrategias “Más allá de China” o “China+1” suelen acabar con proveedores que a su vez están estrechamente vinculados a China o incluso son de propiedad china. Esto sólo conduce a una reducción sistémica limitada de la dependencia de los productos primarios chinos. No obstante, las “economías de conexión”, como Vietnam, se benefician de la tendencia a la diversificación, que pretende lograr la compatibilidad con China al tiempo que establece cierto distanciamiento. También la India, aunque segura de sí misma y muy cortejada, se encuentra todavía al principio de una larga carrera para ponerse al día y se enfrenta a una dura competencia por conseguir condiciones de inversión atractivas. De momento, India no podrá reducir el peso estructural de China como superpotencia manufacturera de la región.
Lo que se sigue subestimando es el grado en que los Estados de la región se han convertido en las fuerzas motrices de interdependencias y corredores transregionales de múltiples capas. Aunque el ruido político en torno a la Iniciativa de la Franja y la Ruta se ha calmado un poco y los recursos son cada vez más escasos, la amplia estrategia regional de Pekín sigue siendo un factor importante para la integración en el Indo-Pacífico. Es totalmente concebible que la próxima gran convulsión mundial se produzca en el nexo de la política energética y el sistema financiero mundial entre China, los Estados del Indo-Pacífico y los países de Oriente Medio.
Esta nueva geografía de interdependencia económica plantea inmensos desafíos a Alemania y Europa. La presión de los competidores chinos ya es enorme y seguirá aumentando porque la debilidad económica y el exceso de capacidad de China están obligando a las empresas a expandirse a mercados exteriores. En Alemania, los fabricantes de maquinaria y plantas en particular están sintiendo los efectos de esto a gran escala. No será fácil reconstruir agrupaciones industriales con tecnología fundamentalmente europea, que emularía la historia de éxito de China.
A nivel político, se están cuestionando estrategias de la agenda europea de libre comercio que durante mucho tiempo se consideraron intocables: Desde la normativa sobre protección de los bosques en Indonesia hasta el cumplimiento de normas estrictas sobre salud y seguridad de los trabajadores y ética en la cadena de suministro, pasando por la exigencia de procesos de apertura y liberalización exhaustivos en China o India–para seguir siendo competitiva, Europa debe adaptar su agenda comercial a las nuevas realidades.
Se necesitan nuevos socios en la región, sobre todo en la cooperación tecnológica y la salvaguarda del suministro de materias primas. La ambición de construir cadenas de suministro sostenibles y seguras según las normas de la OCDE que ofrezcan alternativas reales a China se ha quedado hasta ahora en gran medida en un deseo político. Aunque el Consejo de Comercio y Tecnología entre la Unión Europea y China y las consultas gubernamentales de alto nivel han enviado las señales políticas adecuadas, hasta ahora ha faltado una colaboración decidida entre empresas y responsables políticos a la hora de ponerlas en práctica.
Por ejemplo, aunque es acertado reiniciar la cooperación en materia de trabajadores cualificados con países de la región como Vietnam e India, en última instancia está en juego una cuestión mucho más importante: ¿cómo crear una red completamente nueva de talento e ideas, de cooperación en investigación y desarrollo, en tecnologías ecológicas y digitales, pero también de diálogo con la sociedad civil, que vaya mucho más allá de los proyectos individuales de inversión y cooperación?
Líneas de fractura para los conflictos entre las grandes potencias
Los retos para Europa se multiplican cuando observamos las duras realidades geopolíticas de la región. Las líneas de falla para conflictos con un potencial de riesgo creciente son evidentes y, en el peor de los casos, son presagios de turbulencias globales. Desde las tensiones en el Mar de China Meridional, actualmente entre Filipinas y China en particular, hasta la escalada de la situación en el Estrecho de Taiwán, pasando por la expansión de la alianza de Corea del Norte con Rusia hasta el latente conflicto fronterizo entre India y China, en todas partes surge un panorama de crisis inminentes que contradice la visión de una Asia pacífica y económicamente integrada.
Todo el potencial para una escalada mundial de conflictos militares, políticos, tecnológicos y económicos se concentra en Taiwán. Con su industria de chips, Taiwán es un actor neurálgico en la industria digital mundial, y con su situación geográfica, la isla flanquea una de las rutas comerciales más importantes del mundo. Pekín está apuntalando su ambición de cambiar el statu quo y poner a Taiwán totalmente bajo su control mediante una masiva concentración militar con todos los indicios de preparativos para la guerra. La supremacía militar de Estados Unidos y su papel en la región del Pacífico dependerán de Taiwán.
La estrategia de expansión imperial de China es, por tanto, la fuerza motriz central de una dinámica en espiral de gran alcance. Mientras Pekín se ve cercada por nuevos esfuerzos de “contención” y los dirigentes chinos están sometidos a temores paranoicos de verse cercenados y socavados, las acciones de China están dando motivos a los gobiernos de Tokio y Canberra para desencadenar sus propios escenarios de seguridad, que ahora se extienden al armamento nuclear de Japón y Corea del Sur, por ejemplo, con la esperanza de que esto pueda ayudar a contener nuevos conflictos.
En Washington, la renovación y expansión de la arquitectura de la política de seguridad centrada en Estados Unidos en la región, por rudimentaria que sea, ha sido perseguida con gran entusiasmo en todas las líneas partidistas por las administraciones estadounidenses más recientes. La expansión del formato Quad con India, Japón y Australia, la alianza anglosajona AUKUS entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, la estrategia de “bases avanzadas” en Filipinas y otros lugares, la mejora de la seguridad de la cooperación trilateral entre Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, todo ello apunta en una dirección: Washington está haciendo todo lo posible para imponerse en la competición estratégica en todos los ámbitos y estar preparado para una confrontación militar con China. En respuesta, China está endureciendo globalmente su propio sistema, centrándose radicalmente en la posibilidad de un conflicto caliente con EEUU y aumentando la inversión en un eje autoritario que, aunque sigue siendo frágil, está construyendo un baluarte de bases de poder decididamente antiamericanas, antioccidentales y antiliberales desde Moscú a Teherán y Pyongyang.
¿Cuáles son las consecuencias de este nuevo entorno de riesgo y de la exacerbación del enfrentamiento de poder entre Estados Unidos y China en la región? Independientemente de cuál sea el próximo gobierno estadounidense en el poder, la presión de Washington –especialmente sobre Alemania– para el “traspaso de cargas” aumentará significativamente. Para construir una disuasión suficiente contra China, Estados Unidos retirará recursos y atención de Europa. La única cuestión es la velocidad y la coordinación de esta transición para garantizar que se produzca sin lagunas de seguridad evidentes ni trastornos importantes para Europa.
Las limitadas contribuciones europeas a la seguridad de los socios asiáticos siguen siendo simbólicamente importantes (más para los propios socios que para EEUU) para subrayar que las arquitecturas de seguridad de Europa y de la región del Pacífico comparten el objetivo de la estabilidad global.
Lo que será más difícil para los europeos serán las exigencias estadounidenses de compromisos claros para enfrentarse a China principalmente con disuasión económica y frenos tecnológicos; tareas y costes que, sin embargo, siguen pareciendo menores en comparación con el reto de asegurar el continente doméstico.
Por tanto, los responsables de la toma de decisiones harían bien en adoptar una visión más centrada de la situación estratégica con respecto a las crecientes conexiones, efectos de contagio e interferencias entre los escenarios de Asia, Europa y Oriente Medio. El desafío a las garantías de seguridad estadounidenses, la escalada constante, la erosión del efecto vinculante del derecho internacional y la vuelta a esferas de influencia basadas en la Historia no son sólo acontecimientos paralelos entre los conflictos sobre Taiwán, Ucrania e Israel.
Si los actores centrales de estas disputas –China, Rusia e Irán– también se cubren las espaldas apoyados por las ambiciones de poder mundial de Pekín, debe quedar claro que los cimientos de las ilusiones europeas sobre la estabilidad y eficacia de un orden internacional multilateral son cada vez más endebles, por no decir otra cosa.
Coaliciones en la zona gris
Así pues, el Indo-Pacífico se está convirtiendo en el escenario tanto de una lucha encarnizada como de esfuerzos de cooperación en las zonas grises del panorama político regional. Aunque Estados Unidos está instando a sus socios afines a acercarse cada vez más a su esfera de influencia, muchas relaciones en la región siguen sin comprometerse estratégicamente. Historias de éxito democrático como Taiwán y Corea del Sur mantienen estrechos vínculos con diversos sistemas híbridos (India o Indonesia) y autocracias de línea dura (sobre todo China). Tras décadas de optimismo democrático, el “modelo chino” vuelve a convertir la gobernanza antidemocrática en una seria posibilidad política. Las democracias de Malasia, Tailandia, Vietnam y Asia Central muestran ahora una renovada confianza en sí mismas entre su propia población y en la escena internacional.
Los incentivos de Occidente y la presión que ejerce para vincular la cooperación o el apoyo a concesiones o incluso reformas políticas han quedado en gran medida obsoletos. La pérdida de credibilidad de Alemania ante los Estados musulmanes de la región debido a su postura en el conflicto de Oriente Próximo y la esperanza equivocada de una solidaridad activa con Ucrania por parte de las naciones amigas de ese país –sin que Alemania haya invertido demasiado en él– muestran cómo la influencia de Europa está llegando a sus límites.
Esto deja la cuestión de sobre qué bases puede asentarse la futura cooperación. En términos de “buen gobierno”, el Indo-Pacífico ofrece un panorama desagradable de corrupción generalizada, falta de estabilidad jurídica y de libertad de prensa y académica. En la práctica, esto significa que la cooperación política y económica en este entorno es más arriesgada, más cara y transaccionalmente más compleja de lo que a los europeos les gustaría.
Esto requiere una clara declaración de los propios intereses, tanto internos como externos. Estos han cambiado sustancialmente. En el pasado, la política alemana en Asia se centraba principalmente en el desarrollo económico. Hoy se necesita un enfoque más complejo. La forma en que Alemania recalibre su política de seguridad y sus relaciones comerciales exteriores con la región enviará una señal a la UE que no debe subestimarse. Aunque Europa haya perdido parte de su atractivo mundial, sigue siendo un importante motor de la globalización y puede contribuir a configurar el reordenamiento mundial en el Indo-Pacífico.
Centrarse en las nuevas realidades abre dos enfoques: Por un lado, mirar a Asia hace tomar conciencia de la urgencia con que la UE debe tomar grandes decisiones y luego aplicarlas de forma unida. Los alemanes, en particular, deben pensar más en grande y ser más audaces. La reciente lucha sobre las tarifas de los coches eléctricos demuestra lo difícil que está resultando. Los países emergentes del Indo-Pacífico, en particular, están preocupados por la presión competitiva desleal de China, por lo que existe una oportunidad real de forjar coaliciones más allá del G7 en lugar de hacer alarde del libre comercio.
Por otra parte, el Indo-Pacífico ofrece oportunidades de desarrollo para los próximos años. No solo los europeos quieren reducir su dependencia de China: los vecinos del gigante asiático también buscan opciones para diversificarse y, al hacerlo, también miran hacia Europa. Lo que quieren es una UE que también sea capaz de actuar en grandes contextos estratégicos. La estrategia de conectividad de la Unión Europea, Global Gateway, sólo lo ha conseguido hasta ahora conceptualmente; de hecho, la UE sólo ha administrado hasta ahora su supuesta solución en dosis homeopáticas.
No obstante, la idea no era mala y puede tener una segunda oportunidad en la forma del Corredor Económico India–Oriente Medio–Europa (IMEC), lanzado por la presidencia india del G20 en 2023. La participación activa podría ser una señal de que los europeos no se aferran a sus propias ideas, sino que las compatibilizan y abrazan el impulso procedente del Indo-Pacífico. Al fin y al cabo, el epicentro del reordenamiento mundial no está en Europa.
Este artículo se publicó por primera vez en IP Quarterly y en MERICS.