Las elecciones del 13 de marzo en tres Länder ofrecen un buen retrato de los cambios que llevan tiempo produciéndose en el sistema político de Alemania y las incertidumbres que también agitan a nuestro próspero y estable socio y acreedor. Las elecciones de Baden-Württemberg, Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalt han permitido pronunciarse por primera vez a una muestra apreciable del electorado alemán sobre la política de la canciller Angela Merkel sobre los refugiados.
Desde el inesperado cambio de julio de 2015, una apertura que ha traído a Alemania a un millón de refugiados, sobre todo de Siria e Irak, no había habido ninguna elección. Pero reducir el análisis de los resultados a una reacción sobre esa cuestión pudiera delimitar el análisis de manera innecesaria. Y, en todo caso, la respuesta, como la de todo oráculo que se precie, puede ser interpretada de distintas maneras.
Los únicos vencedores claros de las elecciones son el nuevo partido de protesta Alternativa por Alemania (AfD, en alemán), muy a la derecha de los democristianos; y –para delicia de los estudiosos de la complejidad– Los Verdes moderados de Baden-Württemberg, la opción más opuesta a AfD en el rico teatro político alemán.
Con un discurso amargo, atizador del odio cuando no abiertamente xenófobo o racista, AfD ganado casi un 15% de los votos en los dos Länder del Oeste y un 24% en Sajonia-Anhalt, de la antigua RDA. Entra en los tres parlamentos regionales y se encuentra ya representado en ocho de los 16. Aunque no cabe pensar que tome parte en ninguno de los nuevos gobiernos, acaricia la probabilidad de llegar al Bundestag, el parlamento nacional, en las elecciones de 2017.
Los Verdes y las coaliciones de futuro
Sin embargo, el gran triunfador de la jornada ha sido Wilfried Kretschmann, hasta ahora ministro-presidente de Banden-Württemberg, el Land del suroeste del país que se ha convertido, con Baviera, en el más industrial, rico e innovador de Alemania. Kretschmann pertenece al ala moderada o realista de Los Verdes –frente a los fundamentalistas, unos y otros siempre presentes en el partido que surgió de los movimientos ecologistas, pacifistas y feministas de los años ochenta–. Kretschmann tiene 67 años y ha sido el primer presidente verde de un Estado alemán. En las elecciones regionales de 2011, el partido más votado fue la Unión Democristiana (CDU), que hasta entonces había gobernado siempre el Land. Pero Los Verdes, que quedaron segundos, y los socialdemócratas del SPD, que quedaron terceros, muy cerca, lograron formar una coalición. La victoria del 13 de marzo, ya por encima de los democristianos, es muy personal y ha llevado a Los Verdes a ser, por primera vez, la primera fuerza política en unas elecciones.
Su victoria es un mandato claro de los electores para que siga como ministro-presidente. Pero tendrá que hacerlo con otro u otros socios, porque el SPD ha caído estrepitosamente y ya no tiene escaños suficientes por sí mismo. Este es otro rasgo común a los tres Länder: la caída de la CDU y el SPD y el ascenso de AfD hará más complicado formar gobierno y quizá requiera coaliciones con tres socios.
Kretschmann ha dicho que él no es “un negro pintado de verde” –un democristiano camuflado de ecologista, en la cromática terminología política alemana–. Pero ha logrado conquistar un caudal de votos de clase media urbana, muchos hasta ahora democristianos y socialdemócratas. Puede formar coalición con los socialdemócratas y los liberales del FDP o abrir su partido a un experimento deseado por la canciller Merkel: una coalición entre verdes y democristianos, que puede asegurar a estos su continuación al frente de otros varios Estados y del gobierno nacional tras las elecciones de 2017.
Las elecciones del 13 de marzo obligan a hacer nuevas coaliciones en los tres Länder
Porque otro de los resultados de las elecciones es que obligan a hacer nuevas coaliciones en los tres Estados, o a completar con un tercer partido las que gobernaban hasta ahora. La de verdes y socialdemócratas en Baden-Württemberg puede dar paso a una tricolor con los liberales o a una innovadora gran coalición de verdes y democristianos. En Renania-Palatinado, la caída de Los Verdes obligará a los socialdemócratas de la ministra-presidente Malu Dreyer a incorporar a otro socio o hacer una coalición diferente. El ascenso de AfD en Sajonia-Anhalt, que ha relegado a los socialdemócratas al cuatro lugar, requerirá también una suma distinta o que La Izquierda permita un gobierno minoritario.
Nadie cuenta con que AfD se incorpore a ninguno de los gobiernos. Es un partido de protesta y así lo han entendido las tres cuartas partes de sus electores. En cierta medida, su crecimiento explica también la decepción de La Izquierda, que recibía una parte de ese voto testimonial y no ha logrado entrar en los dos Länder del Oeste del país y ha bajado al tercer lugar en Sajonia-Anhalt. Sucede así al NPD, otro partido de extrema derecha que logró estar representado en siete Estados y ha estado ya más de una vez a punto de ser declarado ilegal por su ideología anticonstitucional. AfD puede resultar más sólida: ya está representada en los parlamentos de ocho estados, probablemente llegará al nacional en 2017. También justifica una inquietud mayor, porque ha logrado movilizar a un espectro de votantes más amplio: más allá de los extremistas de derecha que coquetean con la xenofobia, el racismo y –como el NPD– el neonazismo, en los dos Länder de la Alemania del Oeste han captado también un voto de la derecha democristiana descontenta con el giro hacia el centro de la CDU que ha impulsado la canciller Merkel.
Sin embargo, este giro asegura que el avance de la extrema derecha no la convierta en necesaria para formar coaliciones de gobierno; y que los democristianos de Merkel sigan formando parte del gobierno en casi todos los escenarios imaginables. La CDU sigue contando con su hermana socialcristiana bávara, la CSU, para captar en Baviera o hacer que se sienta representado en el resto del país una parte del voto más conservador. Las diatribas contra Merkel de su dirigente y presidente de Baviera, Horst Seehofer, seguramente refuerzan a la canciller y limitan el crecimiento de AfD. El giro al centro asegura a Merkel la máxima compatibilidad a la hora de formar coaliciones: siempre con la CSU, pudiendo reemplazar a los socialdemócratas por los liberales y quizá pronto por Los Verdes…
Ser los socios menores de coaliciones perjudica al SPD elección tras elección, aunque contribuyan a los gobiernos con buenos ministros y sensibilidad social
Frente a esta flexibilidad, los medios conservadores han logrado que un pacto de los socialdemócratas y Los Verdes con La Izquierda resulte impensable. Como consecuencia, la caída del SPD en la mayoría del país y el estancamiento de Los Verdes lleva a pensar que el tiempo de la coalición roja y verde como alternativa a los democristianos es cosa del pasado.
El SPD ha evitado la catástrofe gracias a su victoria inesperada sobre los democristianos en Renania-Palatinado. Pero en Baden-Württemberg y Sajonia-Anhalt han sufrido graves pérdidas. Ser los socios menores de coaliciones les perjudica elección tras elección, aunque contribuyan a los gobiernos con buenos ministros y sensibilidad social. Fue así en la primera gran coalición con los democristianos de Merkel, será así seguramente en la actual y ha ocurrido en varios gobiernos regionales. Su programa es vago. Su presidente, Sigmar Gabriel, ha dicho después de las elecciones del 13 de marzo que el partido defiende la concepción integradora, solidaria y liberal propia del envidiable consenso en torno al centro alemán. Propone una nueva agenda que responda a las necesidades de muchos alemanes en situación de necesidad social no muy alejada de la de los refugiados, cuya acogida sigue defendiendo. Pero mientras en otros partidos la pugna es por encabezar las listas electorales, la de los dirigentes socialdemócratas es por evitarlo, para no quemarse en la nueva derrota previsible en 2017.
Los liberales han vuelto a los parlamentos de dos de los tres Estados, han reforzado su presencia en el tercero y aspiran a volver al parlamento federal en las próximas elecciones. Quizá entren en alguna de las nuevas coaliciones y pueden ser fundamentales para decidir el gobierno de la de Baden-Württemberg, el más importante de ellos.
Fuente: The Economist
Una gran protesta
¿Es esto una crisis, una evolución preocupante? Sin duda, el crecimiento de la xenofobia y el surgimiento de un grupo que puede articular su presencia en los parlamentos regionales y el nacional es una mala noticia. AfD quizá sufra alguna nueva crisis de crecimiento, o se vea sacudida por las que han dividido cada vez a los partidos de extrema derecha: el NPD, Los Republicanos. Quizá pierda a una parte de los votantes de la derecha democristiana, que en la hora de la verdad vuelvan a votar a la CDU. Pero da voz a sectores que hasta ahora estaban excluidos del debate público relevante de la democracia, cuya Constitución exige un compromiso militante con sus valores y fines. El más ruidoso, activo e inquietante es Pegida, un movimiento xenófobo e islamófobo que crece como una peste y ha entablado conversaciones con aquella.
El 80% de los electores que votaron el 13 de marzo lo han hecho por partidos que apoyan la política de refugiados de Merkel
Pero la inquietud parece (todavía) exagerada. Der Spiegel habla de una rebelión contra Merkel, el Bild-Zeitung de un complot contra ella organizado por el antiguo presidente de Baviera, Edmund Stoiber. Sin embargo, las críticas internas vienen de sectores de la derecha de la CDU que llevan tiempo fuera de juego y de la CSU, que no quiere ceder terreno a AfD. Ni la canciller Merkel, ni el vicecanciller Gabriel corren peligro alguno. Como han repetido los sofistas democristianos tras las elecciones, el 80% de los electores que votaron el 13 de marzo lo han hecho por partidos que apoyan la política de refugiados de la canciller. La CDU y el SPD niegan que vayan a considerar reforma alguna, aunque reconocen que tendrán que hacer más o mejores esfuerzos en el nivel europeo para lograr colaboración y mejorar instrumentos y políticas.
Dotar a los refugiados de los servicios necesarios junto con el trabajo de aquellos impulsarán el PIB hacia arriba. La incorporación de un contingente así, probablemente presionará a la baja los salarios menos cualificados. Formar las coaliciones de gobierno será más complicado, pero no hay riesgo de que sea imposible en la muy rodada cultura de coaliciones alemana. La astucia política de Merkel ha abierto caminos para sustituir, si lo necesita, a los socialdemócratas por Los Verdes. El ruido de la CSU no le perjudica y podría ayudarla a retener en la coalición un voto conservador que ni entiende su política, ni le tiene simpatía. Aunque ya no concentrado en democristianos y socialdemócratas, el 80% del voto sigue siendo para partidos indudablemente democráticos –incluyendo, pese a los esfuerzos para excluirle de un posible pacto con los socialdemócratas y Los Verdes, el de La Izquierda–.
El voto de protesta no responde solamente a la llegada de un millón de refugiados, aunque haya sido explotada con perversa habilidad por los nuevos extremistas de derecha. Es indudable la antipatía de una parte de la población y de la prensa sensacionalista hacia los refugiados. Tampoco ayuda un nuevo orgullo nacional, a veces inofensivo –en torno al deporte– y otras antipático, alimentado por el éxito económico alemán y la Schadensfreude, la característicamente alemana alegría por el mal ajeno. Pero la revista Die Zeit publicaba el 10 de marzo una encuesta conforme a la cual el 93% de los alemanes apoya la acogida de refugiados por razones políticas, pero el 50% también de los que huyen por causas económicas. Y no se pone de manifiesto una diferencia apreciable por causa de la religión: el 94% se pronuncia a favor de recibir a los de religión cristiana y el 91% a favor de los musulmanes.
Tampoco es seguro que la reticencia hacia la política de la coalición encabezada por Merkel haya sido valorada por los electores: los candidatos de la CDU en Baden-Württemberg y Renania-Palatinado, que manifestaros reticencias y trataron de alejarse de ella han sido castigados, mientras Kretschman y Dreyer, que la apoyan, han triunfado. La sociedad alemana es mayoritariamente acogedora y generosa. Lo es la política: el cristianismo social, la socialdemocracia, Los Verdes, La Izquierda. También la religión: la luterana como la católica –el cardenal Marx ha sido uno de los más duros críticos de AfD y ha advertido que “un cristiano no debe votar a quien extiende el odio o predica el racismo”–. Es acogedora la parte más ilustrada de la sociedad, la mayoría de la prensa, los muchos alemanes cosmopolitas y curiosos que son los “campeones del mundo de los viajes” de turismo.
Está en manos de las mayorías parlamentarias y las coaliciones de gobierno tomarse en serio las preocupaciones de sus ciudadanos y electores
La protesta es también una reacción frente a unos grandes partidos y una gran coalición cada día más pequeña que parecen dedicar sus mayores esfuerzos a la agenda europea o internacional: la crisis griega y la de los refugiados, la defensa del euro, de los bancos y de la industria exportadora. Las inquietudes de la inmensa mayoría de los alemanes son el endurecimiento del trabajo y la competencia, el crecimiento del paro y la inseguridad laboral, las insuficiencias del sistema educativo, la inseguridad frente al terrorismo, las guerras incomprensibles y el desorden de un mundo multipolar, la vulnerabilidad de los salarios y los ahorros presentes y las pensiones futuras…
El mayor peligro no es actual. Vista desde el sur de Europa, la situación de Alemania resulta más bien envidiable. Pero cabe preguntarse qué ocurriría si las cosas se deterioran: si lo hace el empleo, la seguridad de los ahorros de la clase media o una economía basada en las exportaciones.
Sin duda, las elecciones han sido una llamada de atención. Pero está en la mano de las mayorías parlamentarias y las coaliciones de gobierno tomarse en serio las preocupaciones de sus conciudadanos y electores y recuperar la confianza que sí han logrado claramente candidatos creíbles e íntegros como Kretschmann o Dreyer.