En estos momentos se está produciendo una revolución en Alemania. No tiene tanto que ver con los más de 100.000 berlineses –los organizadores dijeron que más de medio millón– que salieron a la calle el 27 de febrero. A la hora del almuerzo habían llenado rápidamente la calle del 17 de junio, que une la Columna de la Victoria y la Puerta de Brandemburgo, y muchos más kilómetros a lo largo de esa vía principal, extendiéndose hasta Unter den Linden a lo largo del edificio estalinista de la embajada rusa, construido cuando Berlín era una ciudad dividida. Procedentes de todas las clases sociales, se manifestaron contra la guerra de agresión del presidente ruso, Vladímir Putin, contra Ucrania. El ambiente era solemne.
Lo mismo ocurrió en el edificio del Reichstag, donde se celebraba una sesión especial del Bundestag, el Parlamento alemán. Ahí sí se hizo historia el domingo. La fuerte participación en apoyo de Ucrania demostró que el país en general estaba preparado para ello.
“Zeitenwende”, que significa punto de inflexión en la historia, es el término del momento. Y si la coalición de gobierno semáforo de Alemania formada por los socialdemócratas (SPD) del canciller Olaf Scholz, los Verdes y los proempresariales Demócratas Libres (FDP) lleva a cabo sus planes –con la ayuda de los democristianos de la oposición (CDU/CSU)–, la forma en que la mayor economía de la Unión Europea aborde en el futuro los asuntos internacionales y de seguridad se verá realmente revolucionada.
Viejas creencias arrojadas por la borda
La revolución pareció improbable durante unos días. Todo lo que Scholz y su gobierno habían conseguido al anunciar, el 22 de febrero, que cancelarían de facto el controvertido gasoducto Nord Stream 2 se perdió de nuevo el 24 de febrero por la noche, cuando la UE acordó unas sanciones que muchos observadores consideraron insuficientes dado el sangriento y brutal intento de Putin de volver a convertir a Rusia en una gran potencia europea, con su propia esfera de influencia y, básicamente, controlando todo el continente. Una vez más, Berlín quedó muy aislado y se le culpó de haber frenado un paquete de sanciones con más impacto, que incluiría la exclusión de Rusia del SWIFT, el sistema de pagos internacional.
El cambio de rumbo se produjo el 26 de febrero. El gobierno anunció un giro de 180 grados en su política respecto a la entrega de armas a Ucrania, rompiendo con su adagio de décadas de no entregar armas en zonas de conflicto. Los alemanes no solo han permitido a Países Bajos y Estonia enviar armas antitanque y obuses que antes pertenecían a Alemania –y, por tanto, tenía derecho de veto sobre la cuestión–, sino que también ha anunciado que ayudarán a Kiev con armas y otro material militar: 1.000 bazucas, 500 misiles tierra-aire Stinger, 14 vehículos blindados para el transporte, 10.000 toneladas de combustible. Además, los 5.000 cascos prometidos que causaron tanta burla internacional estaban finalmente en camino. Al mismo tiempo, el gobierno alemán cambió de táctica con respecto a SWIFT, consiguiendo que sus aliados aceptaran la condición de Berlín de que la prohibición de SWIFT no sería general, sino que se aplicaría a los bancos rusos ya sancionados, y “si fuera necesario, a otros adicionales”.
Un discurso histórico
El 27 de febrero, en la sesión especial del Bundestag, Scholz dejó claro en un discurso histórico que se avecinaba un cambio aún más dramático. Putin había creado “una nueva realidad”, dijo el canciller. “El presidente ruso siempre habla de seguridad indivisible. Pero lo que realmente busca ahora es dividir el continente en las viejas y conocidas esferas de influencia mediante la fuerza armada”.
Por tanto, además de las entregas de armas y las sanciones, Alemania tenía que aumentar sus propias capacidades de defensa. Scholz continuó explicando que, al introducir un “fondo especial para las fuerzas armadas”, financiado con deuda, por valor de 100.000 millones de euros, y al consagrarlo en la Constitución, el gobierno gastaría más del 2% del PIB en seguridad con efecto casi inmediato. La oposición de la CDU/CSU alemana está de acuerdo, pero tiene dudas sobre las implicaciones fiscales. Cuando el líder de la oposición, Friedrich Merz, planteó sus dudas sobre el aumento de la deuda, el ministro de Finanzas, Christian Lindner, le dijo que se trataba de inversiones en la “libertad” de Alemania y de Europa.
«Cuando las unidades de la Bundeswehr se desplegaban en misiones o ejercicios de la OTAN, tenían que mendigar y robar a otras partes del Ejército, la Marina o la Fuerza Aérea para poder llegar completamente equipadas»
Ponerse en serio, de repente, con el cumplimiento del objetivo de la OTAN sobre el gasto en seguridad acordado en 2014, después de que Rusia se anexionara la península ucraniana de Crimea, no constituye un rearme alemán, a pesar de las acusaciones del partido de izquierda radical Die Linke. Más bien significa crear unas fuerzas armadas que sean realmente aptas para su propósito. Durante la época de Angela Merkel, la Bundeswehr sufrió una infrafinanciación crónica y se convirtió en una organización casi irreformable. Cuando las unidades se desplegaban en misiones o en grandes maniobras de la OTAN, tenían que mendigar, pedir prestado y robar a otras partes del Ejército, la Marina o la Fuerza Aérea para poder llegar completamente equipadas como fuerza de combate potencial. “El objetivo es una Bundeswehr potente, vanguardista y progresista en la que se pueda confiar para protegernos”, dijo Scholz.
El cuestionable estado del aparato de seguridad alemán se puso de manifiesto cuando Putin entró en guerra. Días antes, el jefe de la Marina alemana tuvo que dimitir tras una visita a Nueva Delhi durante la cual sugirió a un grupo de expertos indios que todo lo que Putin quería era respeto y que él, personalmente, como “fuerte cristiano católico”, preferiría luchar con los cristianos ortodoxos rusos contra los chinos que ver a Rusia en el otro bando. Cuando las fuerzas rusas bombardearon primero y luego comenzaron a marchar sobre Kiev el 24 de febrero, el jefe de la inteligencia exterior alemana se encontró atrapado en la capital ucraniana y tuvo que ser “extraído”. Mientras tanto, el jefe del Ejército alemán, en su primera reacción a la guerra de Putin, escribió en un post personal en LinkedIn que sus fuerzas estaban “más o menos desnudas”.
En un nuevo camino
Más dinero no lo arreglará todo. Sin embargo, la nueva inversión se destinará en gran medida, en primer lugar, a equipar de manera adecuada al Ejército alemán, convirtiéndolo en una fuerza militar que realmente pueda ser utilizada. Esto significa que la mayor economía de Europa está ahora dispuesta a incluir al Ejército en la caja de herramientas de la política internacional. “Tal vez Alemania, hoy día, esté dejando atrás una especie de restricción especial y única en política exterior y de seguridad”, dijo la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, de los Verdes, que durante la campaña electoral del año pasado había sido la más clara en lo que respecta a la Rusia de Putin. “Las reglas que nos imponemos no deben impedirnos estar a la altura de nuestra responsabilidad. Cuando nuestro mundo es diferente, nuestra política también debe serlo”.
Esta reinvención de Alemania como actor internacional de pleno derecho estará firmemente anclada en Europa, dejó claro el gobierno. Scholz indicó que lo veía relacionado con la mejora de la “soberanía europea” y dijo que las próximas generaciones de aviones de combate y tanques deberían desarrollarse en un marco europeo, sobre todo con Francia. “Esos proyectos tienen la máxima prioridad”, dijo Scholz.
Pero esta revolución de la política exterior y de seguridad alemana no solo es beneficiosa para Europa. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su administración habían depositado mucha confianza en Scholz y su gobierno, y probablemente han vivido momentos en los que quizá haya lamentado dicha inversión. Ahora han sido recompensados. Desechar el Nord Stream 2 y cumplir con el objetivo del 2% de la OTAN en un futuro próximo ha hecho que Berlín pase de “niño problemático” a “aliado modelo”. Los ataques de los republicanos trumpistas –cuya continua admiración por Putin es profundamente preocupante– a los alemanes aprovechados y egoístas ya no servirán.
Scholz y su gobierno han dado un paso gigantesco no solo para hacer más segura a Alemania dotándola de fuerzas capaces, sino también invirtiendo con firmeza en sus alianzas europeas y transatlánticas, que Berlín considera que se refuerzan mutuamente. En Scholz “tenemos un canciller realmente bueno”, tuiteó Fritz Felgentreu, antiguo portavoz de Defensa del SPD, que dejó la política el año pasado tras no poder impulsar las políticas de seguridad que ahora se van a aplicar de la noche a la mañana. “Quizá incluso uno excelente”.
Versión en inglés en la web del Internationale Politik Quarterly (IPQ).