Un fantasma recorre Europa. Es el de Yanis Varufakis, ministro de Finanzas griego hasta esta mañana, que renuncia al cargo tras una victoria abrumadora del “no” en el referéndum convocado por el gobierno de Alexis Tsipras. Varufakis se sacrifica para facilitar el entendimiento entre Grecia y sus prestamistas, pero su gobierno sale reforzado. Aunque las negociaciones entre Atenas y sus prestamistas amenazan con volverse aún más encarnizadas, tras este domingo Syriza respira brevemente.
No ocurre así en todas las capitales europeas. Las consecuencias del oxi y las demandas del sucesor de Varufakis serán especialmente problemáticas en Alemania. Berlín, impulsor de las políticas de austeridad que se han hecho con la agenda europea durante los últimos cinco años, se muestra dividido a la hora de lidiar con Grecia. Pero estas divisiones no enfrentan a defensores y detractores de los recortes, sino a creyentes moderados y radicales de las políticas de austeridad.
La principal brecha del gobierno alemán es la que se ha abierto entre la canciller Angela Merkel y Wolfgang Schäuble, su influyente ministro de Hacienda. El primer choque de Schäuble con su jefa tuvo lugar en 2010, cuando el primero se opuso, sin éxito, a la participación del Fondo Monetario Internacional en el primer rescate griego. Schäuble siempre ha sido partidario de mantener una línea dura con Atenas: en sus memorias, el exsecretario del Tesoro Tim Geithner no da crédito cuando descubre que su homólogo alemán no muestra ningún interés por mantener a Grecia en el euro.
Merkel ha apoyado a Schäuble a la hora de exigir austeridad presupuestaria, pero se ha manifestado repetidamente en contra de un posible Grexit. Según el semanario alemán Der Spiegel, los desencuentros, “cargados emocionalmente”, reflejan “la relación compleja entre dos políticos que no se fían completamente del otro”. Aunque Schäuble tiene fama de disciplinado, su oposición podría amenazar la posición de Merkel en el Bundestag, donde el ministro de Hacienda es relativamente popular. El pasado febrero, 100 diputados de su partido, la conservadora CDU, advirtieron que era la última vez que votaban a favor de una extensión del rescate griego.
En esta ocasión, el Bundesbank ha respaldado implícitamente a Merkel. Jens Weidmann, presidente del poderoso banco central alemán, ha advertido de que, en contra de los pronósticos más optimistas de Schäuble, un Grexit podría generar un agujero presupuestario de miles de millones de euros. Por lo general, sin embargo, el Bundesbank ha mantenido una línea dura con Grecia. Es, junto a la Corte Constitucional alemana, el principal valedor institucional de las políticas de recortes. Tanto es así, que en ocasiones han criticado al gobierno alemán por considerarlo demasiado laxo.
El papel más confuso de todos lo está desempeñando el SPD. Los socialdemócratas, que en 2014 formaron una gran coalición con Merkel, se han convertido en la quintaesencia de la socialdemocracia europea: confusa, oscilante y sin criterios claros. Durante una primera gran coalición con Merkel (2005-2009), el SPD de Peer Steinbrück ya parecía haber acatado las ideas económicas de la canciller.
Desde 2014, sin embargo, parte del SPD ha intentado cuestionar la política económica del gobierno. Prueba de ello es el premio que la Fundación Friedrich Ebert, vinculada al SPD, otorgó en 2014 a Mark Blyth, catedrático de Brown University, por su libro Austeridad, en el que critica el papel desempeñado por Alemania en la crisis del euro. “Al principio pensé que era una broma», observa. «Después pensé que, como en alemán la palabra ironía es un prestamos lingüístico, sería verdad.” Blyth ofreció a su audiencia un discurso aún más lacerante que su libro.
Ante la presión de Syriza, sin embargo, el SPD ha optado por el conservadurismo. Sigmar Gabriel, ministro de Economía, se ha puesto al frente de la críticas a Atenas. Martín Schulz, presidente del Parlamento Europeo y también miembro del SPD, llegó a defender, cuando las encuestas daban la victoria al “sí”, la creación de un gobierno griego de tecnócratas. “Desgraciadamente, como puede verse por los comentarios que han hecho los líderes del SPD después del “no” de Grecia, el mensaje del libro y el discurso no ha calado,” señala Blyth. Paradójicamente, este comportamiento dio alas al “no”. “Los griegos interpretaron correctamente estas amenazas como un intento de interferir en el proceso democrático de otro país”, señala Wolfgang Münchau en el Financial Times.
¿Y Merkel? La canciller se ha recluido en un papel institucional, evitando criticar a Grecia con dureza. Es el acto reflejo de una política cautelosa e hipotensa. Aunque se oponga a un posible Grexit, Merkel suele seguir antes que guiar al público alemán. En ese sentido, las encuestas pronostican más atrincheramiento. Azuzados por una prensa que ha recurrido a los prejuicios y las fábulas morales para explicar la crisis griega, más de la mitad de los alemanes se muestran hoy partidarios de que Grecia abandone el euro.