¿Qué podemos esperar de los dos próximos años de Trump?
Esta semana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, debería haber dado el tradicional discurso sobre el estado de la Unión. No pudo ser. Después del cierre parcial del gobierno (shutdown) más largo en la historia del país, el gobierno retomó sus funciones con normalidad, pero el discurso se ha tenido que retrasar hasta el 5 de febrero. Un símbolo de lo disfuncional que se ha vuelto la política en EEUU, lastrada por luchas intestinas entre poderes, partidos y dentro de la propia Casa Blanca. Preguntamos a los expertos qué podemos esperar de los dos próximos años de Trump, con las elecciones de 2020 ya en el punto de mira.
Carlota García Encina | Investigadora en el Real Instituto Elcano. @encinacharlie
Las elecciones de medio mandato nos dan una pista sobre lo que puede ocurrir en los próximos dos años. Por un lado, Trump se ha apoderado del alma del Partido Republicano. De hecho, el mensaje de los senadores republicanos en dichas elecciones fue el del presidente: inmigración y agenda económica nacionalista. Se suma que algunos líderes tradicionales del partido capitulan o se marchan, sin olvidarnos de que ya no está John McCain.
En segundo lugar, las midterms mostraron un país profundamente divido por líneas geográficas, con las costas y los núcleos urbanos demócratas frente a las zonas más rurales y conservadoras; por líneas demográficas, con jóvenes votando de manera distinta a sus mayores, y las mujeres de manera diferente a los hombres; y por líneas educativas.
Así, con un Partido Republicano girando alrededor de la figura de Trump y una creciente polarización, se espera que el presidente sea “más Trump que nunca”, en un ambiente más caótico y polémico del que ya hemos visto. Él estará pendiente de las elecciones de 2020 porque si las pierde podría enfrentarse a un juicio penal. De ahí su decisión “personal” y en clave electoral del cierre parcial del gobierno.
La Cámara Baja, ahora en manos demócratas, retoma el papel que le corresponde de supervisión de la presidencia y de control de la agenda legislativa. Utilizará la creación de comisiones para investigar las finanzas de la familia Trump y para reforzar las pruebas del fiscal especial, Robert Mueller, sobre la posible coordinación entre el equipo republicano y Moscú en las elecciones de 2016. Nada de esto sentará bien a Trump. Da igual que Nancy Pelosy trate de buscar un equilibro entre los deseos de venganza de los demócratas más progresistas y el mandato electoral que les pide get things done, y por el que apuestan los más cercanos al establisment.
La economía, uno de los grandes baluartes de Trump, apunta a una desaceleración mientras crece la volatilidad de los mercados. Y la ambigüedad en sus más recientes decisiones de política exterior, como la anunciada salida de las tropas Siria y Afganistán, o su postura con respecto a China, pueden tener consecuencias muy perjudiciales para EEUU. Todo apunta a que Trump esta vez no va a tener tanta suerte como en los dos años anteriores.
Jaime de Ojeda | Embajador de España en la OTAN (1983-1990) y en EEUU (1990-1996), es embajador residente en la Universidad del Shenandoah (Virginia).
Serán una de las épocas más turbulentas e inciertas de la historia contemporánea de EEUU. La radical división del país amenaza grandes convulsiones de la opinión. Será épica la confrontación entre el desaforado presidente y la mayoría demócrata en la cámara de representantes. Los acérrimos partidarios de Trump siguen dominando la representación en el colegio electoral de los estados del Medio Oeste y del Sur, frente a los progresistas de las regiones urbanas y suburbanas de ambas costas. Este año, sin embargo, empezarán a sentirse las consecuencias nefastas de la política económica del presidente contra China, Japón y la Unión Europea: la subida de los precios, sobre todo de los productos domésticos, el reflujo de las inversiones, la reducción de las exportaciones agrícolas y de manufacturas industriales. El mundo entero está desconcertado por el desmantelamiento del orden económico internacional con la consecuente retracción del crecimiento económico mundial.
A medida que estas consecuencias vayan entrando en la conciencia política de los “trumpistas” también se irá extendiendo el hastío que causan las reiteradas vociferaciones del presidente, sus cada vez más patentes falsedades oratorias, y el capricho personal con que enfoca el alto y poderoso cargo de la presidencia. El mismo Partido Republicano comenzará a preguntarse si Trump favorece o perjudica su prestigio electoral, ahora en que el partido ha perdido todas sus metas tradicionales para convertirse solo en el brazo personal de Trump. Entre unos y otros veremos cómo comienza a desinflarse el esperpéntico globo de Trump.
El informe final de Mueller sobre la complicidad rusa de la campaña electoral de Trump puede tener un formidable eco en la opinión de sus partidarios. Queda por ver si será suficientemente explícito como para superar su sospecha de que se trata de un ardid de sus enemigos.
Quién sabe si esto ocurrirá antes de las primarias y las convenciones de ambos partidos. Es doloroso pensar que el partido republicano pueda respaldar la reelección de Trump, pero por el momento no se vislumbra quién se atreva a enfrentarse con semejante fiera. Algo parecido sucede en el Partido Demócrata; se está reponiendo del inesperado descalabro de 2016, pero no encuentra la manera de presentar su credo progresista de una manera que conquiste la alienación de los “trumpistas”, hartos de las clichés sociales de los demócratas y de su aparente indiferencia por sus problemas económicos y laborales, intensificados por sus temores raciales y migratorios. Tampoco despunta entre los demócratas quién pudiera superar esa barrera ideológica y encima aunar a las diversas alas del partido, que se disputarán una orientación radical que irritará a los independientes y moderados, o un centrismo que pueda atraerlos y de cuyo favor depende en realidad la solución de la contienda.
Pablo Pardo | Corresponsal de El Mundo en EEUU. @PabloPardo1
Debemos esperemos más imprevisibilidad, más agresividad verbal, más electoralismo, más unilateralismo, y más enfrentamiento entre la Casa Blanca y el Congreso.
La clave es que en 2018 Donald Trump se desembarazó de los últimos restos del establishment republicano o de las figuras con autoridad política que podían limitar su campo de acción, y se rodeó de figuras de poco peso, ideólogos, y que tienen su confianza personal. Eso implica que va a tener, dentro de su propio Gobierno, un margen de actuación mucho mayor.
Un área en la que Trump puede ser ‘más Trump’ es en las relaciones exteriores y, en especial, en política comercial, porque ahí sus políticas siguen siendo muy populares entre sus bases. Esperemos, así, nuevos enfrentamientos con el G-7 y con la OTAN, posibles aranceles extra a la importación de coches europeos, más ataques a la UE (y en particular a Alemania), y tensiones con China. La proximidad de las elecciones, además, reforzará la tendencia del presidente a hacer declaraciones y actos con poco impacto real, pero con mucho simbolismo. La dureza contra la inmigración va a seguir.
Esa libertad de acción en el Gobierno, sin embargo, chocará con el Congreso, donde Trump no puede cesar a nadie. Por una parte, Nancy Pelosi ya ha dejado claro, en el caso del cierre de la Administración, su voluntad de no ceder a la Casa Blanca, algo que es nuevo para Trump. El líder republicano del Senado, Mitch McConnell, ha dejado claro en esa misma crisis, y en las retiradas de Siria y Afganistán, que no está en la misma onda de pensamiento que el presidente.
Pedro Rodríguez | Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas. @PedroRodriguezW
Desde las midterm, Washington opera bajo el llamado gobierno dividido, la cohabitación entre partidos impuesta por los votantes estadounidenses en el control político de la Casa Blanca y de las dos Cámaras del Congreso federal. Se trata de un equilibrio de fuerzas repartido, habitual desde los años ochenta, que contrasta con el monopolio histórico ejercido ya sea por demócratas o republicanos al frente de las principales instituciones de gobierno de EEUU.
El llamado divided government está asociado con la sobreactuación de los presidentes. Y aunque es difícil imaginarse más sobreactuación por parte de Trump en la Casa Blanca, desde el momento en que ha perdido el control de la Cámara de Representantes, el presidente se ha embarcado en ese proceso de hipérbole institucional que ha culminado en el cierre parcial de la administración más largo en la historia política-presupuestaria estadounidense.
En adelante, es previsible una proliferación todavía mayor de los decretos presidenciales (executive orders), vetos o amenazas de veto, invocación generalizada de privilegio ejecutivo, centralización de decisiones y cierre de filas. Al mismo tiempo, la oposición del Partido Demócrata va a utilizar la Cámara Baja para investigar y re-investigar al presidente. Sin embargo, completar un proceso de impeachment parece en principio inviable al retener los republicanos la mayoría en el Senado. Con el agravante de que Trump suele beneficiarse electoralmente de la tensión que él mismo se encarga de fomentar.