¿Es posible una política exterior de Estado en tiempos de fragmentación y polarización?
La campaña electoral del 28-A ha aportado una novedad y dos viejos conocidos. La novedad es el grado de fragmentación política: cinco partidos compitiendo a escala nacional. Por otra parte, el tono crispado de la política nacional y la inexistencia de un debate sobre el papel de España en el mundo encuentran ecos en múltiples elecciones anteriores. La política exterior y europea ha sido la gran ausente en unos debates televisados estridentes. La omisión es preocupante, cuando se considera que cuestiones como el cambio climático, la gestión del euro, la regulación financiera y el desarrollo de la Inteligencia Artificial solo se pueden afrontar a escala internacional.
En este pregunta-respuesta, planteamos si es posible que España desarrolle una política exterior de Estado, atenta a los retos mencionados y relativamente ajena a los vaivenes que da un sistema político cada vez más tenso y volátil. La tarea se presenta exigente.
Luis Bouza | Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y editor en Agenda Pública @LUISBOUZAGARCIA
Una campaña sin política exterior, ¿buena noticia? Podríamos pensar a priori que el hecho de que la larguísima precampaña y la corta campaña haya ignorado casi por completo los asuntos internacionales es una buena noticia de cara a favorecer pactos de Estado en política exterior durante la próxima legislatura. El hecho de que los partidos no se enfrenten durante la campaña sobre asuntos internacionales puede reducir la politización de los mismos y por tanto favorecer por una parte el debate riguroso sobre los asuntos, y por otra disminuir el coste de las transacciones y acuerdos entre partidos.
Conviene tomar algo de distancia con este razonamiento por dos motivos. En primer lugar, hay que distinguir distintas formas de politización. En una democracia no se puede identificar automáticamente la politización con la falta de sentido de Estado. En esta línea, la creciente politización de los asuntos europeos demuestra que es compatible confrontar programas políticos relativos a la política exterior con una comprensión compartida entre partidos de los grandes intereses de España en la Unión Europea. En segundo lugar, la fragmentación del panorama electoral debe transformar qué se entiende por política de Estado. No será raro que el futuro ministro de Exteriores pertenezca a una formación diferente de la del futuro presidente. Por lo tanto, el reto de los futuros pactos de Estado en política exterior pasará por la capacidad del gobierno de incluir a más actores –partidarios y de la sociedad civil– que a los que hasta ahora han gobernado, pero también por entender que en este escenario ningún actor debe tener poder de veto.
Cristina Manzano | Directora de esglobal.org @MANZANOCR
Sí, es posible. Pese a las divisiones de todo tipo, la política exterior es una de las auténticas políticas de Estado, especialmente en un país cuasi federal como España.
Por mucho que se ignoren las cuestiones internacionales en el día a día –la presente campaña electoral es una muestra más que flagrante-, España forma parte de una realidad europea y global que conlleva una serie de compromisos y obligaciones ineludibles. Por mucho, además, que la distancia en múltiples cuestiones entre las principales formaciones políticas parezca no dejar de agrandarse, en lo que toca a nuestro papel en el mundo, existe algo que se acerca el consenso.
Ninguna cuestiona nuestra pertenencia a la Unión Europea, ni la necesidad de reforzar el peso y la presencia española en la toma de decisiones, aunque sí varían los enfoques sobre cómo avanzar en la integración. Ninguna cuestiona tampoco nuestra especial relación con Iberoamérica, aunque sí aparezcan matices muy diferentes entre ellas, de carácter ideológico, a la hora de abordar la crisis venezolana o la relación con países como Nicaragua y Cuba.
La historia y la experiencia recientes demuestran que, una vez que un partido llega al gobierno, existe un alto grado de continuismo en política exterior. Es algo que se refleja en los mismos programas electorales: PP y PSOE, los tradicionales, proponen en los suyos líneas bastante clásicas, igual que Ciudadanos. Podemos aplica un enfoque más transversal con los Derechos Humanos como principal hilo conductor. Solo Vox, con su visión anacrónica y autárquica, se sale del guion.
Pero la política exterior española necesita recuperar presupuestos y medios para estar a la altura de los desafíos; y, sobre todo, necesita voluntad política para hacer de ella una herramienta realmente estratégica, con visión e iniciativa.
Pol Morillas | Director, CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) @POLMORILLAS
Los debates broncos entre candidatos han sido como aquel árbol que nos impide ver el bosque. Detrás de la política de pactos o Cataluña han quedado escondidas buena parte de las propuestas electorales de los partidos, en especial las referentes a la política exterior y europea.
Incluso las elecciones andaluzas consiguieron vincular mejor lo interno con lo externo, al tratar las relaciones con Arabia Saudí tras el asesinato del periodista Khashoggi como algo que podía afectar el futuro de los astilleros de Navantia en Cádiz. Cuesta entender cómo, para estas generales, la posición de España en la UE tras el Brexit, la política migratoria o la lenta recuperación económica en el contexto de poscrisis del euro no se hayan tratado como asuntos clave de la agenda doméstica.
La ausencia de debate internacional y europeo también puede interpretarse como falta de interés por parte de los candidatos o como exceso de consenso entre los partidos que representan. Lo primero contrasta con la extrema politización a la que se ha visto sometida la agenda europea en muchos países de la Unión, convirtiendo a España en una rara excepción. Lo segundo podría dar paso al estallido del consenso cuando otros partidos (véase Vox) exploten la ausencia de un debate político sano para fomentar su discurso euroescéptico a la Orbán o Le Pen.
Una política exterior de Estado y consensual pero faltada de debate es una receta cortoplacista. En un momento en el que la distinción entre agendas interna e internacional desaparece, las voces del disenso aprovechan su politización para sacar rédito político en forma de euroescepticismo. En esta campaña, los cuatro principales partidos se han pegado un tiro en el pie al no debatir sus visiones de política exterior.
María Solanas | Directora de Programas del Real Instituto Elcano @MARIA_SOLANASC
Es deseable, hay ciertos mimbres, y sería sin duda apreciado por la sociedad española que, según estudios de opinión recientes del Real Instituto Elcano, y en la medida en que se ha ido globalizando, ha ido aumentando su interés en lo internacional. En cierto modo y aunque pueda resultar contraintuitivo, la ausencia de la política exterior en el contexto de la actual campaña electoral también revela que, en sus principios esenciales y con excepciones puntuales, la política exterior está fuera del debate partidista. O dicho de otro modo, que las posiciones entre las principales formaciones políticas no están excesivamente alejadas. Una mirada rápida a los programas electorales corrobora esta afirmación, como también constatamos en las elecciones generales celebradas a finales de 2015. No es este un punto de partida menor, y cabe recordar que, durante los primeros 25 años de nuestra democracia, una política exterior elaborada sobre un principio de acuerdo básico en torno a la pregunta “qué país somos” fue extraordinariamente eficaz para reinsertar a España en el mundo.
Junto al consenso político, existe también un consenso social en torno a algunos ejes clave como el compromiso con el proyecto europeo, el apoyo al multilateralismo y a los mecanismos de gobernanza global, o el creciente respaldo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Hay elementos para alcanzar, entre las principales fuerzas políticas, principios de acuerdo sobre las grandes líneas de la política exterior, haciendo de ella una política de Estado.
Adicionalmente, en tiempos de fragmentación y de polarización, preservar a la política exterior de la batalla partidista permitiría también una discusión de fondo sobre las tres o cuatro prioridades, lo que no significa renunciar al debate crítico y la confrontación de posiciones distintas. El país que queremos ser hoy es muy distinto del que queríamos ser hace cuatro décadas. Forjar consensos no significa desideologización (la exterior también es política), pero salvaguardarla, como se ha hecho, y bien, con otras políticas, la haría infinitamente más eficaz y contribuiría a engrasar el necesario diálogo, el pacto y el acuerdo que será ya imprescindible en toda la acción política sea local, nacional o internacional. Una política exterior de Estado sería más consistente y creíble, y tendría también la virtud, en este nuevo contexto, de ser elemento de cohesión. Mimbres existen. Hay que hacer el cesto.