El recientemente destituido consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump, John Bolton, afirmó en 1994 que Naciones Unidas no existía. “Si el edificio de Nueva York [sede de la organización] perdiera diez pisos, daría igual”, remachó. Un cuarto de siglo después, opiniones como las de Bolton parecen extendidas, en un mundo dominado de nuevo por el interés nacional más estrecho de miras: los América Primero, Rusia Primero, Brasil Primero… Los desafíos globales, sin embargo, se amontonan, interpelándonos a todos. Preguntamos a los expertos qué ONU necesita hoy el mundo.
¿Qué ONU necesita el mundo?
ANA PALACIO | Ministra de Asuntos Exteriores entre 2002 y 2004. @anapalacio
El mundo necesita, más que nunca, una ONU sólida, eficaz y eficiente. Las grandes cuestiones que nos interpelan son cada vez más complejas y están interconectadas. Requieren una cooperación versátil y de base amplia, precisamente del tipo que la ONU puede facilitar. Así, la pregunta que nos debemos hacer no es qué ONU necesita el mundo, sino cómo fortalecer la ONU que tenemos.
Las instituciones internacionales pueden contribuir a construir y conformar el orden mundial. Pueden encauzar su desarrollo y prevenir el cataclismo. Pueden facilitar la cooperación y crear las condiciones necesarias a la previsibilidad en las relaciones internacionales. Esto, y más, está en el activo de la ONU. Sin embargo, lo que no podemos pedir a estas instituciones, y en particular a la ONU, es que vayan por delante de las realidades geopolíticas.
Esa fue la lección de la Sociedad de Naciones. Y quedó patente en la ONU durante los años de la guerra fría. Así, por dar un solo ejemplo, el comercio mundial no se abrió hasta la década de 1990, cuando la geopolítica había cambiado. Hoy, en nuevos tiempos de mutación, debemos tener esta experiencia muy presente.
La era iniciada con la caída del muro de Berlín, en que la estabilidad fue aumentando, ha creado una cierta complacencia de la que la ONU ha participado. El orden mundial liberal triunfante en este periodo situó a la ONU, y los ideales compartidos, en el corazón de la gobernanza.
Hoy ese orden se está desvaneciendo. Cambian los equilibrios de poder; regresa la geopolítica. Y la ONU pierde centralidad en los debates entre grandes poderes que determinan las relaciones internacionales. Pero este parlamento del mundo, que enraíza a la ONU, es una plataforma extraordinariamente valiosa. Durante los años de incertidumbre que vivimos, es responsabilidad de todos aquellos que creemos en el multilateralismo mantener a esta constelación de instituciones bajo el paraguas universal, buscando las oportunidades de reforzarla con realismo.
JOSÉ ANTONIO SABADELL | Diplomático español y Asociado al Programa “Futuro de la Diplomacia” de Harvard Kennedy School.
Dos elementos contradictorios definen esta reflexión: primero, el brutal incremento de la interdependencia, tanto global como regional. Nos enfrentamos conjuntamente a retos que no pueden ser abordados por un solo Estado: cambio climático, globalización de la economía, riesgo de pandemias, armas nucleares, presión migratoria, aceleración del desarrollo tecnológico…
Segundo, el debilitamiento de los ya de por sí limitados instrumentos de gestión de la interdependencia. El multilateralismo se reemplaza por un sistema de relación entre Estados basado en la definición de los intereses nacionales de manera estrecha y aislada; una geopolítica y una geoeconomía en la que cada actor usa todos los recursos de que dispone (políticos, económicos, jurídicos) para defender estos intereses individuales, tratando toda interacción como un juego de suma cero; y la marginación de las visiones e instrumentos que pretenden defender el interés general o al menos a hacer compatibles los diferentes intereses en juego.
En el fondo, estamos en una versión global de la tragedia de los comunes: varios individuos, actuando racionalmente pero sin coordinación para defender sus intereses, acaban destruyendo un recurso compartido, aunque ello se traduzca en una situación peor para todos y cada uno de ellos. En la situación actual esta visión de túnel equivale a pelearse por un camarote mejor durante el naufragio del Titanic.
La ineficacia de las instituciones multilaterales para hacer frente a estos retos ha generado una frustración y una desconfianza que ha llevado a algunos a desentenderse de ellas, cuando en realidad la respuesta racional y realista debe ser reforzarlas. La noción de comunidad internacional nunca ha sido tan relevante, y debe ser la base para la refundación del multilateralismo. En un momento en que nos enfrentamos a retos existenciales, es necesario asegurar que el arco de la Historia no se aleja del interés común.
FRANCISCO JAVIER SANABRIA VALDERRAMA | Embajador de España en Polonia.
La ONU no está en su mejor forma: “La paciente frisa los 75 años, acusa cierto sobrepeso, presenta un cuadro degenerativo con episodios de parálisis. Mantiene intactas sus facultades cognitivas con el consiguiente sufrimiento psicológico por sus limitaciones. Requiere de un tratamiento reconstituyente en previsión de una cirugía reparadora de los tejidos vitales atrofiados”.
La ONU dista de satisfacer los propósitos que le asigna su Carta. Urge reformar el Consejo de Seguridad, incrementar los poderes de la Asamblea General, perfeccionar los mecanismos sancionadores de las violaciones del Derecho Internacional y Humanitario y elevar el nivel de exigencia en el Consejo de Derechos Humanos.
La ONU falla especialmente en su cometido primordial: mantener la paz y la seguridad internacionales. La paz y la seguridad son responsabilidad de todos los miembros de la organización. El Consejo de Seguridad actúa en su nombre. Se impone “democratizarlo” y “profesionalizarlo” como agente de paz ampliando el número de miembros no permanentes, introduciendo una cuota de mandatos de mayor duración con posibilidad de una reelección, suprimiendo el veto en conflictos con crímenes masivos y arbitrando una rendición de cuentas más estricta ante la Asamblea. Tales reformas necesitan de un amplísimo consenso y de la aquiescencia de los cinco miembros permanentes. Las divisiones profundas de hoy (por Siria, Crimea, Ucrania, por la aplicación de la resolución 1973 en Libia…) conducen a la melancolía. Sepamos perseverar y esperar.
Hay que insistir en la universalización de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional. Se acumulan –y es descorazonador– las violaciones flagrantes del Derecho Internacional y la impunidad por genocidios y crímenes de guerra. Sin rendición de cuentas, no hay ley ni justicia.
También se ha de avanzar en la Responsabilidad de Proteger para impedir o detener las violaciones y los abusos sistemáticos de los derechos humanos frente al parapeto de la no injerencia.
Sigamos “soñando caminos de la tarde” y confiemos en que el esfuerzo colectivo y cooperativo por alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 en que estamos inmersos opere como un reconstituyente y facilite a medio plazo los necesarios acuerdos que permitan acometer las reformas apuntadas.
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