“Los políticos españoles cuentan con un electorado extremadamente pro-europeo”, escribía recientemente el columnista de Financial Times Martin Sandbu. “Pero a menudo no parecen tener políticas públicas que defender” en la Unión Europea. Esta actitud refleja indecisión respecto a con qué socios europeos debe España alinearse. ¿Con Francia, como sucedió durante la conformación de la nueva Comisión Europea? ¿Con un eje franco-alemán que pasa por momentos difíciles? ¿Optar por geometrías variables? Preguntamos a diferentes expertos al respecto.
¿Hay vida fuera del eje franco-alemán? ¿Y dentro?
JOAQUÍN ALMUNIA | Exvicepresidente de la Comisión Europea y exministro. @AlmuniaJoaquin
El peso de Francia y Alemania en la UE es determinante, por razones históricas, políticas y económicas que van a seguir presentes a pesar de los muchos cambios habidos en las últimas décadas. Las ampliaciones de la Unión han añadido heterogeneidad y complejidad, con nuevas voces alrededor de la mesa y diferentes prioridades y sensibilidades. Ahora, el Brexit introduce cambios en las relaciones de fuerza entre los países. Pero la relevancia del eje franco-alemán sigue siendo una realidad, a veces incómoda pero indiscutible. Si ambos países coinciden en el apoyo a nuevas estrategias, o en el ajuste de las ya establecidas, es prácticamente imposible que cualquier otra alternativa pueda imponerse. Todo lo más, cabrá la posibilidad de contribuir a adaptar la posición franco-alemana para dar cabida a otras propuestas, dificultando entre tanto la puesta en marcha de lo que París y Berlín desean. Y cuando entre ambos no existe acuerdo, como ahora sucede en algunos temas, tampoco hay hueco para las iniciativas que puedan surgir desde otras capitales, y la integración europea sufre las consecuencias de la parálisis.
Confiar en la capacidad de ejes alternativos confrontados al formado por Francia y Alemania solo sirve para alimentar tensiones carentes de cualquier eficacia. En definitiva, la mejor estrategia para los demás países de la UE debiera consistir en convencer a Francia y Alemania de que la mejor defensa de sus propios intereses pasa, además de por un acuerdo entre ambos, por prestar atención a los de sus demás socios, para definir así el interés general de toda la Unión.
BELÉN BECERRIL | Subdirectora del Instituto Universitario de Estudios Europeos. @Belen_Becerril
Es difícil exagerar el papel que el eje franco-alemán ha jugado en la historia de la integración europea desde que, en 1963, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer sellasen la reconciliación en el Tratado del Elíseo. Sobre esta base, y animado por el entendimiento personal de Giscard d’Estaign y Helmut Schmidt, primero, y por François Mitterrand y Helmut Kohl, después, el motor franco-alemán ha impulsado durante décadas la integración europea. Incluso después de las últimas ampliaciones, el entendimiento entre ambos Estados sigue siendo fundamental para el progreso de la integración.
España, que tanto se juega en el éxito de un proyecto europeo muy cuestionado en nuestros días, debe estar cerca del motor franco-alemán. Esto no es incompatible con el fortalecimiento de otras relaciones bilaterales y la formación de las coaliciones que convengan a los intereses de España en cada caso. Y tampoco lo es con el necesario respeto al marco institucional europeo que garantiza el equilibrio entre los intereses de los gobiernos y los de las instituciones supranacionales que representan el interés común.
JORGE DOMECQ | Diplomático.
Un eje necesita estar alineado y dudo mucho que hoy por hoy podamos afirmar que Francia y Alemania vean de la misma manera cómo avanzar la UE y potenciar su proyección exterior. Desde el uso y tamaño del presupuesto comunitario al desarrollo de lo que debe ser una defensa europea más operativa y eficaz. Más que eje, creo que el término “motor” describe mejor lo que la pareja franco-alemana representa, y seguirá representando, para la UE. Con la salida de Reino Unido, el peso relativo de Berlín y París ha crecido en la toma de decisiones en Bruselas, pero sin lugar a dudas el proyecto europeo no es viable ni sostenible a medio plazo si en su definición no participan y contribuyen otros países miembros, en particular los de talla media.
Una UE con un entorno internacional más competitivo (viejos aliados que condicionan su ayuda y apoyo, un Reino Unido que intentará una política agresiva de negociación con la Unión y nuevas potencias con intereses/objetivos opuestos a los de Europa en temas que van desde el cambio climático a la defensa de las libertades), con una curva demográfica a la baja y un considerable atraso digital (no hay una sola plataforma digital europea, por lo que aunque no vamos a la zaga en inteligencia artificial no tendremos las bases de datos necesarias para explotar su potencial), necesitará tomar muy pronto decisiones importantes para dotarse de la talla crítica que le permita seguir siendo relevante a escala global. La convergencia de opiniones de Francia y Alemania es imprescindible, pero no suficiente.
JOSÉ MARÍA LASSALLE | Ensayista, exsecretario de Estado de Cultura y Agenda Digital de España.
La consumación del Brexit sitúa a Europa ante la urgencia de rediseñar su liderazgo interno. La salida británica descompensa geopolíticamente el continente. Los intereses atlánticos quedan desdibujados y Europa corre el riesgo de verse atrapada por una visión centroeuropea que desplace el eje continental hacia el Este y los Balcanes. Alemania y Francia se ven reforzados como protagonistas del liderazgo europeo, pero ambos están en jaque por la presión de una extrema derecha que debilita su estabilidad interna.
La parálisis italiana refuerza la urgencia de encontrar interlocuciones que compensen el nuevo juego de fuerzas interno. España y Portugal podrían asumir un papel de complementariedad al eje franco-alemán, ejerciendo un protagonismo estratégico que engarzara el Mediterráneo y el Atlántico. Un papel que reforzara la conexión europea con América Latina, el Caribe y África. Áreas geográficas fundamentales para una Europa que necesita tejer alianzas y complicidades estratégicas frente a los dos actores globales que se disputan la hegemonía mundial, Estados Unidos y China.
España y Portugal necesitan reforzar su posicionamiento interno dentro de Europa y trabajar juntos una reflexión que permita redefinir áreas de intereses donde jugar un papel relevante. Nunca hasta ahora ambos países han decidido compartir ese esfuerzo. Esta circunstancia podría inaugurar una agenda bilateral distinta alrededor de una proactividad que supere la conllevancia actual. El Brexit y la crisis política italiana pueden favorecer un relato que, alrededor de una idea de mediterraneidad atlántica, impulse la colaboración de Portugal y España en torno a unos intereses geopolíticos que refuercen la idea del Sur alrededor del vector atlántico y norteafricano. Un relato complejo que puede buscar colaboraciones en la fachada atlántica con Irlanda y Francia, y en el área mediterránea con Francia, Malta, Italia, Grecia y Chipre. El objetivo sería dinamizar los intereses del Sur de Europa y abrirlos hacia dos áreas globales fundamentales como son América y África.
ANA PALACIO | Ministra de Asuntos Exteriores entre 2002 y 2004. @anapalacio
Hay vida, incluso vida inteligente (en un sentido amplio) dentro y fuera del couple. Y esta no es una declaración arriesgada. No sé de nadie que haya declarado la muerte cerebral de toda o parte de la UE (como sentenció el presidente francés, Emmanuel Macron, con respecto a OTAN). Eso sí, el proyecto europeo está en proceso de mutación, y por ello confunde.
El principal reto de la UE hoy es, precisamente, superar este estado de confusión. Una confusión que se viene fraguando desde hace tiempo y emerge en la fragmentación de la representación ciudadana europea, que solo en parte consecuencia del Brexit, que hoy queda apantallada por los debates del Pacto Verde Europeo y el presupuesto plurianual.
Para el avance de Europa –para su supervivencia- necesitamos realismo. La historia de la construcción europea está jalonada de periodos comunitaristas y periodos de preponderancia de los Estados miembros como actores históricos. Hoy, tenemos que admitir la tendencia a la renacionalización de políticas y competencias. Empezando por los componentes del motor tradicional del proceso, Francia y Alemania, que consumidos por sus asuntos internos, carecen de energía para promover, más allá de la retórica, un planteamiento común estratégico y ambicioso. La última nota confirmatoria de esta deriva no es otra que la dimisión de Annegret Kramp-Karrenbauer, y la acefalia -y previsible lucha por el poder- en la CDU.
Y mientras, en nuestro alrededor, el mundo sigue evolucionado. A velocidad de vértigo. Si los europeos aspiramos a un futuro, este futuro pasa por una Europa ágil, activa, impregnada de creatividad y flexibilidad. Que aparte inercias y rigideces institucionales para constituir grupos de Estados motivados en una empresa común que avancen juntos en distintas áreas.
Para evitar debilitamiento y estancamiento, no tenemos alternativa. Vida sí; vida menos convencional que hará a más de un ortodoxo poner el grito en el cielo. Vida al fin, vida útil, vida de y para el futuro.
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA | Director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations (ECFR). @jitorreblanca
El debate sobre optar entre sumarse al eje franco-alemán o constituir un eje alternativo con Italia no tiene mucho sentido. España ha dado algunos bandazos en esta cuestión, rivalizando inútilmente con Italia en torno al supuesto sorpasso cuando la realidad es que los intereses italianos y españoles en dos asuntos cruciales: Mediterráneo-norte de África (migración incluido) y gobernanza del euro no es que sean complementarios, sino idénticos. Pero aprovechar esa sinergia en absoluto debe llevar a confrontar con el eje franco-alemán. Ese eje es una realidad, y muy poderosa, y hay que trabajar con él a fondo para lograr avances en el proyecto de integración. En la UE pos-Brexit, los cuatro grandes pueden lograr muchas cosas si trabajan juntos, pero si se enredan en viejos reflejos geopolíticos no avanzarán nada.
GEORGINA WRIGHT | Investigadora senior en el Institute for Government de Reino Unido. @GeorginaEWright
La UE lleva pensando desde hace mucho tiempo sobre su papel en el mundo; sobre si lo puede hacer mejor y cómo. En seguridad y defensa, Alemania y Francia reconocen que necesitan hacer más, pero no se ponen de acuerdo sobre cómo hacerlo. Emmanuel Macron fue elegido como presidente de Francia con una apasionada agenda proeuropea, pero sus ideas para la reforma de la UE –desde la zona euro, hasta el pacto migratorio y el comercio– no siempre han tenido buena acogida en Alemania. Además, los alemanes han retrocedido algunos pasos en la UE debido a las largas negociaciones para formar la coalición de gobierno y, ahora, a causa del debate sobre la sucesión de Angela Merkel. Aunque Alemania y Francia han estado intensificando sus relaciones y trabajando juntas, se ha abierto un gran espacio en la UE para que participen otros actores.
Ya antes del referéndum del Brexit, la UE estaba pensando en cómo hacer las cosas de manera diferente. Los cinco escenarios de futuro presentados por el expresidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker en septiembre de 2017 mencionaban la posibilidad de diferenciación: por un lado, los Estados miembros que hacen más y pueden hacer más y, por otro, aquellos que quieren hacer menos y hacen menos. Este planteamiento le daba al eje franco-alemán la oportunidad de prosperar en ámbitos de interés común, al tiempo que dejaba la puerta abierta a nuevas y flexibles coaliciones de Estados miembros en diferentes campos. También será interesante ver hasta qué punto existe un espacio para la cooperación con terceros países como Reino Unido. Una UE verdaderamente geopolítica debe pensar de forma creativa.