¿Qué relación transatlántica está diseñando Donald Trump?
Esta semana Europa mira hacia Estados Unidos, que acaba de celebrar unas elecciones legislativas clave. En ellas, los republicanos han perdido la mayoría en la Cámara de Representantes, aunque mantienen el control del Senado. A raíz de este revés, Donald Trump tendrá más difícil avanzar en su agenda política. Sin embargo, los movimientos tectónicos que su llegada a la Casa Blanca puso en marcha siguen su curso, inexorables. En un intento de ir más allá de la política electoral, preguntamos a los expertos por una de esas placas tectónicas en movimiento, la cambiante relación entre EEUU y Europa.
Mariano Aguirre | Autor de Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos (Barcelona: Icaria editorial, 2017). @AguirreErnst
En enero de 2018, The New York Times se preguntaba si “la relación transatlántica ha muerto”. Desde que Trump llegó a la Casa Blanca esta pregunta recorre los ministerios de Asuntos Exteriores de los países de la OTAN. La pregunta se ha repetido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En décadas pasadas las cuestiones fueron sobre qué relaciones mantener con la antigua Unión Soviética, si desplegar o no misiles de medio alcance en Europa, el grado de independencia de la fuerza nuclear francesa o las intervenciones militares en Vietnam o Irak. Pero había principios básicos que unían a los dos lados del Atlántico: democracia, derechos humanos, imperio de la ley (aunque no siempre se aplicaran en sus relaciones con el entonces denominado Tercer Mundo). Había, además, consenso absoluto alrededor del liderazgo de EEUU. Ahora las cosas son diferentes.
En primer lugar, si el atlantismo fue el punto de referencia durante seis décadas, hoy no es posible discutir sobre poder global sin incluir a China, Rusia e India y, aunque ahora debilitados, a Brasil y Suráfrica. Segundo, aunque políticos y think tanks se esfuercen por presentar a Trump como un problema pasajero, EEUU sufre una grave crisis de legitimidad externa. Trump es una expresión grotesca del sobre esfuerzo que ese país hace desde la presidencia de George W. Bush por mantener un liderazgo cuestionado por otras potencias y disminuido por sus incapacidades. Para compensar esta crisis, Washington ha intentado usar la fuerza (guerras de Irak y Afganistán), lanzar guerras comerciales (contra China y Europa), y subrayar su identidad blanca americana (en una sociedad irremediablemente multicultural). Tercero, ninguno de los tres principios mencionados son hoy palabra de fe en la política mundial. Se avanza hacia una época de autoritarismo, islas democráticas y formas híbridas.
El atlantismo podrá sobrevivir a Trump, pero deberá resituarse en un mundo multipolar, sin descartar que Europa se quede en eje atlántico, pero solo con Canadá.
Marc Bassets | Actual corresponsal de El País en París, fue hasta 2017 corresponsal en Washington DC. @marcbassets
Trump es más un acelerador que un transformador. Es un acelerador, brutal y desconcertante, de procesos que estaban en marcha antes que él llegase a la Casa Blanca. La relación transatlántica es un ejemplo. Los desaires a Angela Merkel, la amenaza de abandonar la OTAN, los amagos de guerra comercial, el entusiasmo por el Brexit, el coqueteo con Vladímir Putin, la declaración de que los europeos son enemigos: la lista de los desperfectos es larga. Trump es el presidente que abiertamente dice, por primera vez desde el fin de la guerra fría, que se desentiende de Europa. Esto resulta de su temperamento y visión. Pero también refleja una tendencia anterior. La petición a los países de la OTAN para que gasten más en defensa no es invento de Trump. Las batallas comerciales tampoco. George W. Bush ya dividió Estados Unidos y Europa. Y Barack Obama, que era europeísta, apuntó un alejamiento. Obama quiso ser el presidente del llamado pivote asiático: entendió que en la región Asia-Pacífico se jugaría la correlación de fuerzas del futuro; Europa quedaba al margen.
Tampoco es nueva la división interna europea, que ya se vio con Bush hijo. Las actuales fracturas europeas –y las estadounidenses, como se ha visto esta semana en las elecciones parciales– hacen que sea difícil hablar hoy de una Europa o unos Estados Unidos. Sí, el vínculo transatlántico se transforma, y quizá quede dañado irreparablemente, pero quizá esto empuje a una verdadera autonomía Europea. Si esto sucede, no será solo por Trump, sino porque ambas partes se han transformado, EEUU y Europa.
Jorge Dezcallar | Embajador de España. @JORGE_DEZCALLAR
En mi opinión, lo que Trump ha hecho es debilitarlo al dar al traste con la política exterior estadounidense de las últimas décadas, que veía una sólida relación con Europa como un elemento esencial para su propia seguridad. Europa hoy está irritada no con EEUU, sino con el actual inquilino de la Casa Blanca.
En el plano económico, Trump ha guardado en un cajón el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (que también tenía detractores en Europa), y ha impuesto sanciones a nuestras exportaciones de aluminio y acero mientras critica el déficit comercial con Alemania. Su abandono del Acuerdo de París sobre el cambio climático disminuye la eficacia de nuestros propios esfuerzos. Nos preocupa también mucho la guerra comercial desatada con China. Trump acelera el paso de un mundo multilateral a otro multipolar y eso tampoco es bueno.
En el plano político, Trump ha provocado una tormenta al pretender imponer a los europeos su política de sanciones a Irán tras su unilateral abandono del PIAC. Su pretensión de extraterritorialidad no es nueva, ya la sufrimos con las anteriores leyes Helms-Burton y Kennedy-Amato. Ahora a la irritación se añade la frustración de no poder impedir sus efectos. Tampoco han gustado en Europa sus apoyos explícitos a los regímenes ultraconservadores de Hungría o Polonia, que amenazan pilares tan básicos como la separación de poderes o la independencia de la prensa.
En el plano de la Defensa han causado consternación sus dudas sobre la aplicabilidad del artículo 5 de la OTAN que prevé la defensa mutua entre socios en caso de agresión, y ha molestado la forma en que nos exige una mayor contribución económica a la defensa colectiva, aun reconociendo la validez de argumentos que ya esgrimió Obama. Su posición es que esta situación es insoportable a la vista de nuestro superávit comercial.
El vínculo trasatlántico es muy fuerte y no se romperá con Trump… pero lo está estirando hasta el límite. En el lado positivo, puede que esto sea lo que los europeos necesitemos para profundizar de una vez en una mayor integración que abarque aspectos tan importantes como la política exterior o la Defensa. Y si no lo hacemos desapareceremos por los desagües de la Historia junto con nuestro envidiable nivel de vida.
Jaime de Ojeda | Embajador de España en la OTAN (1983-1990) y en EEUU (1990-1996), es embajador residente en la Universidad del Shenandoah (Virginia).
Las economías de EEUU y de la UE están tan estrechamente vinculadas en todas sus dimensiones (productos, servicios, inversiones), constituyen el mayor bloque económico del mundo y la tercera parte del comercio mundial, que si un extraterrestre lo analizara no podría comprender por qué un bloque económico de tal magnitud está tan políticamente dividido.
En la actualidad las tarifas aduaneras son solo del 3%, de forma que el proyectado TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) intentaba eliminar el 3% de las barreras no tarifarias entre ambos gigantes. Al asumir la presidencia, Trump cerró las negociaciones pero ha permitido su reanudación en julio de 2018, aunque bajo otro nombre.
Justo después de las elecciones legislativas de noviembre de 2018 es difícil predecir lo que va a hacer. Aunque los republicanos hayan perdido la mayoría en la Cámara de Representantes han salido robustecidos en el Senado. El presidente se siente más fuerte que nunca. El renovado acuerdo de zona libre con Canadá y México solo mejora tecnológicamente el Nafta y añade algunas pequeñas ventajas para EEUU en el sector laboral y automovilístico. Esto nos permite pensar que el presidente podría hacer lo mismo con la UE. No irá en contra del enorme interés que tienen las grandes finanzas e industrias.
Sin embargo, los temas que predominaban en las negociaciones eran: la salud y productos farmacéuticos, protección del consumidor y seguridad alimenticia, medio ambiente y cambio climático, regulación de la banca y otros servicios. Ninguno de estos temas es del gusto de Trump ni la UE estaría dispuesta a ceder. Así pues, lo más probable es que todo siga como hasta ahora.
Pablo Pardo | Corresponsal de El Mundo en EEUU. @PabloPardo1
Desde el punto de vista de las grandes líneas políticas, cabría preguntarse si Trump está transformando o si está simplemente dañando, de forma irreversible, el vínculo trasatlántico. Con el actual presidente, la política de EEUU hacia Europa viene marcada por una ideología que considera a la UE, con su institucionalismo supranacional, el epítome del enemigo «globalista» al que él se opone. Los países a los que Trump considera más cercanos en la UE, como Italia, Polonia o, hasta cierto punto, Reino Unido, son los países más problemáticos para la UE. A eso se suma su rechazo a todo tipo de «gran estrategia», sobre todo en política internacional, lo que implica cuestionar todo el atlanticismo que EEUU ha articulado en las últimas siete décadas.
En el terreno de las realidades políticas, económicas y estratégicas, la cosa es más confusa, porque no todos en el equipo de Trump comparten su posición con respecto a Europa. Los europeos están teniendo que aprender a tratar no solo con un presidente volátil al que desprecian y temen al mismo tiempo, sino con una administración dividida, en la que coexisten abiertos aislacionistas opuestos a la idea de la UE, como John Bolton, con atlanticistas pragmáticos como James Mattis o incluso Mike Pompeo. Eso introduce un elemento de confusión y caos adicional en la relación. Así, el enfrentamiento en áreas como el Tratado de París, el libre comercio e Irán no se corresponden necesariamente con la situación de las relaciones en otros ámbitos, como la cooperación antiterrorista o, incluso, la postura de la OTAN con respecto a Rusia.
A un nivel personal, el rechazo muto y reciproco entre muchos líderes europeos hacia Trump es palmario, sobre todo después de que los intentos de apertura a un nivel personal de Macron y Merkel acabaran en un fracaso absoluto.
En resumen: Estados Unidos ha transformado la frialdad manifiesta hacia la UE de Obama en hostilidad. Los europeos se han dado cuenta de que ya no son un aliado tan trascendental para EEUU como antes. Por ahora, sin embargo, no hay un cambio en el status quo. Ninguna de las dos partes ha mostrado capacidad ni verdadero interés en reemplazar el actual marco de relaciones, que es heredero de la Guerra Fría, en otro nuevo. El resultado es, simplemente, un deterioro del vínculo trasatlántico sin alternativas que lo reemplacen.