Lo que empezó, si es que se puede poner una fecha exacta, con el brutal ataque de Hamás y la posterior invasión israelí de Gaza, continúa dejando un panorama desolador y repleto de incógnitas sobre el futuro de Israel y la eterna frustrada causa palestina. La crisis de legitimidad que experimentan los actores a ambos lados de este conflicto asimétrico les ha conducido a buscar apoyos internacionales que se sumen a sus respectivas cruzadas políticas y étnico-religiosas.
Mientras la comunidad internacional se enreda en estos compromisos, agravados por la batalla mediática y la radicalización de posturas, el tiempo juega en contra para reavivar el agonizante proceso de paz, proteger a la población civil y garantizar la estabilidad en Oriente Medio. Por ello, nos atrevemos a preguntar ¿Qué implicaciones regionales y globales está teniendo (o podría tener) la guerra en Gaza? ¿Qué futuro le espera a la solución de dos Estados?
YOSSI ALPHER | Consultor y escritor sobre cuestiones estratégicas relacionadas con Israel. Autor de Death Tango: Ariel Sharon, Yasser Arafat, and Three Fateful Days in March.
Esta guerra comenzó el 7 de octubre como un violento desafío del Eje de la Resistencia –Irán y sus apoderados, empezando por Hamás– contra Israel y las monarquías árabes suníes de Oriente Próximo. Si Hamás y otros apoderados del Eje como Hezbolá salen “vencedores”, la causa islamista representada por Irán ganará influencia regional e incluso, con la ayuda de Rusia, mundial. Por el contrario, un éxito israelí derivado de dañar seriamente la infraestructura y el liderazgo de Hamás y lo suficiente a Hezbolá en Líbano como para restablecer una sólida disuasión, se entenderá regional y globalmente como un golpe a Irán, sus aliados (Siria, los Houthis de Yemen) y sus apoderados chiíes en Oriente Próximo. Esto podría facilitar un Oriente Próximo más tranquilo y reforzar tanto el perfil de Israel como el de Estados Unidos en la región.
La guerra lanzada por Hamás el 7 de octubre tiene a primera vista poco que ver con la solución de dos Estados. Hamás no apoya el diálogo con Israel ni la solución de los dos Estados, y el gobierno de Netanyahu en Israel también rechaza esta solución. El atentado del 7 de octubre pretendía ser un golpe islamista del Eje de Resistencia dirigido por Irán contra Israel y contra los aliados y asociados occidentales y árabes suníes que podrían apoyar un proceso de paz renovado.
Estados Unidos y la Unión Europea defienden el gobierno de la Autoridad Palestina en la Gaza de la posguerra como base para un proceso de paz. Ni la Autoridad Palestina ni el primer ministro Netanyahu son candidatos viables capaces de negociar una solución de este tipo. Peor aún, uno de los efectos de esta guerra puede ser una mayor influencia islamista en Cisjordania y un fortalecimiento de la derecha racista de Israel, ambos enemigos de una solución de dos Estados.
La Autoridad Palestina, tal y como está constituida actualmente, debe someterse a una reforma y reconstrucción radicales para poder optar a negociar y después gobernar un Estado palestino. En cuanto a Israel, aunque Netanyahu pague un precio político por la locura que condujo a esta guerra, es probable que su gobierno sea sustituido por personas de centro-derecha, no por el bando pacifista de Israel, que está políticamente en bancarrota.
Es cierto que la guerra demuestra una vez más que la solución de los dos Estados es la mejor manera de que judíos y árabes coexistan entre el río Jordán y el Mediterráneo. Sin embargo, las perspectivas a corto plazo de que se produzcan avances serios hacia una resolución por parte de dirigentes israelíes y palestinos viable y orientada hacia la paz no son alentadoras. Esto significa que incluso si la Franja de Gaza se tranquiliza tras una estrepitosa derrota de Hamás –en el mejor de los casos– las perspectivas de una coexistencia armoniosa entre israelíes y palestinos a corto plazo son escasas.
IGNACIO ÁLVAREZ OSSORIO | Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor de Qatar. La perla del Golfo. @IAlvarezOssorio
ISAÍAS BARREÑADA | Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid. Coautor de Palestina. De los acuerdos de Oslo al apartheid. @IBarrenada
La agresión militar israelí sobre la Franja de Gaza ocupada y la violencia combinada de soldados y colonos en Cisjordania ponen en evidencia cómo Israel responde ante un acto de resistencia palestina. Israel está mostrando su incapacidad ontológica y su falta de voluntad política para resolver la cuestión palestina sobre bases legales y de justicia. Ha respondido con furia y venganza desbocada, para demostrar su superioridad y encubrir su falta de propuesta política. En suma, Israel ha vuelto a poner en evidencia su carácter esencialmente colonial, lo que hace muy difícil un horizonte de paz y convivencia en la región. Todo ello fortalece al Eje de la Resistencia, los países y fuerzas políticas que contestan el proyecto sionista; y, sin lugar a duda, sitúa en una posición incómoda a aquellos que habían empezado a normalizar sus relaciones con Israel.
Por otra parte, la guerra ha puesto en evidencia las diferentes lecturas que hacen de lo que está ocurriendo, por un lado, el norte occidental, y por otro lado Rusia, China y la mayor parte del Sur global. La brecha existe desde hace tiempo, pero se ha acentuado con el nacionalismo de las vacunas, la guerra en Ucrania y ahora con la cuestión palestina. Quien va a sufrir más directamente este distanciamiento será la UE que, con su alineamiento con Israel y su falta de coherencia, ha perdido gran parte de su supuesta relevancia política. Es muy probable que toda la arquitectura euromediterránea y de vecindad sur se vea profundamente afectada.
Los palestinos tienen derecho a un Estado soberano; es uno de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino reconocidos por la comunidad internacional y recogidos en la resolución 3376 de la Asamblea General de Naciones Unidas (1975). La OLP asumió un costoso compromiso histórico de establecer un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, y con esa premisa se embarcó en el proceso de Oslo (1993). El problema fue que Israel nunca asumió su obligación de revertir la ocupación y retirarse; al contrario, aprovechó para intensificar la ocupación con más asentamientos, y con medidas unilaterales como el muro de Cisjordania o el bloqueo sobre Gaza. Hoy Cisjordania ha pasado de ser un territorio con algunos asentamientos israelíes a ser un territorio israelizado con enclaves palestinos en su seno. Israel ha creado unos hechos consumados que imposibilitan de facto la materialización de tal proyecto, con una sola autoridad estatal sobre todo el territorio, una población con derechos y otra sometida a las órdenes militares de la ocupación.
La fórmula más democrática sería sin duda una solución de un solo Estado, donde se reconocieran dos naciones y donde todos tuvieran los mismos derechos. Pero tal solución supone la renuncia del proyecto nacional judío del sionismo, y es obvio que las mayorías de las dos poblaciones no están dispuestas a ello. Si esto no es viable solo caben dos opciones: mantener la ocupación o hacer que tome cuerpo el Estado palestino de Cisjordania, Jerusalén este y Gaza. La desproporcional respuesta israelí parece dirigida a impedir cualquier diálogo a medio plazo y posponerlo ad infinitum. Los aliados de Israel tampoco parecen dispuestos a forzarle a asumir un compromiso. Además, la desocupación de los territorios palestinos debería extenderse también al Golán sirio ocupado. ¿Quién se cree que Israel acepte tal cosa a día de hoy
FRANCESCA CICARDI | Corresponsal en Oriente Medio (2008-2022) y periodista en elDiario.es. @FraCicardi
A nivel regional, la guerra pone en evidencia algo que se ha ido concretando en los últimos años: el mundo árabe ha abandonado a los palestinos y su causa, y ha optado por la realpolitik en el conflicto con Israel. Esa política quedó reflejada en los acuerdos de Abraham, firmados en Washington por Emiratos Árabes Unidos y Bahréin en 2020 para normalizar sus relaciones con Israel. Otros países árabes se sumaron después y todo indicaba que Arabia Saudí estaba a favor de hacerlo antes de que estallara la actual guerra. Esos Estados, pero también otros que no reconocen a Israel, solo han condenado la violencia –en ocasiones, con la boca pequeña– y no han tomado ninguna medida para apoyar a los gazatíes y presionar a Israel, frente a su mayor ofensiva sobre la Franja. Egipto y Jordania han sido los Gobiernos que más han levantado la voz, pero detrás de su postura hay intereses nacionales, ya que ambos países (el primero fronterizo con Gaza y el segundo con Cisjordania) no pueden permitirse la desestabilización que supondría una oleada de refugiados palestinos ni un conflicto prolongado, incluso de baja intensidad, al otro lado de sus fronteras.
A nivel global, la guerra pone de manifiesto otra cruda realidad: el doble rasero de Occidente –en especial, de Estados Unidos y la Unión Europea– a la hora de defender los derechos humanos y de posicionarse frente a una guerra injusta y a una fuerza ocupante. Ante la invasión rusa de Ucrania, la reacción de la comunidad internacional fue y es muy diferente, y las comparaciones son odiosas pero inevitables. Muchos se han preguntado por qué las potencias occidentales no sancionan a Israel tal y como lo hacen con Rusia o no ejercen más presión sobre Tel Aviv, que sale reforzado como el aliado occidental indiscutible –y todopoderoso– en Oriente Medio, por encima del gigante petrolífero saudí.
ITXASO DOMÍNGUEZ DE OLAZÁBAL | Coordinadora de Oriente Próximo y norte de África para la Fundación Alternativas y profesora asociada en la Universidad Carlos III de Madrid. @itxasdo
Durante muchos años, y especialmente cuando la atención se centra en Palestina como resultado de la intensificación de un “conflicto” profundamente asimétrico y caracterizado por la violencia sistémica, la respuesta comodín de gran parte de la comunidad internacional se ha centrado en llamar a la necesidad de reavivar el “proceso de paz” como única forma de alcanzar la “solución de dos Estados”. A la luz de la realidad sobre el terreno y de su evolución, debería quedar claro que esta fórmula (al igual que la llamada “solución de un Estado”, por cierto) ha perdido todo significado, si es que alguna vez lo tuvo. Esto es así porque esa “solución” es completamente inviable, sí, pero también porque el propio marco del “proceso de paz” fue concebido para eludir el derecho internacional como la única manera de “solucionar” el “problema” sobre el terreno.
El proceso de Oslo abría la puerta a que Israel continuara violando el derecho internacional, garantizando su impunidad siempre y cuando mostrara periódicamente interés en participar en la mesa de negociaciones; y cuando no lo hiciera, culpando a los palestinos de sabotear el proceso, obligándolos así a realizar un cada vez mayor número de concesiones. Comprobamos, por lo tanto, que este proceso, que en nada ha contribuido a alcanzar la paz, sí ha facilitado irremediablemente la multiplicación de las violaciones del derecho internacional en toda la Palestina histórica (el antiguo mandato británico), sin la más mínima voluntad de poner fin a ellas de forma definitiva, ya que eso pondría en peligro la naturaleza del régimen israelí. La verdadera “solución” sería poner fin a estas reglas cambiadas a mitad de juego que nos presentan cada ciertos años como un placebo definitivo, mientras los palestinos continúan viendo violados sus derechos humanos día tras día.
LEILA NACHAWATI REGO | Escritora, investigadora y profesora en la Universidad Carlos III de Madrid. @leila_na
Que lo que ocurre en Palestina e Israel trasciende lo local y tiene implicaciones regionales y globales es hoy más evidente que nunca. En esa onda expansiva que han supuesto el atentado de Hamás y el castigo colectivo israelí contra una población asediada, destaca la pérdida de legitimidad de todo un sistema internacional que, pese al predominio de sus miembros más poderosos, ofrecía ciertos marcos de protección de los derechos humanos.
Ante la campaña israelí de tierra quemada que se ceba en los sectores más vulnerables de población y que tanto recuerda a las tácticas de otros actores regionales, como el régimen sirio y su aliado ruso, queda patente la impotencia de las Naciones Unidas.
En palabras del reconocido intelectual sirio Yassin Haj Saleh, “el régimen sirio y sus aliados iraní y ruso han elevado el umbral de las monstruosidades posibles contra la población civil de un modo que ha beneficiado al régimen genocida de Israel”. Antes que ellos, como afirma el periodista Javier Espinosa, “la invasión ilegal de Irak resquebrajó el sistema internacional erigido tras la II Guerra Mundial, que la brutal ofensiva de Israel contra Gaza apoyada por Occidente ha terminado por hundir”.
Este hundimiento del sistema internacional y la impunidad que lleva asociada envía un mensaje aterrador tanto a actores dispuestos a violar los derechos humanos como a la ciudadanía de todo el mundo, sometida a la ley del más fuerte y cada vez más desprotegida ante potenciales abusos.
LAURENCE THIEUX | Profesora del Departamento de Relaciones Internacionales e Historia Global de la UCM. @lthieux
La salvaje respuesta de Israel a los ataques salvajes de Hamás, es también el resultado de un doble fracaso: el de las potencias occidentales y el de las potencias regionales en buscar activamente una solución justa para el pueblo palestino, sometido a una ocupación de 56 años como lo recordó recientemente el Secretario General de Naciones Unidas António Guterres.
Se trata de un episodio más, como lo recordaba el diplomático Ghassan Salamé, de un proceso de desregulación de la fuerza que no augura nada bueno para el futuro, si las potencias occidentales (EEUU y la UE) siguen con la actual pasividad y connivencia con los crímenes cometidos en la respuesta militar desproporcionada de Israel contra la Franja de Gaza incluyendo a su población civil y los más vulnerables. Las graves violaciones del derecho internacional que se están cometiendo han abierto la caja de pandora, dando rienda suelta a la perpetración de futuros crímenes.
Aunque los países de la región invocan el doble rasero de Occidente, y no les falta razón, también tienen mucha responsabilidad en lo que está ocurriendo hoy en Gaza. Las manifestaciones masivas de solidaridad con el pueblo palestino han recordado a las élites dirigentes de los países de la región que la cuestión palestina es un poderoso motor de movilización, cristalizando las aspiraciones de los pueblos a la justicia. No se puede obviar y los países que han apostado por la normalización con Israel tendrán que reconsiderar los parámetros de esta estrategia. Está en juego la misma sostenibilidad de los Estados, cuya resiliencia autoritaria no puede ocultar un fuerte desgaste de legitimidad que la inacción ante la tragedia de Gaza no puede sino exacerbar.
La solución de dos Estados ha ido perdiendo sustancia a medida que la lógica colonial del proyecto sionista se afianzaba. La búsqueda de una solución justa para los palestinos pasa por el cumplimiento del derecho internacional como las resoluciones de Naciones Unidas, la opinión consultiva de la Corte internacional de Justicia sobre el muro y tantos otros compromisos no cumplidos. Israel tendría que desmantelar todas las colonias (150 asentamientos y 128 puestos avanzados en Cisjordania y Jerusalén Este). Otra medida fuerte para reencauzar el proceso es la liberación de los presos palestinos y en particular figuras claves como Marwan Barghouti, el “Mandela de Palestina” condenado a cadena perpetua en 2004, para permitir la recomposición de la escena política palestina, un paso clave para legitimar una autoridad palestina que se ha convertido más en un problema que una solución e invalidar el tradicional argumento israelí de la falta de interlocutor palestino para negociar la paz.
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