¿Cuál sería una agenda posibilista para la política exterior española en 2019?
Un escenario interno inestable, un Brexit aún sin resolver, unas cruciales elecciones europeas en mayo y una derecha populista en auge hacen todavía más compleja –y más imprescindible– la política exterior de España en 2019. Impulsar una política migratoria común, reforzar la presencia de españoles en las instituciones de la UE y renovar la Estrategia Exterior de 2014 son objetivos factibles en un contexto internacional en transformación. Cuatro expertos trazan una agenda posibilista para 2019.
Cristina Manzano | Directora de esglobal.org @ManzanoCr
Son tiempos para la audacia. Por primera vez desde hace más de década y media, España tiene un gobierno que demuestra interés por el mundo. Un gobierno, sin embargo, sobre el que inevitablemente pende la incógnita de la duración de su mandato. Por ello, al margen de las citas europeas e internacionales y del obligado día a día, una política exterior posibilista para 2019, pero audaz, podría girar en torno a dos ejes.
Por un lado, reforzar el despliegue exterior ya iniciado con un amplio ejercicio de pedagogía de cara a la sociedad española. Pedagogía no entendida en un sentido paternalista, sino como un deseo de involucrar a la ciudadanía en la importancia que el entorno internacional tiene para nuestro presente y nuestro futuro. Ese aspecto será especialmente crítico de cara a las próximas elecciones al Parlamento Europeo, con el desafío de movilizar a un conjunto de votantes tradicionalmente apático en estas convocatorias.
Por otro, el presidente Pedro Sánchez y el ministro Josep Borrell deberían identificar cuál quieren que sea su “legado” en política exterior. Y ese podría ser el de impulsar el gran debate europeo sobre la migración. Este es, sin duda, el tema que más está condicionando la política en el continente y que alimenta populismos y actitudes que creíamos desterradas. No ha habido, sin embargo, una conversación seria, profunda, auténticamente europea, que incluya a todos los actores implicados y que plantee soluciones a corto, medio y largo plazo. Un esfuerzo así debería incluir formatos innovadores de deliberación que incorporen también, obviamente, a la ciudadanía. Pese a los recientes acontecimientos, España sigue siendo un lugar de acogida, y no de rechazo, por lo que impulsar y acoger una iniciativa que permita ofrecer respuestas políticas a una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo dejaría una potente huella.
Ignacio Molina | Analista principal sobre Europa en el Real Instituto Elcano. @_ignaciomolina
La acción exterior española estuvo marcada en 2018, durante su primera mitad, por los estertores de la crisis catalana del otoño anterior y, en la segunda, por el imprevisto cambio de gobierno, lo que conllevó un cierto activismo inusitado (con amenaza de veto en Bruselas incluida, a cuenta de Gibraltar y el Brexit). Con todo, la fragilidad parlamentaria del ejecutivo impedirá que en el nuevo año se preste excesiva atención a la dimensión diplomática. El nivel político estará dominado por cálculos preelectorales que afectarán tanto a Moncloa, con Pedro Sánchez aprovechando la proyección internacional para subrayar su lado presidencial, como a Exteriores, como se acaba de ver a cuenta de los rumores sobre la posible candidatura de Josep Borrell para el Parlamento Europeo.
Siendo del todo deseable la continuidad del ministro para dotar de empuje y estabilidad a esta nueva fase de la política exterior, una agenda posibilista debe tener como prioridad absoluta una fuerte presencia en Bruselas/Estrasburgo. En un contexto post-Brexit donde se demanda más España, nuestro país debe ser capaz de generar ideas sobre el futuro de la UE (el presidente tiene la oportunidad de empezar a hacerlo en el discurso que pronunciará la semana que viene en el Parlamento Europeo) y de marcar su influencia a partir de junio, cuando arranque la nueva legislatura.
Un segundo objetivo, clave desde el punto de vista doctrinal y procedimental, es que se salde con éxito la evaluación y renovación de la “Estrategia exterior española de 2014”. Ojalá sirva para mejorar las estructuras de toma de decisiones (coordinación gubernamental y rendición de cuentas parlamentaria) y para reforzar los instrumentos (servicio exterior). Finalmente, será importante seguir recuperando el terreno presupuestario perdido durante la crisis en seguridad y defensa, cooperación al desarrollo, e internacionalización científico-cultural.
Pol Morillas | Director de CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) @polmorillas
España gozará de cierta ventaja comparativa en 2019 para promover una política exterior constructiva, sobre todo en Europa. A su favor juega el vacío de poder que deja el Brexit, difícil de rellenar en el corto plazo. Mientras que el liderazgo de Francia y Alemania se tambalea, el gobierno de coalición italiano parece convencido de que conseguirá mayores réditos políticos mediante el enfrentamiento con Bruselas. Polonia, la otrora esperanza de la renovación europea, hace años que anima el campo euroescéptico. En contra juegan la inestabilidad del gobierno de Pedro Sánchez, la dificultad de llevar a Bruselas una política de Estado y, en ocasiones, el foco en asuntos internos al relacionarse con Europa. Una agenda posibilista pasa por interiorizar los factores estructurales favorables y acompañarlos de una “vuelta a Bruselas”, batallando por puestos de alto nivel en la remodelación que seguirá a las elecciones europeas de mayo y sin olvidar a “fontaner@s” –o segundos niveles con influencia en la maquinaria bruselense–. En construcción europea, se buscan todavía ideas estratégicas para la reforma de las instituciones europeas tras el Brexit y que tomen en consideración las disfuncionalidades en la gestión de crisis europeas recientes. En política exterior, y aceptando que la española será europea o no será, debe marcarse en la agenda el 25º cumpleaños del Proceso de Barcelona en 2020 para promover una acción exterior ampliada hacia a los vecinos de los vecinos (sobre todo el Sahel) y renovar la mediterraneidad, aceptando que el Mediterráneo ya no es solo cuna de Estados, sino de sus sociedades, regiones y ciudades.
Martín Ortega Carcelén | Profesor de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). @globalmartin
“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, la famosa cita de Arquímedes se aplica muy bien a la situación política internacional. Ciertamente, no existe ese punto de apoyo en el espacio, y tampoco existen puntos de referencia para hacer avanzar las relaciones globales. Grandes ideas como la expansión de la democracia, la integración regional, el libre comercio o la construcción de una gobernanza global son solo ecos de la memoria reciente. Por tanto, el contexto en que debe moverse la política exterior española está desestructurado, y esto hace difícil ligar tal política a un proyecto o a un liderazgo. En Europa, Angela Merkel cede el testigo, y Emmanuel Macron, quien había elaborado el relato más atractivo, sufre debilidad interna, mientras Reino Unido se mira al espejo.
La política exterior española en 2019 no puede por tanto asociarse a una corriente de acción razonable, y conforme a nuestra posición tradicional de potencia media democrática y en favor del orden global. Pero, al final, esto importa poco. Porque a lo largo de este año el gobierno estará mucho más pendiente de cuestiones internas que externas. Más que de costumbre. Las elecciones europeas serán un test electoral o coincidirán con otras. La búsqueda de consensos políticos de Estado para la acción exterior puede olvidarse. El margen de acción de un gobierno cuya prioridad es pasar una reválida es muy limitado. Más que una agenda que podamos impulsar nosotros, hay que rogar a los hados que la agenda internacional que durante los últimos años se impone por sí sola a golpe de sorpresas no sea muy azarosa.
Y además, en #AgendaExterior: La reconstrucción de la confianza europea, por Juan Luis Manfredi