El proceso de desconexión entre Reino Unido y la Unión Europea vuelve a vivir una semana turbulenta. El Parlamento británico votó No al plan propuesto por Theresa May este martes, lo que aboga a una prórroga del plazo para la salida (fijada para el 29 de marzo), a una improbable renegociación o a un Brexit sin período transitorio ni condiciones pactadas. Los europeos miran con desconfianza el caos de la política británica, mientras se preparan para lo peor. En España, uno de los países con mayores lazos con Reino Unido (Gibraltar aparte, contencioso que ya abordamos aquí), los planes de contingencia se afinan. Preguntamos a los expertos qué se juega España, ya sea con un Brexit duro o blando.
José M. de Areilza Carvajal | Profesor de Esade.
Una eventual salida de Reino Unido sin acuerdo perjudicaría de forma especial a España, debido a la estrecha relación comercial y económica que existe entre los dos países. El rechazo frontal del Parlamento británico al tratado de retirada acordado con Bruselas se ha debido a razones muy diversas. No será nada fácil aprobar otro pacto antes del 29 de marzo de 2019. Tampoco en los meses siguientes si hay prórroga.
En cualquier caso, España debe trabajar para facilitar este tiempo de descuento. También, seguir reclamando que cualquier eventual nuevo acuerdo mantenga la idea central de que los británicos no pueden hacerse un traje a medida y permanecer solo en aquellos ámbitos del mercado interior que les favorece. Por supuesto, nuestro país no puede dejar de proteger sus intereses, como lo ha hecho hasta ahora, en el asunto de Gibraltar. Ante el shock de una salida abrupta y la dificultad extrema de pactar con Bruselas otro tratado que pueda aprobar Westminster, se abre la posibilidad de que los británicos opten finalmente por la permanencia en la UE. El presidente Sánchez ha sido uno de los pocos dirigentes europeos que ha apoyado la iniciativa de plantear una segunda consulta popular que revierta el Brexit. Es una decisión acertada, porque la salida de Reino Unido debilitará a la UE, por mucho que hasta ahora este proceso haya funcionado más como argamasa entre los Estados miembros que como dinamita.
Belén Becerril Atienza | Subdirectora del Instituto Universitario de Estudios Europeos. @Belen_Becerril
La retirada británica representaría, en primer lugar, un empobrecimiento de la UE, a la que España ha ligado su futuro. Con la salida de su miembro más reticente, el que con más empeño ha obstaculizado el avance de la integración, la Unión perdería también uno de sus socios más poblados, promotor de su mercado interior, contribuyente neto a su presupuesto, actor relevante en términos políticos, de seguridad y de defensa…
En segundo lugar, por su intensa relación económica y social con Reino Unido, España es uno de los Estados que más se juega con el Brexit. La dimensión del impacto, no obstante, depende en gran medida de los términos del divorcio, algo sobre lo que, a 10 semanas del 29 de marzo, reina la más absoluta incertidumbre.
Si finalmente se produce la salida, el mejor escenario para España sería la permanencia de Reino Unido en la unión aduanera y el mercado interior, algo que en principio fue descartado por el gobierno, pero que podría ser negociado tras la entrada en vigor del acuerdo de retirada. Un Brexit blando aseguraría la libre circulación de mercancías –crucial para las exportaciones españolas de bienes de transporte, agroalimentarios, maquinaria, productos químicos, textiles…– y de servicios –financieros, turismo, infraestructuras, telecomunicaciones…–, así como la libre circulación de personas, beneficiando a los cerca de 130.000 españoles que residen en Reino Unido y a los 300.000 británicos en España.
El peor de los escenarios sería un Brexit sin acuerdo, algo más probable tras la derrota del gobierno el 15 de enero. En tal caso, no habría período transitorio que permitiese a las empresas adaptarse, ni entrarían en vigor las medidas pactadas en el acuerdo de retirada para asegurar los derechos de los ciudadanos. Reino Unido pasaría a comerciar con la Unión en los términos de la OMC, entrando en vigor aranceles y obstáculos no arancelarios que afectarían de lleno a dos economías tan estrechamente vinculadas. El peor escenario para Reino Unido, pero también para España.
Salvador Llaudes | Investigador, Real Instituto Elcano. @sllaudes
El Brexit supone un reto existencial para la UE. Se trata de la primera vez que el proyecto europeo ha de gestionar la salida de uno de sus miembros y no la incorporación de un nuevo país a las estructuras comunitarias. En la medida en que sea capaz (como hasta la fecha lo ha sido) de mantener la unidad del proyecto, escenificada en la indisolubilidad de las cuatro libertades fundamentales, España verá satisfechos sus intereses. La UE tiene una importancia capital para nuestro país, siendo desde la época de la Transición parte indisoluble de su identidad nacional, su progreso material y su consolidación democrática.
Aparte, están las especificidades de la relación de España con Reino Unido, que provocan el deseo de que el futuro traiga las menores alteraciones y disrupciones posibles. Así, pese a la disfuncional relación política como consecuencia de la cuestión de Gibraltar, la relación económica y people-to-people difícilmente podría ser más intensa de lo que lo es hoy día. Además de los conocidos intereses económicos del Banco Santander, del Banco Sabadell o de Iberia, hay cientos de empresas españolas operando en Reino Unido, y viceversa. Reino Unido es el tercer mercado, tras Francia y Alemania, para las exportaciones españolas de bienes y servicios. Asimismo, Reino Unido se sitúa en segundo lugar (tras EEUU) tanto a la hora de invertir en España como de ser destino de las inversiones extranjeras directas españolas. Por no hablar de los más de 17 millones de turistas británicos en nuestro país o de los más de 300.000 británicos que habitualmente viven aquí, y los más de 120.000 españoles que lo hacen allí.
José Ignacio Torreblanca | Director de la oficina en Madrid y analista sénior del European Council on Foreign Relations (ECFR). @jitorreblanca
Pese a ser criticado por su euroescepticismo, Reino Unido es el país grande de la UE que más en serio se ha tomado el mercado interior y, especialmente, la libertad de establecimiento para las empresas y la apertura a la inversión de otros socios en sectores estratégicos, particularmente la energía, la banca, las telecomunicaciones y el transporte.
Así, mientras que España ha experimentado notables dificultades a la hora de invertir en Francia o en Italia (también en Alemania, aunque en menor medida), Reino Unido se ha mostrado muy abierto y receptivo a las empresas españolas. Si sumamos a las inversiones los flujos de personas, dado el elevado número de turistas y residentes británicos, es fácil explicar por qué España (desavenencias sobre Gibraltar aparte) ha tenido una aproximación muy prudente al Brexit en comparación con otros gobiernos (como el francés o incluso el alemán), que se han mostrado más duros, incluso punitivos, en algunos momentos del proceso de salida.
Como muestra el caso de Iberia-IAG, España tiene mucho que perder en caso de un Brexit duro e incluso en el caso de un Brexit “amigable” incurriría en costes y riesgos nada desdeñables. Una UE sin Reino Unido puede ser menos liberal y menos abierta al exterior, más dominada por el eje franco-alemán y, sin duda, menos próspera, lo que no es bueno para España. A España le interesa por tanto un Brexit en el que la salida se deje sentir lo menos posible y los efectos negativos queden amortiguados por una relación sin fricciones.