Las preguntas sobre el curso de la guerra en Ucrania se multiplican en el primer aniversario de la invasión rusa. ¿Cuándo se producirá la próxima ofensiva rusa, y qué aspecto tendrá? ¿Aguantará Ucrania hasta que los tanques occidentales (y quién sabe si los aviones) comiencen a llegar? ¿Será capaz China de enviar armas a su «amigo sin límites»? ¿Resistirá la economía rusa en 2023 tan bien como en 2022? ¿Y la unidad occidental? ¿Cómo y cuándo se llegará a la vía de la diplomacia?
Para disipar la niebla de la guerra, hemos preguntado a un grupo de expertos por los posibles escenarios de un conflicto que, hasta ahora, se resiste a las predicciones.
RICCARDO ALCARO | Coordinador de investigación y director del programa Global Actors en el Istituto Affari Internazionali (IAI). @Ric_Alcaro
La guerra de Rusia contra Ucrania –cuyo resultado es muy incierto– ha destruido lo que quedaba del orden europeo posterior a la guerra fría. Un nuevo “orden”, si esa es la palabra correcta, se vislumbra en el horizonte del continente, dominado por la competencia sistémica entre Rusia –a menos que se produzca un cambio revolucionario en Moscú– y la Unión Europea y Estados Unidos.
La frontera OTAN-Rusia –que se extenderá desde Finlandia hasta el mar Negro, con una Ucrania ocupada por Rusia y armada por Occidente– se militarizará más; la UE y EEUU seguirán ejerciendo presión económica, y las relaciones energéticas entre la UE y Rusia se degradarán, si no se eliminan del todo. El equilibrio militar –apuntalado por la disuasión nuclear– y no las normas e instituciones comunes será la fuente de la paz de Europa. La defensa y la disuasión prevalecerán sobre el diálogo con Rusia en lo que respecta a la seguridad europea. Las conversaciones sobre armamento seguirán estancadas –sin excepciones, como hemos visto con el anuncio de Vladímir Putin sobre la suspensión la participación de Rusia en el New Start, que limita el despliegue de armas estratégicas–. El compromiso con Rusia en cuestiones extraeuropeas dependerá del grado de competición en el propio continente.
Si los responsables políticos de la UE son sensatos, aprovecharán la exigencia estructural planteada por las consecuencias económicas y de seguridad de la guerra para avanzar en la cooperación en materia de defensa, energía, migración y política fiscal. Aun así, una UE más integrada no será necesariamente una UE más autónoma. La guerra ha puesto de manifiesto hasta qué punto el compromiso político de EEUU es fundamental para generar consenso en política exterior dentro de la UE, y las garantías de seguridad estadounidenses son existenciales para varios (¿la mayoría?) de los Estados miembros. Como consecuencia, los beneficios de la no alineación con la política exterior estadounidense –incluso en cuestiones como China o Irán– disminuirán. Por tanto, la autonomía estratégica de la UE está destinada a seguir siendo una quimera: el nuevo orden más competitivo en Europa formará parte, de hecho, de un orden atlántico más amplio, centrado en EEUU.
LLUÍS BASSETS | Periodista y escritor. @lbassets
Toda guerra suele llevar cuando termina a un nuevo equilibrio de fuerzas que permite regresar a la política y la diplomacia. Si es un equilibrio inestable, suele resolverse de nuevo con otra guerra, tal como vimos en 1939 después de la paz de Versalles de 1919. No cabe descartar este escenario. Dependerá del desenlace militar.
Si venciera Putin, seguirá la inestabilidad y quizá la guerra en otros territorios vecinos. No puede haber paz porque la Rusia actual no tiene una oferta de paz para Ucrania ni para nadie, al igual que carece de un esquema de orden europeo que no esté guiado por la fuerza. Si es Ucrania la que vence, habrá que ver también qué alcance tiene la victoria: si permite recuperar la entera geografía del país, incluida la península de Crimea, o si da pie a una negociación en la que todos deben ceder algo. Intuitivamente, es la posibilidad más verosímil.
Si llega a ser este el caso, habrá que ver si la UE y la OTAN consiguen prevalecer en su defensa de los valores democráticos y liberales, a fin de cuentas, el aspecto más estratégico de esta guerra y el que puede definir el futuro orden europeo. Ucrania, como candidato a la UE que ya es, deberá recibir fuertes seguridades de que Rusia no podrá repetir la jugada. La más eficaz e inmediata sería su integración en la OTAN o algo equivalente.
Conociendo la historia imperial rusa, sin embargo, la más necesaria y a la vez más improbable sería la integración de Rusia en un nuevo esquema de seguridad europea, que implicaría sin duda su desarme, la caída del actual régimen putinista y la apertura de un nuevo proceso de democratización y de federalización del actual Estado centralizado y autocrático. Es fácil observar que estos son horizontes lejanos y nebulosos, como sucede con todas las guerras, que nos envuelven en la incertidumbre y en la niebla de las batallas.
SVEN BISCOP | Director de EGMONT, Royal Institute for International Relations (Bruselas). @EgmontInstitute
La victoria completa de Ucrania es, por desgracia, improbable. Si Ucrania puede obligar a Rusia a ponerse a la defensiva, con la esperanza de hacer retroceder el frente hacia el este, y ambas partes luchan entre sí hasta al menos un estancamiento temporal, eso podría crear una ventana de oportunidad para las negociaciones. El resultado podría ser un alto el fuego o incluso un acuerdo de paz. Todo dependerá de la percepción que tengan las partes del equilibrio de poder militar y de la posibilidad de seguir ganando terreno en el campo de batalla, así como de su disposición a transigir sobre el territorio. Un acuerdo de paz implica concesiones mutuas y, por tanto, cierta pérdida de territorio para Ucrania: una injusticia, sin duda, pero posiblemente el precio de la paz y la estabilidad. Sin embargo, la guerra también podría convertirse en un conflicto congelado, con el riesgo siempre presente de una nueva escalada. En todos los escenarios anteriores, Ucrania tendrá que mantener unas fuerzas armadas convencionales fuertes, para disuadir una tercera invasión rusa. Incluso un acuerdo de paz formal puede ser muy frágil.
Un acuerdo de paz real abriría la puerta a la adhesión a la UE, a la reconstrucción pendiente (que la UE también debería liderar) y, por supuesto, a reformas internas de gran calado. No obstante, las potencias occidentales no necesitan esperar a la adhesión efectiva para garantizar un acuerdo de paz. De hecho, si se firmara la paz, las tropas europeas y estadounidenses podrían entrar en la propia Ucrania y proporcionar la disuasión más fuerte posible contra la violación por parte de Rusia: la no beligerancia dejaría de ser una opción. Pero en el escenario del conflicto congelado, el futuro puede parecerse terriblemente al presente.
CARME COLOMINA | Investigadora sénior en CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs). @carmecolomina
La invasión rusa de Ucrania ha acelerado la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional y la desorientación estratégica que empapa los cambios estructurales con los que los actores intentan dar respuesta al impacto de la guerra. Sin embargo, sin que podamos vislumbrar todavía en el horizonte el final del conflicto, la escalada retórica y militar de este primer aniversario nos plantea, al menos, tres interrogantes a nivel europeo.
A corto plazo, el dilema que planea sobre algunas capitales comunitarias –e incluso en Washington– es ¿hasta cuándo se deberá o se querrá armar a Ucrania? La UE ha entrado en un proceso de rearme, con unos niveles de unidad política sin precedentes, que la cronificación del conflicto puede agrietar.
Esto nos lleva al segundo interrogante: ¿qué entienden los aliados (EEUU, la UE y la OTAN) por una “victoria” de Ucrania? El presidente francés, Emmanuel Macron, ha advertido de que nunca será objetivo de Francia “aplastar a Rusia”, mientras que otros gobiernos europeos, como lo bálticos, defienden que no habrá paz posible sin la total restitución de la integridad territorial de Ucrania. La guerra necesita instrumentos de mediación. Y, con ellos, la UE deberá afrontar un debate colectivo sobre qué escenarios de paz contempla, y cuáles son sus propios intereses estratégicos.
De cómo se cierre el conflicto dependerá también el último de los interrogantes. A largo plazo, ¿cómo prevé la UE gestionar las expectativas de una Ucrania de posguerra? La concesión del estatus de candidato ha sido un mensaje de apoyo político muy potente que obligará, después, a reabrir el debate interno sobre la ampliación de la Unión, en pleno esfuerzo económico para la reconstrucción.
FRANCISCO JOSÉ DACOBA | General Director del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). @fran_dacoba
El fracaso de los planes iniciales rusos de hacerse con el control de Ucrania tras una breve y exitosa “operación militar especial” nos aboca a un conflicto de larga duración y de consecuencias globales sistémicas muy preocupantes. Esta guerra seguirá tensionando las relaciones internacionales a todos los niveles, con el añadido de la espada de Damocles de una escalada militar en el teatro de operaciones.
El conflicto cronificado, que no congelado, sitúa a Kiev ante un escenario de permanente agresión por parte de Rusia. En el corto plazo, mediante los combates en curso y la campaña de máxima destrucción de las infraestructuras ucranianas. En el largo plazo, esta hostilidad se perpetuará en formato híbrido (combates, ciberataques, desinformación, bloqueos, diplomacia…), dificultando enormemente la necesaria reconstrucción del país y su acercamiento e integración en Europa. Rusia, por su parte, pagará el precio de su desconexión con Europa y con el resto de Occidente, y se verá cada vez más sometida al dictado chino. La sociedad rusa, acostumbrada a navegar tiempos difíciles, resiste estoicamente el impacto de las sanciones, pero más pronto que tarde sus consecuencias se materializarán de manera más dolorosa.
Para la Unión Europea la guerra, larga, es una moneda con dos caras. La cruz en forma de dificultades económicas y energéticas, y de tensiones entre los socios. La cara la ofrece la posibilidad de hacer de esta crisis una oportunidad para profundizar en el proyecto europeo, también en términos de seguridad y defensa. No hay ya (más) tiempo que perder. Lo deseable hubiera sido diseñar una nueva arquitectura de seguridad europea con Rusia, actor imprescindible, para bien o para mal, de esa seguridad. Lamentablemente, la guerra ha roto todos los puentes de entendimiento posibles, y habrá que prepararse no para integrar a Rusia, sino para confrontarla. Mala noticia.
DANIEL FIOTT | Investigador senior no-residente en el Real Instituto Elcano. @DanielFiott
Lo único que sabemos con certeza es que la guerra terminará algún día. Hasta que llegue ese día, el pueblo ucraniano seguirá luchando por su patria con el apoyo de la UE, la OTAN y sus socios.
Uno de los principales aspectos psicológicos de la guerra ha sido sacudir a los europeos de su letargo relativamente pacífico: las guerras de agresión por el territorio vuelven a ser una realidad. En consecuencia, los gobiernos europeos han vuelto a hablar de “economías de guerra”. Se han dado cuenta de que producir, mantener y suministrar material militar es un asunto serio: encargar carros de combate no es como encargar y montar una mesa nueva en Ikea. Así que, como no podemos saber cómo acabará la guerra, y no tenemos garantías de que Rusia no aproveche cualquier estancamiento o derrota para reagruparse y volver a invadir, la industria de defensa europea pasará a ser fundamental en los planes para mejorar la defensa y la disuasión europeas.
Sin embargo, la legítima entrada de armas en Ucrania se produce en un momento en que los regímenes de control de armamento y no proliferación están hechos trizas. La guerra de agresión de Rusia ha puesto de manifiesto la brutal realidad de que la soberanía no puede protegerse con cartas y tratados: lo que realmente cuenta son las armas. Esta constatación no puede sino hacer del mundo un lugar más oscuro y premonitorio. Europa debe desprenderse de las proverbiales telarañas estratégicas acumuladas durante las últimas décadas para pensar con más claridad y actuar con más decisión en pro de su defensa.
SOPHIE GUEUDET | Investigadora posdoctoral en la Universidad de York (Reino Unido). Investigadora en el Nato Defense College. @GueudetSophie
La guerra de Rusia contra Ucrania no comenzó el 24 de febrero de 2022, como la cobertura mediática y política hace suponer. Recordemos 2015, cuando, a raíz de la anexión de Crimea, Rusia patrocinaba a gobiernos que luchaban en una guerra irredentista cuyo objetivo final no era la independencia, sino la integración en la Federación Rusa. Esto demuestra lo útiles que son para la agresiva agenda exterior del Kremlin las disputas territoriales sin resolver derivadas de la disolución de la URSS.
Esta estrategia de instrumentalización del separatismo no se circunscribe al espacio postsoviético. A miles de kilómetros del frente ucraniano, el presidente ruso ha encontrado otro conflicto latente con el que jugar. En Banja Luka, Putin ha estado mimando a Milorad Dodik, presidente de la República Srpska, cuyas pretensiones secesionistas se acomodan estupendamente a los planes rusos para los Balcanes Occidentales. Los incesantes esfuerzos de Dodik por separar Bosnia y Herzegovina se ven recompensados financiera y diplomáticamente. Desde diciembre de 2018, la República Srpska comenzó a recibir gas de Rusia a través del gasoducto TurkStream, y se entablaron nuevas conversaciones sobre la futura cooperación energética. De este modo, Putin ayuda a Dodik a bloquear la legislación a nivel nacional para regular los sectores del gas y la electricidad. Rusia también ofreció apoyo diplomático incondicional al líder serbobosnio cuando, a finales de 2021, proclamó estructuras de gobierno paralelas que socavaban la integridad del Estado bosnio.
El año pasado estuvo marcado por las constantes provocaciones de Dodik, incluido el enfrentamiento abierto con funcionarios de la UE. Cuanto más antagónicas han sido las relaciones con Occidente, más se ha acercado la República Srpska a Moscú. En resumen, Putin juega con los Balcanes Occidentales de la misma manera que Dodik juega con Bosnia y Herzegovina, y ambos han encontrado intereses convergentes. Las amenazas de secesión y desmantelamiento del país podrían abrir un nuevo frente diplomático para el presidente ruso, con la República Srpska representando un valioso activo que utilizar como una especie de caballo de Troya para operaciones de influencia en la región.
ANDREI KOLESNIKOV | Investigador senior en Carnegie Endowment for International Peace. Miembro del consejo de la Fundación Gaidar. @AndrKolesnikov
Esta guerra nos lleva al punto en que se convierte en un conflicto híbrido permanente de civilización y barbarie, de poder blando y poder duro, de tecnología pacífica y mazo arcaico. El final de la fase caliente del conflicto conducirá, más bien, a una “paz caliente”, en la que la confrontación puede descongelarse en cualquier momento.
Nada –ni la situación en los frentes ni la evolución interna de Rusia– indica que Vladímir Putin esté preparado para la paz y que decida parar en algún momento. Esta guerra se diferencia de los conflictos clásicos en que una de las partes no tiene buena voluntad para poner fin al enfrentamiento ni una percepción racional y adecuada de la realidad. Pero existe la voluntad de continuar hasta el final lo empezado el 24 de febrero de 2022 (dada la gran adaptabilidad de la población rusa) y de seguir construyendo una antiutopía dentro del país. Es algo que no se ha visto nunca: la extinta Unión Soviética fue lo suficientemente responsable como para negociar el desarme y evitar la amenaza real de una guerra nuclear.
La Rusia de Putin seguirá siendo putinista, intransigente, irracional y represiva con sus ciudadanos disidentes. Solo la marcha de Putin –en cualquiera de sus formas– podría cambiar la situación. Puede que el putinismo sobreviva a Putin, pero no más de lo que el estalinismo sobrevivió a Stalin: Rusia estará tan mermada de recursos y psicológicamente que necesitará la liberalización en diversos grados para sobrevivir. Incluso los compañeros de armas de Stalin comenzaron a liberalizar el país inmediatamente después de su muerte, al mimso tiempo que se desataba una amarga guerra de clanes entre ellos.
ZACHARY PAIKIN | Investigador de CEPS en Bruselas e investigador no residente de The Institute for Peace and Diplomacy (Estados Unidos-Canadá). @zpaikin
La guerra en Ucrania nos conducirá al fin de los dividendos de la paz en Europa, que han durado décadas, y probablemente también a la erosión de la influencia mundial de Occidente.
Con independencia del resultado de la contienda, es poco probable que se restablezca la confianza en las relaciones entre Rusia y Occidente. Putin ha planteado la guerra como una lucha existencial, lo que sugiere que podría intensificarla antes que aceptar la derrota. Otros escenarios, como una victoria rusa o un estancamiento, podrían consolidar la postura revanchista de Rusia, llevando a Moscú a presionar en su ventaja contra Occidente o a prepararse para otra invasión (mejor organizada).
La propaganda rusa ha cuestionado el derecho de Ucrania a existir, lo que hace dudar de que la invasión se produjera solo por motivos de seguridad. Combinado con la anexión ilegal de territorio ucraniano, es probable que los contornos de cualquier acuerdo negociado sean solo parciales. Por tanto, resulta muy difícil imaginar la aparición de un nuevo orden de seguridad paneuropeo con normas de conducta consensuadas.
Aunque Occidente salga más unido, esto no equivale necesariamente a una mayor influencia en el mundo. Gran parte del Sur Global se ha mantenido al margen durante esta guerra, persiguiendo una forma de no alineación para proteger sus propios intereses individuales.
Es imposible predecir si el éxito de Ucrania disuadirá a China de emprender una táctica similar en Taiwán, ya que el empeoramiento de las relaciones entre las grandes potencias creará un entorno menos hospitalario para abordar cuestiones políticamente delicadas. Pero incluso si Estados Unidos sale de este episodio con una posición militarmente reforzada tanto en Europa como en el Indo-Pacífico, no podemos hablar necesariamente una ganancia neta a largo plazo, ya que hay que tener en cuenta su menor influencia política en el Sur Global.
NICOLÁS DE PEDRO | Senior Fellow en The Institute for Statecraft. @nicolasdepedro
A la crisis provocada por Rusia con su invasión de Ucrania aún le quedan muchos capítulos. De momento, nos ha traído a una Europa y un mundo mucho menos propicio para la UE y su visión de las relaciones internacionales. La principal lección que debe extraer Bruselas es, precisamente, que la guerra ha vuelto al corazón de la geopolítica continental y que las interdependencias económicas no son suficientes para preservar la paz y la estabilidad. Ni hacia el Este –mientras Rusia mantenga su régimen político autoritario y su identidad imperial– ni quizá tampoco hacia el Sur –con desafíos de otra naturaleza, pero igualmente preocupantes–.
Hace un año, con Rusia amasando alrededor de 200.000 soldados en varios puntos de la frontera ucraniana, la visión dominante en Bruselas y la mayor parte de capitales europeas era que no se produciría un ataque porque eso, sencillamente, resultaba inconcebible y no tenía sentido desde la óptica de la UE. Ahora, en nuestro debate público empiezan a fijarse otros mantras complacientes que pueden resultar igualmente equivocados y peligrosos. Así, por ejemplo, se asume que, dadas sus dificultades en el teatro ucraniano, Rusia ya ha perdido la guerra y no representará una amenaza militar para la OTAN al menos durante una década, y que en ningún caso se arriesgará a provocar un enfrentamiento directo con la Alianza o alguno de sus miembros. De nuevo, muy razonable desde la óptica europea o euroatlántica, pero no necesariamente desde la del Kremlin. De hecho, y aunque pueda resultar contraintuitivo para muchos lectores de estas líneas, en el Kremlin siguen convencidos de sus opciones a medio plazo para alcanzar una victoria estratégica en Ucrania y para doblegar a la UE. Y eso tiene mucho que ver con cómo leen en Moscú lo que se dice y se hace (o no se hace) en Europa. Y es importante entender eso o dentro de un año la situación será aún peor.
KRISTINA SPOHR | Profesora de Historia Internacional en London School of Economics.
La invasión no provocada, ilegal y brutal de Ucrania por parte de Rusia no solo fue un momento extraordinariamente impactante, también marcó un punto de inflexión histórico. De la noche a la mañana, se hicieron añicos los supuestos largamente defendidos sobre la paz en Europa y sobre las relaciones de cooperación –económica, política, cultural– con la Rusia postsoviética.
La violación por parte del gobierno de Vladímir Putin de principios clave como la integridad territorial, igualdad soberana y derecho a la autodeterminación– puso en tela de juicio el orden europeo posterior a la Segunda Guerra Mundial y golpeó los cimientos del Derecho internacional (el Acta Final de Helsinki de 1975 y la Carta de las Naciones Unidas de 1945). Rusia ha paralizado el Consejo de Seguridad de la ONU y su guerra en Ucrania ha dejado al descubierto la división norte-sur y la confusión moral de muchos gobiernos que se han quedado de brazos cruzados, desde India hasta Turquía.
EEUU y sus aliados europeos (junto con Australia y Japón) se han mantenido firmes en su apoyo a la autodefensa de Ucrania. Hasta ahora, sus poblaciones han aceptado en gran medida los enormes costes. La ayuda occidental (dinero, tecnología y conocimientos), incluidas las armas suministradas a Kiev, asciende ya a unos 150.000 millones de dólares. Aunque los países europeos no han igualado el nivel de apoyo de EEUU, se han mostrado dispuestos a absorber las enormes consecuencias económicas de la imposición de sanciones a Rusia. También están acogiendo a millones de refugiados ucranianos.
Las consecuencias de la guerra de Putin han sido enormes. Ha puesto fin al papel fundamental de Rusia como principal proveedor energético de Europa. Ha reavivado el compromiso de Washington con la alianza transatlántica. Ha frenado el discurso francés sobre la “soberanía estratégica”. Ha impulsado el papel de Reino Unido como actor (militar) internacional y ha fomentado la unidad de la UE, al tiempo que ha trasladado el peso político y la autoridad moral a su flanco nororiental. Ha impulsado a Alemania a renovar su política exterior y de defensa, y ha alejado a Finlandia y Suecia de la neutralidad para acercarlas a la OTAN.
Pero el final de la guerra parece remoto y la historia de su desenlace está aún por escribir. El único resultado seguro es que la Europa de posguerra –con una Rusia totalmente alienada– será un lugar muy diferente de la Europa posterior a la caída del muro de Berlín. Los combates, las muertes y la ruina de ciudades y tierras quedarán grabadas en la mente de todos durante generaciones, incluso si, como esperamos, se preserva la existencia de Ucrania.
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