¿Qué indicadores apuntan a una desaceleración económica? ¿De qué instrumentos monetarios y fiscales disponemos para hacerle frente?
La tensión comercial entre Washington y Pekín; la recaída de la producción industrial alemana; las decisiones del BCE, la Reserva Federal de Estados Unidos y otros bancos centrales (en Reino Unido, Japón, Brasil) de rebajar o mantener en mínimos los tipos de interés; la desaceleración del crecimiento chino… Todo apunta a que se avecina una recesión de la economía global. Pero no está tan claro cuál será su magnitud y tampoco existe un consenso sobre cómo mitigar su impacto. Preguntamos a diferentes expertos sobre ambas cuestiones.
Nacho Álvarez | Secretario de Economía en Podemos y profesor de Estructura Económica en la UAM. @nachoalvarez_
A lo largo de los últimos meses han aparecido numerosos indicadores que apuntan hacia una desaceleración económica internacional, que inevitablemente afectará a España. Las exportaciones en las distintas economías de la zona euro se ralentizan, los índices PMI (Purchasing Managers’ Index) reflejan a día de hoy una contracción de sus sectores manufactureros, la curva de tipos de interés se ha invertido y el oro –activo refugio por excelencia– alcanza de nuevo los precios de 2011. Parece que la hora de reaccionar ha llegado.
Existe además un notable consenso internacional en que hemos alcanzado los límites de la política monetaria. Con tipos de interés negativos, ya no es posible pensar que nuevos estímulos monetarios facilitarán la recuperación de la demanda y con ello el relanzamiento de la inversión en la zona euro. La trampa de la liquidez sigue ante nosotros: puedes llevar el caballo al río, pero no obligarle a beber. Es necesario por tanto afrontar la ralentización con una política fiscal expansiva, y es necesario que esta política se ponga al servicio de los grandes desafíos que tenemos. El principal: frenar el cambio climático.
Mientras en Estados Unidos los economistas mainstream –Olivier Blanchard o Larry Summers– constatan la impotencia de la política monetaria y reclaman una política fiscal más activa, en Europa la mayoría de los economistas se limitan a advertir que muchos países –por ejemplo España– no tienen margen fiscal para afrontar la ralentización. Pero el margen fiscal no está dado. Se puede crear. En España es posible financiar un ambicioso programa de inversiones públicas, que inicien la transición energética y reduzcan las emisiones de CO2, con una reforma fiscal progresiva. Esto permitiría afrontar la ralentización sin elevar necesariamente el déficit público.
Lídia Brun | Investigadora doctoral en Macroeconomía y Desigualdad en la Universidad Libre de Bruselas. @LilyPurple311
La señal más evidente de que vienen curvas es la caída de la producción industrial (2% para la Eurozona, 5% en Alemania). El país germano podría entrar en recesión técnica (dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo) antes de 2020. Su potencia exportadora sufre por la errática política comercial de Trump, la desaceleración china y el potencial desestabilizador del Brexit. Una década acumulada de ajustes estructurales regresivos también ha debilitado la demanda agregada de la Eurozona, cuyo diseño es ya de por sí deflacionario. Esto mantenía un tipo de cambio favorable a la exportación, pero China y EEUU han empezado a intervenir en el mercado de divisas. Con la inestabilidad en la economía mundial y los precios del petróleo, los “vientos de cola” muestran señales de agotamiento. Sin arrastre exportador, el crecimiento tendrá que depender de una demanda interna que a la Eurozona le cuesta trabajo generar.
La última decisión del BCE atiende a estas circunstancias. Alivia el margen de rentabilidad de los bancos para que aumenten el crédito y reanuda la compra de activos, que alcanzará a una parte del sector corporativo e indirectamente al sector público. Pero poco pueden hacer los bancos centrales para que sus inyecciones de liquidez permeen en la economía real si Estados, empresas y hogares no están dispuestos a gastar. En un contexto más que favorable para endeudarse barato y que los multiplicadores de gasto sean elevados, las restricciones presupuestarias no han permitido abordar las vulnerabilidades macroeconómicas que llevaron a la crisis. Sin política fiscal, no se han sentado las bases para una recuperación de largo alcance.
Frente a la próxima crisis, es necesario culminar una unión fiscal para que la Eurozona disponga de mecanismos anticíclicos asimétricos y un instrumento de deuda común. También urge desarrollar un plan de inversión pública que transforme el modelo productivo hacia la sostenibilidad y un reparto equitativo del progreso, corrigiendo las dimensiones de un sector financiero que crece alimentando burbujas.
Alicia García Herrero | Economista Jefe para Asia Pacífico en Natixis e Investigador Senior de Bruegel. @Aligarciaherrer
La economía mundial está sufriendo un parón como no podría ser de otra manera dadas las tendencias proteccionistas que asolan al mundo. La primera víctima, en términos de reducción de crecimiento, es la Unión Europea, siendo el mayor exportador neto del mundo, incluso mayor que China. China, el centro neurálgico de la ira proteccionista de Donald Trump, también está sufriendo una fuerte desaceleración económica, probablemente mayor de lo que dicen las cifras oficiales. La economía estadounidense, por su lado, está agotando uno de los periodos de expansión más largos de su historia, aunque lentamente gracias a una nueva expansión monetaria de la Reserva Federal. Exactamente lo mismo ha ocurrido con el Banco Central Europeo, por no hablar del Banco Central de Japón, que ni siquiera lo ha intentado con una economía que sigue en coma y una inflación que no acaba de regresar.
En resumen, la ira proteccionista de Trump nos está empujando hacia una recesión mundial con escaso margen de maniobra, especialmente en el ámbito monetario. De ahí la atención que están poniendo las autoridades económicas en las principales economías del mundo sobre la política fiscal. En realidad, el margen de la política fiscal es también limitado por los elevados niveles de endeudamiento alcanzados por el sector público en un gran número de países. La única respuesta a la situación actual es relanzar una agenda de liberalización del comercio y de la inversión, para hacer frente al proteccionismo reinante, sin olvidar hacer mejores políticas para repartir los beneficios de la globalización que en el pasado.
Toni Roldán | Economista. @toniroldanm
La incapacidad de los líderes políticos de llegar a un acuerdo para formar un gobierno estable nos aboca las cuartas elecciones en cuatro años, lo que nos convierte en el país del mundo que más comicios ha celebrado en ese periodo. En términos políticos, es una pésima noticia; en términos económicos, una enorme irresponsabilidad.
La situación de la economía mundial, tras varios años de fuerte expansión, presenta numerosos riesgos. En primer lugar, está la confrontación de Estados Unidos y China en dos dimensiones: la guerra comercial y la batalla tecnológica por liderar las tecnologías del futuro –Inteligencia Artificial, robótica, 5G–. Si la creciente escalada no se encauza, el impacto en la economía global será grave y duradero. La segunda gran incertidumbre es qué sucederá con el Brexit. La decisión de BoJo –ahora revertida por el Tribunal Supremo– de cerrar el Parlamento británico, con el objetivo de amedrentar a las instituciones europeas para mejorar el acuerdo de salida, no tendrá los efectos esperados. Y aunque es cierto que un Brexit duro es mucho más perjudicial para Reino Unido que para la UE, las economías ahora más frágiles del euro, como Alemania, son también las más dependientes de las exportaciones al mercado británico.
Por otra parte, aunque los signos de desaceleración son claros en la zona euro, la gobernanza de la moneda única sigue teniendo grandes fragilidades. La eurozona sigue sin tener una unión bancaria completa que ayude a desligar la fragilidad de los Estados de la fragilidad de los bancos, y sigue sin tener una pata fiscal fuerte para responder a futuras crisis. Además, la política monetaria está en el límite y el margen fiscal de los estados es mucho más pequeño que en la última crisis. Finalmente, España viene de años de una expansión muy fuerte. Sin embargo, como no se han hecho reformas estructurales de calado en los últimos siete años, la productividad sigue estancada y las fuentes de crecimiento se están agotando. Cualquier efecto desestabilizador –pongamos, por ejemplo, una potencial victoria de Matteo Salvini en Italia en los próximos dos años que amenace con un referéndum de salida del euro– puede abocarnos a una nueva crisis de confianza. Y mientras la última crisis la comenzamos con un 36% de deuda sobre PIB, ahora estamos en el 98%. Es una enorme irresponsabilidad en estas circunstancias que, habiendo mayorías solidas de consenso, nuestros líderes hayan optado por lanzar al país a unas nuevas elecciones.
Federico Steinberg | Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador del Real Instituto Elcano. @Steinbergf
La economía global, europea y española se está desacelerando. No hay duda. Sin embargo, el sentimiento de pesimismo generalizado, así como las certezas que se expresan sobre la inevitabilidad de una fuerte recesión en un futuro próximo, tienen poco fundamento. El ciclo de crecimiento global ha durado ya varios años (sobre todo en Estados Unidos) y los riesgos geopolíticos se acumulan: Brexit, guerra comercial, desaceleración china, crisis en Argentina, etc. Sin embargo, no se observan importantes desequilibrios en la economía mundial, como los que teníamos antes de la crisis de 2008. Ni la recesión es inminente ni tendría por qué ser intensa cuando llegue.
Si países como Alemania entraran en recesión, debería ser poco traumática. Existe cada vez más consenso sobre la necesidad de combinar estímulos monetarios y fiscales para evitar que la desaceleración (lógica, si tenemos en cuenta que las principales economías están en pleno empleo) sea suave. Los estímulos monetarios asegurarán que la elevada deuda de países y empresas (que sí constituyen un problema a medio y largo plazo) puedan refinanciarse. La política fiscal podría volverse más expansiva en los países que tienen margen de maniobra (no España). Esto permitiría afrontar el futuro con más optimismo que el que predomina hoy en los titulares de prensa.
En este contexto, España debería continuar creciendo en el entorno o por encima del 2% en 2019 y reducir sus dos principales desequilibrios: el desempleo y la deuda. Debería aprovechar esta buena coyuntura para hacer reformas que aumenten su potencial a largo plazo, lo que requiere la formación de un gobierno. Si tenemos en cuenta que el Brexit caótico sin acuerdo se debería evitar, que a Trump le interesa rebajar la tensión comercial con China conforme se acerquen las elecciones, que el panorama italiano está más despejado a corto plazo y que el precio del petróleo debería volver a moderarse en cuanto Arabia Saudí reactive su producción, deberíamos ver menos nubes en el horizonte.