La gira internacional de Juan Guaidó por Europa y América ha terminado esta semana en la Casa Blanca, desde donde se impulsó hace un año su reconocimiento internacional. En este tiempo no ha habido elecciones democráticas en Venezuela ni conversaciones productivas entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición. Lo que sí ha habido es un masivo éxodo de venezolanos, una generalizada escasez de alimentos y medicinas, sanciones a miembros del régimen e infructuosos intentos de mediación internacional. ¿Ha primado la opinión sobre la comprensión de lo que sucede en Venezuela? Preguntamos a los expertos: ¿Podríamos haberlo hecho mejor?
¿Cómo ayudar mejor a la democracia en Venezuela?
IVAN BRISCOE | Director para América Latina y el Caribe en International Crisis Group. @itbriscoe
La acumulación de 20 años de atropellos a la democracia en Venezuela no fue obra exclusiva del chavismo, y mucho menos en el caso del golpe de 2002. Pero Nicolás Maduro ha avanzado decididamente hacia la supresión de la independencia institucional, el cierre de espacios críticos, y una innegable manipulación el sistema electoral que culminó en la elección presidencial de mayo de 2018, en la que las principales fuerzas opositoras no participaron.
Maduro creó el ambiente de sometimiento y desesperación en las filas de la oposición que conllevó, con el apoyo internacional, la proclamación de Juan Guaidó como presidente interino y la demanda de “cese de la usurpación”. Fue un gesto simbólico de alto riesgo, que subestimó el poder del gobierno y la lealtad de las fuerzas armadas (los seis golpes de Estado en Venezuela desde 1958 han fallado), e inviable por la inflexible demanda de rendición antes de la negociación. Pero tenía la virtud de replantear el equilibrio de las fuerzas políticas en Venezuela y hacer que un gobierno cada vez más autocrático reconociera los riesgos de su intransigencia.
Hoy una salida negociada y democrática parece lejana. Los únicos acuerdos posibles son de pequeña escala, sobre todo a nivel electoral. Aunque el fortalecimiento de Maduro tiene sus propias causas, tres errores de la oposición explican su fracaso aprovechando el gesto inicial de Guaidó.
Primero, las sanciones de Estados Unidos han respondido a su propia lógica y han socavado las negociaciones auspiciadas por Noruega en agosto, momento en que parecía viable un acuerdo. Segundo, la política de la oposición y Washington de tratar a Cuba y Venezuela como blancos indivisibles de la misma ofensiva reforzó una resistencia conjunta y el apoyo de Rusia a su lucha, en lugar de obtener apoyo tácito de La Habana y Moscú a una transición en Caracas. Por último, la retórica de Guaidó sobre batallas, victorias y retorno a una Venezuela perdida alarmó a las élites chavistas respecto a su futuro y alentó la resistencia de todo el movimiento, a pesar de los recelos internos hacia Maduro. La ausencia de una visión más incluyente y menos polarizada de la futura política venezolana se compensó demasiado tarde, después del levantamiento del 30 de abril, cuando la batalla ya se había perdido.
SERGIO MAYDEU-OLIVARES | Analista internacional y consultor freelance. @maydeuO
La crisis venezolana dura tantos años que empezamos a tener suficiente perspectiva para poder analizar, o al menos valorar, qué se podía haber hecho más y mejor para facilitar que la democracia se abriera paso de forma definitiva. Parto de la premisa –mía, por supuesto– de que el cambio político en Venezuela es necesario para resolver el estancamiento político y revertir la crisis humanitaria que afecta ya a todo el continente, fruto de la autodestrucción del Estado venezolano.
Hay tres elementos que no han funcionado: la mediación internacional, la consolidación de una alternativa política en el país y la previsión de la gestación de la mayor crisis humanitaria en el mundo por sus implicaciones regionales. Ni el Grupo de Contacto Internacional sobre Venezuela ni el Grupo de Lima han sabido convertirse en actores internacionales que ofrezcan una salida pacífica y democrática al laberinto venezolano, ya sea fruto de intereses y divisiones internas o al rechazo del régimen de Maduro de su papel. Esto dificulta cualquier mandato o propuesta que se pusiera sobre la mesa.
¿Debían ser otros actores quienes ejercieran ese papel? ¿Se tardó demasiado en apostar por la mediación internacional? ¿Ha sido esta poco equilibrada? Los incentivos económicos y diplomáticos no han dado resultado. Tampoco ha sido posible, fruto de las dinámicas internas del país y de la represión ejercida tanto por el gobierno de Hugo Chávez como por el de Maduro, ofrecer alternativas políticas viables, alejadas de posiciones extremas y que obtuvieran un respaldo mayoritario por parte de la ciudadanía venezolana. Los intereses de algunos actores internacionales no han facilitado la conformación de una oposición creíble y con suficientes apoyos internos. Por último, y no menos importante, el impacto humanitario de la crisis venezolana. Se debería haber implicado a China y Rusia, a través de Naciones Unidas por ejemplo, en la planificación e implementación de la asistencia humanitaria y estabilización de Venezuela. Hacerlo seguramente hubiera abierto vías alternativas de colaboración.
ÁUREA MOLTÓ | Subdirectora de Política Exterior. @aureamolto
Lo sucedido en el último año en Venezuela, desde el reconocimiento en cascada a Juan Guaidó como “presidente encargado” hasta su presencia en el discurso del Estado de la Unión de Donald Trump este martes, es la crónica de un fracaso anunciado. La democracia no va llegar a Venezuela por colapso del régimen, ni del país ni de la economía. Todo ha colapsado ya. Esto es tan obvio hoy como lo era en enero de 2019. La mediación internacional era y sigue siendo el elemento con mayor potencial de cambio y el más útil para los venezolanos. Sin embargo, el modo en que EEUU ejerció –y lideró– la presión internacional es el pecado original del apoyo a Guaidó y se ha demostrado como un frente de debilidad difícilmente superable. El reconocimiento no ha conseguido fracturar al ejército venezolano (si hubo un momento de división, hoy está de nuevo unido), ni ha fortalecido a la sociedad civil (con un flujo de refugiados en todo el mundo que este año superará las cifras de Siria), ni ha alejado a Cuba y Rusia de Venezuela, donde hoy son más influyentes.
España conoce bien este escenario “a la cubana” en el que debe resolver un dilema: ¿cómo empujar la democratización al tiempo que defiende unos intereses nacionales más humanos que económicos? No son solo las empresas españolas en Venezuela, sino los cerca de 150.000 españoles que viven allí y los más de 300.000 venezolanos que están en España. Para las dos cosas, es necesario un espacio de diálogo que le sitúe como mediador. Y esto no podrá hacerlo solo España. De ahí que la mejor ayuda que hoy se puede prestar a la democracia en Venezuela sea lograr que la UE y países como México, Canadá, Colombia y, quizá, Cuba reabran un diálogo entre gobierno y oposición encaminado a un objetivo: la celebración de elecciones supervisadas y transparentes.
ÉRIKA RODRÍGUEZ PINZÓN | Profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y Coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas. @emaropi
Latinoamérica pasó un largo periodo de estabilidad en el que los esfuerzos se centraron en la “consolidación de la democracia”. La última década también fue un periodo de crecimiento económico. Hubo tiempo y recursos para hacer grandes transformaciones en la calidad de las instituciones, la democracia y la mejora del nivel de vida de sus habitantes. Sin embargo, para Venezuela esta conjunción de factores terminó por convertirse en el escenario de un autoritarismo que ha arrasado el país.
Es difícil decir si podría haberse hecho algo más para evitar el deterioro de la situación venezolana. Primero, porque los intentos por “encaminar” una democracia desde fuera suelen salir mal. Segundo, porque todo esfuerzo de cambio de rumbo de un país requiere de apropiación por parte de las élites políticas e institucionales. El régimen venezolano creó un proyecto de centralización del poder que cumplió su objetivo a costa de la democracia y con el apoyo de socios extranjeros que no imponían condicionalidades políticas por su respaldo. La oposición, por su parte, nunca ha presentado un proyecto político sólido, y su debilidad es la condena por la división y lucha entre los distintos sectores que la componen. Juan Guaidó recibió respaldo internacional para una aventura valiente, pero difícilmente realizable en el corto plazo y sin que existan fisuras en el régimen.
Quienes podrían haber recibido más ayuda son los y las venezolanas que se han visto forzados a dejar su país. El compromiso internacional ha sido tardío y lento. Baste recordar la desprotección de las víctimas de violencia sexual y trata; los solicitantes de asilo durmiendo a la intemperie en Madrid; o la lentitud para conseguir recursos para la atención migratoria en Colombia
Finalmente, América Latina podría ayudarse si apostara por el regionalismo. La falta de espacios de diálogo y concertación regional limitan las posibilidades de salida política de la crisis de Venezuela.
FRANCISCO SÁNCHEZ | Director del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.
Guaidó dijo en la madrileña Puerta del Sol que la solución al problema venezolano está en manos de los venezolanos, pero también señaló que para que ellos puedan avanzar en la solución necesitan ayuda. ¿Cómo ayudar? La academia, sector en el que trabajo, puede contribuir haciendo autocrítica sobre el papel que hemos desempeñado desde que Chávez llegó al poder: dejamos que primase la opinión sobre el estudio sistemático. Uno de los mayores errores que hemos cometido ha sido el de jugar a “intelectuales comprometidos” –desde ambos lados–, cayendo en los mismos errores de la década de los sesenta, en la que se veía una revolución en cada huelga. Hemos puesto por delante nuestras preferencias normativas al análisis de la situación, dejando de lado la búsqueda de escenarios de consenso que aporten salidas basadas en la comprensión de las motivaciones y apoyos de los dos sectores. Algo que de haberlo hecho, permitiría a los actores en liza contar con información para desarrollar estrategias de negociación. Tenemos principios, valores, opiniones y es legítimo defenderlas; pero no podemos leer la coyuntura primando nuestro “deber ser”.
Un error de la oposición y sus académicos alineados fue no realizar un esfuerzo profundo en comprender las bases del poder de Maduro y limitarse a juzgarlo como dictador. Si queremos ofrecer soluciones, lo primero es entender a la élite, su base de poder y las motivaciones de la población que los apoya. Si nos centramos en las explicaciones “morales”, nunca podremos vislumbrar puntos en común en los que los dos sectores en disputa, ahora en posiciones irreconciliables hasta el extremo, puedan encontrar una base a partir de la cual negociar una salida democrática.
MICHAEL SHIFTER | Presidente de Inter-American Dialogue. @MichaelShifter
La respuesta de la comunidad internacional a la ruptura de la democracia en Venezuela y a la terrible crisis humanitaria fue decepcionantemente lenta. Durante el gobierno de Hugo Chávez ya había señales inconfundibles y preocupantes de la profundización del autoritarismo y, sin embargo, la reacción fue modesta, en el mejor de los casos. La preocupación ha aumentado con la llegada de Nicolás Maduro a la presidencia, en gran parte porque la represión es aún mayor –como ha documentado ampliamente Naciones Unidas en su informe sobre derechos humanos de julio de 2019– y por la escalada del desastre humanitario en el país y la crisis de refugiados, sin precedentes en el hemisferio occidental.
Sin duda, la administración de Donald Trump merece crédito por haber estado al menos del lado correcto del problema e intentar trabajar con los vecinos de Venezuela. Pero ha cometido graves errores. Su confianza hace un año en que la capacidad del presidente interino, Juan Guaidó, de unir a la oposición y movilizar a un gran número de venezolanos derivaría en un apoyo de las fuerzas armadas y, por tanto, condenaría a Maduro al fracaso tuvo un alto coste. Sus repetidas referencias a que “todas las opciones están sobre la mesa”, señalando implícitamente a un posible uso de la fuerza, así como las amenazas directas al ejército venezolano fueron contraproducentes. Era predecible que el ejército no cediera ante ninguna potencia extranjera, especialmente EEUU. Además de buscar con determinación una solución política a la crisis, es urgente llevar a cabo un esfuerzo internacional más sólido para abordar la catástrofe humanitaria y la crisis de refugiados, que en 2020 podría superar los números de Siria.