El Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés) celebra su 50 edición en la localidad Suiza de Davos. Como de costumbre, las élites políticas y económicas internacionales (agrupa asistentes de 117 países) se reúnen para debatir –que no necesariamente acometer– los principales problemas del mundo. Este año se les pide acudir en medios de transporte respetuosos con el medio ambiente, ya que el tema central de la cumbre es “un mundo cohesionado y sostenible”. Preguntamos a diversos expertos cuáles deberían ser las prioridades en este encuentro.
¿Qué tres compromisos claros debe priorizar Davos y qué posibilidad hay de que se lleven a cabo a lo largo de la década?
IVÁN H. AYALA | Profesor de economía en la URJC. @IVANHAYALA
El mundo se enfrenta a retos que determinarán el futuro de nuestras sociedades. Los tres puntos que voy a exponer no aparecen por orden de prioridad sino que, al contrario, son complementarios a la hora de diseñar un futuro a largo plazo sostenible para todas las personas.
El primer reto que Davos debería afrontar es el del cambio climático. Si queremos aportar algo para la supervivencia de nuestro ecosistema, debemos modificar de manera sustancial nuestros modelos productivos, reduciendo el crecimiento material, y aceptando que el crecimiento infinito es imposible. Algunos ejemplos podrían ser las energías renovables, la economía de los cuidados, nuevas redes de consumo local o nuevas tecnologías aplicadas.
En segundo lugar, necesitamos cambios sustanciales en el sistema económico internacional que permitan a los Estados recuperar capacidad fiscal. El traslado de beneficios desde jurisdicciones con tributación normal hacia jurisdicciones con tributación nula o muy baja ha perjudicado de sobremanera la capacidad fiscal, y por ende la capacidad de sostener los Estados del bienestar. Sin embargo, sin el concurso del sector público se hace muy difícil imaginar el cambio propuesto en el primer punto. Por ello es necesario modificar la tributación y los acuerdos internacionales para ampliar espacio fiscal y abrir la posibilidad a inversiones públicas que generen nuevos modelos de crecimiento.
En tercer lugar se debería dar un impulso político, económico, sociológico y cultural para la reducción de la brecha de género en todas sus manifestaciones. Esto permitiría mejorar la calidad democrática de nuestras sociedades –y solo por ello debería priorizarse– pero además nos permite incrementar la riqueza de nuestras sociedades y generar las posibilidades de nuevas vías de crecimiento.
Davos es el epítome de cómo el poder político y la gobernanza global se concentran en unas pocas élites corporativas. Son precisamente quienes deben ser confrontadas por los líderes políticos de sensibilidades progresistas y disciplinadas por las democracias. Davos no es el lugar para ello, aunque es un foro que debiera permitir trasladar las reivindicaciones políticas democráticas al poder corporativo. Más que las conclusiones de Davos, serán los equilibrios políticos de los Estados, atravesados por los diferentes intereses sociales, los que determinen si los tres puntos mencionados pueden ser una realidad.
MARTA DOMÍNGUEZ JIMÉNEZ | Economista e investigadora en Bruegel. @MARTADOMNGUEZJ1
El Foro de Davos tiene lugar en un escenario hostil, no solo por el enfriamiento económico sino también por el debilitamiento del multilateralismo y una creciente oposición popular. En consecuencia, ha presentado un programa basado en la inclusión y el desarrollo sostenible con seis ambiciosos objetivos. A mi juicio, destacan los siguientes tres.
Para empezar, adopta un fuerte enfoque medioambiental. Al fin y al cabo, los cinco principales riesgos identificados por el último informe anual del WEF eran climáticos. Esto abarca no solo las discusiones temáticas: también se proporcionarán alimentos y vinos locales y se anima a los participantes a viajar de manera sostenible (tren en vez de avión privado o helicóptero). Greta Thunberg es una de las principales ponentes. La pregunta es hasta qué punto refleja un compromiso real con compromisos detallados y concretos o el eterno greenwashing, bajo el cual muchas de las mayores empresas globales se han vuelto verdes de la noche a la mañana. Una iniciativa prometedora que presentará el CEO de Bank of America junto a las Big Four (las cuatro grandes empresas auditoras) busca contabilizar de forma armonizada las contribuciones corporativas a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, precisamente para evitar iniciativas de bajo impacto y alta proyección mediática.
Al mismo tiempo, sorprende que el principal objetivo económico del foro sea la reducción de la carga de deuda. Aunque muchos países desarrollados tienen altos niveles de deuda (tanto pública como privada), no supone un problema inmediato. En lo que concierne a la zona euro, el BCE considera que nuestra posición es generalmente sólida. El enfriamiento actual requiere de una respuesta fiscal activa en los países que aún conservan una amplia capacidad fiscal y un incremento de la inversión en iniciativas domésticas. El bajo crecimiento, especialmente en Europa, es un problema anterior –y mayor– a la deuda.
Finalmente, el programa comenta algunos de los retos de la cuarta revolución industrial, haciendo hincapié en el posible papel de las grandes empresas tecnológicas. El escrutinio mediático bajo el que se encuentran sus líderes ha llevado a algunos a posicionarse activamente a favor de una mayor regulación (por ejemplo, Sundar Pichai de Google), pero este no es más que el primero de muchos pasos.
ALICIA GONZÁLEZ | Corresponsal de economía internacional en El País. @AGVICENTE
Una de las características de Davos, edición tras edición, es que los temas que suelen marcar la agenda oficial del Foro Económico no suelen estar necesariamente en el programa, que la actualidad y las urgencias de las empresas, que componen el grueso de los participantes, suelen seguir su propia dinámica. En esta ocasión, por partida doble. Pese a que la convocatoria animaba a abrir un debate sobre la reforma del capitalismo, el programa y los mensajes de la organización –el informe de riesgos, por ejemplo– animaban a profundizar el debate sobre el cambio climático. Pero una reveladora encuesta de PwC ha constatado que para los ejecutivos, todo lo relacionado con el clima está lejos de incluirse en sus prioridades. El cambio climático ocupa el puesto número 11 entre las principales preocupaciones de los ejecutivos, dos puestos por delante del año anterior, pero lejos de otras como los conflictos comerciales, las amenazas cibernéticas o los cambios regulatorios, por ejemplo. Si hacemos la distinción por áreas geográficas, el cambio climático no está entre las 10 cuestiones que más preocupan a los directivos de Norteamérica, ni a los procedentes del Este de Europa, Latinoamérica, África u Oriente Oriente Próximo. Solo entre europeos y asiáticos se percibe una cierta preocupación por todo lo relacionado con el clima, las emisiones, los fenómenos climatológicos o los desastres medioambientales; en ambos casos en el puesto número 10. En estas circunstancias, resulta más fácil entender por qué los Acuerdos de París no han logrado avances concretos en su lustro de vida.
En cambio, sin grandes menciones en el programa, la tasa digital se está abriendo paso en el debate en Davos. Las grandes tecnológicas aprovechan la presencia de políticos como Donald Trump, Ursula von der Leyen o Pedro Sánchez para plantearles sus preocupaciones. Y en algunos casos, funciona.
RAMÓN GONZÁLEZ FERRIZ | Periodista de El Confidencial. En abril aparecerá su nuevo libro, La trampa del optimismo. Cómo los años noventa explican el mundo actual (Debate). @GONZALEZFERRIZ
El racionalismo que suele reinar en Davos tiene sentido, pero suele carecer de empatía y puede confundirse con arrogancia e indiferencia. El mundo no ha seguido el camino que querían los líderes de Davos: se ha vuelto más nacionalista, más reacio a ciertas innovaciones y, en muchos sentidos, más cerrado. Hay numerosos diagnósticos de por qué ha sido así. Ahora deberíamos intentar traducirlos en políticas.
En consonancia con el optimismo que encarna el espíritu de Davos, este año los asistentes se preguntan cómo lograr que “la economía funcione a un ritmo que permita una mayor inclusión”. Sería más realista cuestionarse cómo conseguir una mayor inclusión con el crecimiento actual de la economía. Es probable que durante mucho tiempo este sea reducido. La respuesta política a esta situación no puede ser encogerse de hombros y asumir que, mientras el crecimiento no sea mayor, no hay nada que hacer. El reto es hacerlo con lo que hay, y eso requiere una gran imaginación.
La creencia de que la tecnología podría facilitar una conversación global que permitiera superar las diferencias culturales y, dentro de las naciones, afinar las deliberaciones y así mejorar la política ha sido uno de los fracasos más estrepitosos de lo que llevamos de siglo. Las redes sociales, WhatsApp y una nueva generación de periodismo digital heredera de los viejos tabloides han empeorado la conversación. Hasta el punto de que la política es ahora peor y las élites, desorientadas, viven pendientes de la última idea viral y son sustituidas en parte por otras élites que están resultando aún peores. Al menos por lo que respecta a la comunicación, los líderes globales deberían renunciar al tecnooptimismo.
Sin duda, en Davos se abordarán las tres cuestiones. Y es probable incluso que se haga en esta dirección. Pero no creo que salga nada relevante de la cumbre, más allá de toneladas de retórica voluntarista.
JOSÉ JUAN RUIZ | Economista. @JJRUIZ2018
Mohamed A. El-Erian acertadamente observaba hace exactamente un año que los cerca de 3.000 políticos, empresarios e intelectuales que desde hace 50 años se reúnen en Davos tendían a extrapolar el pasado más reciente para visualizar el futuro inmediato. Aunque el sesgo sea desafortunado, no es extraño: todos y cada uno de ellos son lo que son por prestar atención prioritaria a lo que tienen sobre sus escritorios. Por eso, que este año vuelvan a hablar del capitalismo de los stake-holders, de la lucha contra el cambio climático y de la gobernanza del comercio y la tecnología es tan inevitable como deseable. Como también lo serán los debates sobre el nuevo Manifiesto de Davos propuesto por Klaus Schwab, el fundador y presidente del World Economic Forum, para reinventar el propósito y las métricas de empresas y gobiernos.
Como todo debate de ideas que conduce a la renovación de las agendas y de los códigos de conducta, un año más Davos será mediáticamente interesante. Pero pese a lo que Keynes escribió hace ya casi un siglo, sobre la deuda intelectual de los políticos y hombres prácticos de las ideas de los economistas muertos, en la era digital y del poder fragmentado resulta cada vez más improbable que los debates que no se concretan en incentivos –positivos y negativos, públicos y privados– puedan cambiar el mundo. Y eso, por el momento, es el papel de los gobiernos y de las instituciones multilaterales sobre las que se ha construido la gobernanza global. No estaría de más que Davos se lo recordara por encima de cualquier otra consideración: hablar sí, pero hacer es todavía más importante.