La Cumbre del Clima en Madrid (COP25) se celebra hasta el 13 de diciembre en un vía crucis de paradojas. Por parte de los anfitriones: el gobierno nacional ha mostrado voluntad de promover una agenda verde, en tanto que el municipal implementa un programa medioambiental regresivo. Por parte de los asistentes: la necesidad de poner freno a la crisis climática coexiste con la toma de conciencia de que, si las medidas repercuten principalmente sobre clases medias y trabajadoras, resultarán contraproducentes. Así lo demuestran las intensas protestas por el precio del transporte en Ecuador, Chile –anfitrión original de la cumbre– y Francia. Preguntamos a diferentes expertos cómo compaginar la lucha por el medio ambiente y contra la desigualdad económica.
¿Cómo combatir el cambio climático sin agravar la desigualdad?
Carmen Arguedas | Profesora titular de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad Autónoma de Madrid.
El fin de la pobreza y la sostenibilidad son las metas transversales de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. No pueden abordarse de forma aislada. A medida que el calentamiento global aumenta, sus efectos son cada vez más perceptibles. Inundaciones, huracanes, sequías extremas, tormentas devastadoras o situaciones de calor o de frío extremo son cada vez más frecuentes y de peores consecuencias. Son justamente los países pobres los más vulnerables ante la emergencia climática, de forma que esfuerzos insuficientes en la lucha contra el cambio climático contribuyen a agravar la desigualdad entre ricos y pobres. Las estrategias de adaptación son necesarias como medidas a corto plazo. Sin embargo, estas actuaciones no pueden reemplazar los esfuerzos de mitigación de las concentraciones de gases de efecto invernadero, ya que, a mayor concentración, mayor es la posibilidad de daños aún más graves e irreversibles, particularmente en las áreas más vulnerables.
Los compromisos adquiridos en materia de mitigación en el marco del Acuerdo de París son claramente insuficientes para lograr el objetivo de que la temperatura del planeta no suba más de 1,5ºC a finales de siglo. Algunos estudios señalan que con los esfuerzos comprometidos hasta ahora nos situaríamos en el 50% de los esfuerzos necesarios para lograr tal fin, todo ello contando con la voluntariedad de los países en vías de desarrollo, cuyos compromisos están en gran medida condicionados al apoyo financiero de la comunidad internacional. La Cumbre del Clima que estos días se celebra en Madrid se presenta como una gran oportunidad para lograr mucha más ambición en los esfuerzos de mitigación de gases de efecto invernadero. Una mayor determinación y empeño en la lucha contra la emergencia climática no solo permitirá mejorar las condiciones de habitabilidad en nuestro planeta, sino que contribuirá sin duda a reducir la desigualdad entre ricos y pobres.
Cristina Gallach | Alta Comisionada para la Agenda 2030. @cristinagallach
El cambio climático y la desigualdad están íntimamente relacionados. La Agenda 2030 tiene como objetivo un desarrollo sostenible e inclusivo con especial atención a los más débiles y vulnerables. No en vano, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se agrupan en cinco ejes relacionados entre sí: personas, planeta, paz, prosperidad y alianzas. Se trata de una agenda integral e integrada, que define un nuevo contrato social global. De hecho, la acción climática y la acción por la Agenda 2030 son caras de la misma moneda, los esfuerzos para el cumplimiento de los ODS repercuten positivamente en la mitigación climática.
No hay duda de que el cambio climático tiene un mayor impacto en la población más dependiente de los recursos naturales para su subsistencia y con menor capacidad de respuesta ante los desastres naturales. Asimismo, la crisis climática es un multiplicador de amenazas que pone en especial peligro a las comunidades más frágiles. Por tanto, los colectivos en zonas desfavorecidas sufren mayores estragos, particularmente mujeres y niños. Por ello, es fundamental fomentar su empoderamiento mediante una mayor y mejor educación, que permita la formación de las mujeres y las niñas para contribuir con soluciones con perspectiva de género.
Es imperativo fomentar la participación de las mujeres en la respuesta al cambio climático, con un liderazgo fuerte e inclusivo mediante su incorporación en la toma de decisiones, con medidas más inclusivas y sostenibles en el tiempo. Los ODS están interrelacionados entre sí, por lo que con medidas políticas para reducir las desigualdades se reduce la pobreza, se fomenta la lucha contra el cambio climático y se avanza hacia unas ciudades más sostenibles. En definitiva, una sociedad más justa.
Es lo que está haciendo Hindu Ibrahim, una joven del sur del Chad, convertida en la mejor embajadora de las mujeres que sufren por el cambio climático. Con su carisma y determinación, esta experta en adaptación climática denuncia el sufrimiento de las mujeres de su región y aporta soluciones basadas en el conocimiento tradicional. Es el mejor ejemplo de una lucha que requiere el esfuerzo de todos.
Pedro Linares | Profesor del departamento de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI. Universidad Pontificia de Comillas. @P_Linares
Creo que lo primero que debemos recordar es que el cambio climático en sí mismo ya acentuará la desigualdad: quienes más van a sufrir los impactos del mismo, a los que más va a costar adaptarse es precisamente a los más pobres, tanto a nivel internacional como dentro de cada país. Por tanto, la lucha contra el cambio climático ya ayuda a reducir la desigualdad.
Ahora bien, es cierto que según cómo se plantee la lucha, dependiendo del diseño concreto de las políticas de mitigación y adaptación, también podemos acentuar o reducir la desigualdad. En este sentido, la clave está en tener siempre en consideración a los más vulnerables a la hora de diseñar estas políticas. Un buen ejemplo es el de la fiscalidad. El contar con precios para el CO2 es fundamental para dirigir la descarbonización. Pero estos precios deben construirse de forma que generen una recaudación que a su vez permita compensar a los perdedores. Los últimos diseños de las reformas fiscales verdes, donde se establecen impuestos al CO2 o se subastan los permisos, y esta recaudación se devuelve a los hogares a tanto alzado, o se utiliza para reducir cotizaciones sociales, muestran cómo es posible conciliar esta señal de descarbonización con efectos progresivos sobre la desigualdad. Otro buen ejemplo es la rehabilitación de viviendas, necesaria para reducir el consumo energético (y las emisiones) de los edificios: las ayudas deberían dirigirse prioritariamente a las familias con menos ingresos, para asegurar su efectividad (minimizando el gorroneo) y a la vez contribuyendo a reducir la desigualdad.
Emilio Luque | Profesor de Medio Ambiente y Sociedad en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. @Luque_Emilio
La inacción frente a la crisis climática exacerba las desigualdades. Los perdedores de la globalización viven ya con angustia las incertidumbres de 40 años de liberalización y desprotección. Al añadirse a ellas las generadas por el cambio climático, tensándolas aún más, los días de democracias estables e inclusivas, ya en retroceso, están contados. Frente a ello, debemos impulsar formas de integración y cohesión social que superen la sociedad salarial (rentas mínimas, quizá), y recomponer la economía en torno a los sectores, profesiones y empleos que impulsen la mitigación (sobre todo) y la adaptación. Un ejemplo: arquitectos que pasen de construir lo nuevo a reconstruir, a reinventar, a reparar y rehabilitar lo existente. Esto supone redirigir normativas y subsidios, directos e indirectos, que ahora sostienen la economía fósil (más del 5% del PIB mundial). Supone diseñar políticas dirigidas a cerrar las grietas crecientes, en lugar de maximizar el valor del accionista. Supone orientar la innovación pública hacia “misiones” transversales, con la ambición correspondiente, tal como ha propuesto la economista Mariana Mazzucato. Para ello necesitamos Estados y administraciones públicas ágiles, flexibles e inteligentes. Pero todo este recentramiento de nuestra economía política en torno a la solidaridad y el cuidado también ofrece espacios para reinventar, para mejor, nuestras formas de ciudadanía pública y privada.
El retraso deliberado de décadas nos obliga a acelerar la transformación hasta niveles sin apenas precedentes históricos. Solo un amplio pacto social verde, un Green New Deal que distribuya equitativamente costes y recompensas, puede ofrecernos un horizonte para una transición rápida, justa y democrática ante la crisis climática.
Anxton Olabe | Economista ambiental y ensayista. Asesor sobre cambio climático y transición energética de la ministra para la Transición Ecológica de España.
Lo esencial es combinar la agenda de la mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero con otros dos tipos de medidas. La primera, una estrategia de transición justa, dirigida a proteger a las personas, comarcas, regiones y sectores que resultan más directamente afectados por la transición energética con la que se busca sacar las emisiones del sistema. Por ejemplo, desplegar una estrategia concreta, pegada al terreno y dotada económicamente para abordar los cierres de las centrales térmicas de carbón que ya no pueden competir ante el precio de la tonelada de CO2 en el sistema europeo de compra venta de permisos de emisión. Contratos de transición justa.
La segunda medida es de carácter más estructural y apunta hacia una reforma fiscal verde. Para que la reforma genere un “doble dividendo” ecológico y social existen varias rutas. Realizar una transferencia directa a los hogares por la totalidad de los impuestos asociados a las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, repartido de manera igualitaria; utilizar los recursos impositivos para financiar la transición justa de aquellas regiones y comarcas más desfavorecidas por la transición energética; o financiar un programa masivo contra la pobreza energética, entre otras medidas.
Xira Ruiz Campillo | Profesora del departamento de Relaciones Internacionales e Historial Global en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.
Cuando se combate el cambio climático se reduce la desigualdad que genera su impacto entre países Norte-Sur y entre clases altas y bajas dentro de cada país.
Afortunadamente, son muchas las herramientas que se pueden poner en marcha para enfrentarnos al cambio climático y mejorar la igualdad. Algunos ejemplos: promover el acceso a la energía limpia para combatir la pobreza energética en todos los países, reduciendo la factura energética de las familias y permitiendo que ese ahorro se pueda destinar a una mejor alimentación o a una mejor educación. Repensar el sistema capitalista actual y apostar por otras economías más responsables con el medioambiente, la sostenibilidad y la inclusión social, como la economía circular, la verde, la azul o la del bien común.
Exigir buenos gobiernos, no solo de las administraciones públicas, sino también por parte de las empresas. Necesitamos gobiernos que regulen en contra del atropello medioambiental y protejan a los ciudadanos; necesitamos empresas que tengan entre sus valores la sostenibilidad y la apuesta por el medioambiente, y que paguen unos impuestos justos que permitan reforzar el Estado del bienestar.
Promover la soberanía alimentaria, la agricultura ecológica y la ganadería extensiva para reducir las emisiones y a la vez mejorar la salud de las personas. Educar para crear un vínculo emocional entre las generaciones futuras y la naturaleza para que crezcan sabiendo que hay que cuidarla para poder vivir bien. E informar a la ciudadanía para que pueda tomar decisiones sostenibles e informadas sobre sus hábitos de consumo y estilos de vida.
Así visto, no parece que el problema del cambio climático sea la falta de soluciones.
Gonzalo Sáenz de Miera | Director de Cambio Climático en Iberdrola. @gonsaenzdemiera
Lo primero que quería explicar es que no combatir el cambio climático es lo que más agravaría la desigualdad, ya que los efectos van a ser más graves en los países menos desarrollados y, además, los países más ricos tienen más posibilidades de tomar medidas de adaptación. La acción climática es pues necesaria para combatir las desigualdades.
Una segunda idea importante es que, gracias a la revolución tecnológica que estamos viviendo en generación eléctrica con renovables y baterías para vehículos, descarbonizar la economía sustituyendo combustibles fósiles con electricidad de origen renovable genera beneficios para toda la sociedad.
Pero cualquier cambio, cualquier transformación profunda, como la que necesitamos para hacer frente al cambio climático, generará ganadores, pero también industrias, regiones o personas negativamente afectadas. Por tanto, una prioridad de la transición ecológica será la protección de estos colectivos vulnerables. No solo porque es una obligación moral sino porque, para asegurar que la transición tenga éxito, es necesario que sea aceptada por toda la sociedad. Estamos viendo cómo en numerosos países se generan protestas sociales ante iniciativas que tienen lógica económica y ambiental por parte de los colectivos más desfavorecidos.
Ante este escenario, Iberdrola ha solicitado el cierre de sus dos últimas centrales de carbón en todo el mundo. Por responsabilidad social y para garantizar una transición ordenada, la compañía garantiza el 100% de puestos de trabajo, además de sustituir las centrales de carbón por centrales de generación de electricidad con renovables, fotovoltaicas y eólicas.