Los últimos años han sido pródigos en sorpresas mayúsculas, casi ninguna para bien. Cunde la sensación de que vivimos en un estado de crisis permanente. Según el diccionario Collins, la palabra que mejor definió 2022 fue “permacrisis”, esto es, un largo periodo de inestabilidad e incertidumbre fruto de eventos catastróficos. Qué será lo próximo, nos preguntamos.
Al comienzo de un 2023 cuyos derroteros no nos atrevemos a sondear, pedimos a los expertos que se arriesguen en un ejercicio de prospectiva algo diferente. No preguntamos por los grandes asuntos que sabemos que definirán el año, sino por aquellos de los que se habla menos, a los que no prestamos demasiada atención, pero deberíamos, porque podrían marcar 2023 (y mucho más allá).
ARGEMINO BARRO | Corresponsal de El Confidencial en Estados Unidos @Argemino
Este año conoceremos el elenco de las presidenciales de 2024, pero también nos interesa lo que sucede entre los pliegues de la opinión pública. Aunque el trumpismo recibió una bofetada en las elecciones de medio mandato, su núcleo proteico, que es la desconfianza en las instituciones, sigue vivo. Una forma de observar la polarización es mirando a los parlamentos estatales. Es allí donde se libran las batallas en torno al aborto, el control de armas o las políticas educativas. La presidencia nos fascina con su pompa, pero la vida americana se decide en los estados. Ojo a lo que pasa en Pensilvania, Arizona, Florida, Michigan y Virginia.
Y más allá de los desafíos económicos evidentes, que son la alta inflación y las aceleradas subidas de tipos de la Fed para enfriarla, está el problema estructural de la falta de mano de obra. La escasez de trabajadores en muchos sectores de EEUU no tiene solución a la vista y puede continuar alimentando el alza de precios, las subidas de impuestos para compensar los menores ingresos fiscales, y problemas ligados al exceso de carga de trabajo. Esta necesidad de mano de obra podría inspirar una relajación de las políticas migratorias, endurecidas en las últimas dos décadas.
NATALIA COLLADO VAN-BAUMBERGHEN | Economista investigadora en EsadeEcPol @NColladoVan
Uno de los principales retos a los que se enfrentan las políticas para avanzar en la transición energética es el rechazo social. Por ejemplo, durante este último año hemos sido testigos de cómo la instalación de parques de energía renovable, necesarios para reducir las emisiones (y la dependencia energética, vital en el actual contexto geopolítico) y cuyos beneficios agregados son compartidos por la población, se ha enfrentado a un rechazo social significativo por parte de determinados grupos. Ante la inminente revisión al alza de los objetivos de potencia instalada renovable del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) y el esfuerzo por facilitar y acelerar los trámites administrativos, gestionar los potenciales bloqueos que puedan surgir desde el ámbito social será clave en 2023.
Otro tema que se encuentra en un segundo plano es avanzar en el despliegue de la infraestructura de recarga de vehículos eléctricos. Aunque la electrificación del parque móvil se producirá de forma gradual durante la próxima década, el ritmo se está acelerando: en 2022 las matriculaciones de vehículos eléctricos crecieron un 30% respecto al año anterior. Sin embargo, vamos por detrás de los objetivos establecidos en el PNIEC de instalación de puntos de recarga, lo que supone una importante barrera para la adquisición de este tipo de vehículos. Queda pendiente agilizar y homogeneizar los procesos administrativos en todo el territorio nacional y asegurar la accesibilidad en el repostaje prestando atención a las diferentes necesidades de los usuarios urbanos y rurales.
SUSI DENNISON | Directora del programa European Power e investigadora sénior del European Council on Foreign Relations (ECFR). @sd270
La unidad europea en torno a la necesidad de una postura firme contra la aborrecible guerra de Rusia en Ucrania ha sido impresionante a lo largo de 2022. Y a medida que se acerca el aniversario de la invasión, parece mantenerse firme, ya que los últimos datos de opinión pública del Eurobarómetro muestran que el 82% de los ciudadanos de la UE siguen creyendo que es esencial poner fin a la dependencia de la UE de las fuentes de energía rusas.
Sin embargo, a lo que los europeos no están prestando suficiente atención es a la grave desunión en torno a cómo debemos abordar a los otros dos actores globales que configurarán el orden internacional del mañana, incluso más que Rusia.
En lo que respecta a EEUU, los responsables políticos de la UE se esfuerzan por cerrar las grandes brechas existentes entre los Estados miembros sobre cómo responder a la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense, con pocas esperanzas de lograr un verdadero cambio en los planes de Washington. Desde los partidarios de emular los principios del “proteccionismo verde” en la UE, hasta los que se preocupan por el daño que ello causaría a las estructuras de libre comercio a escala mundial, hay enormes diferencias de opinión. Pero lo que hay detrás de todo esto son cuestiones aún más profundas con respecto a hasta qué punto “Occidente” puede y debe mantenerse unido por encima de las diferencias de opinión sobre la responsabilidad en materia de seguridad, comercio o relación con el Sur global.
China, cuyo apoyo implícito a la invasión rusa de Ucrania dio a Moscú garantías para seguir adelante con sus planes, plantea quizá una cuestión aún más delicada para los europeos. La creciente influencia de China y nuestra creciente dependencia de este país — desde la inversión en Europa hasta las baterías, los paneles solares y la explotación de tierras raras esenciales para la tecnología verde — es difícil de cuadrar con nuestra necesidad de persuadir a Pekín para que cambie su postura respecto a Moscú y ponga fin a las narrativas antioccidentales sobre la responsabilidad de la guerra y el aumento de los precios de los alimentos y la energía.
Son las consecuencias negativas que puede provocar la desunión en torno a nuestro enfoque de estos actores lo que debería estar acechando a los responsables políticos europeos a principios de 2023.
ALICIA GARCÍA-HERRERO | Investigadora senior en Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis. @Aligarciaherrer
La economía mundial ha comenzado el año con buenas noticias. La Unión europea parece estar saliendo mucho mejor parada de la crisis energética de lo que se pensaba, al menos a tenor de los últimos datos. Al mismo tiempo, la reapertura de la economía china debería hacer remontar su crecimiento en 2023, después de haber cerrado 2022 con apenas un 3% de aumento del PIB.
La economía estadounidense, a su vez, sigue sorprendiendo al alza con sus datos de empleo, aunque ya se atisba el enorme impacto negativo que los elevados tipos de interés pueden tener sobre el sector inmobiliario. El hecho que los tipos de interés vayan a seguir aumentando en 2023 es, de por sí, uno de los principales nubarrones de la economía mundial este año. Y no solo en EEUU, también en Europa y en el mundo emergente, dado el fuerte aumento de la deuda pública, consecuencia de las políticas fiscales expansivas para hacer frente a la pandemia.
Adicionalmente, la cada vez menor predictibilidad de la política económica china abre la puerta a otro riesgo inminente: el de una salida mucho menos suave de lo previsto de la situación en la que se encuentra el país asiático, después de tres años de política de Covid cero. Un escenario posible, y muy negativo para el mundo, es un crecimiento desbocado de la demanda interna china, sin que la oferta reaccione a la misma velocidad, aumentando las presiones inflacionistas en todo el mundo, no solo por el consiguiente fuerte aumento de la demanda energética china, también por el aumento de los precios de sus exportaciones.
ANNA KORBUT | Periodista ucraniana. @Ann_Korbut
A principios de enero me encontraba en Leópolis, capital regional del oeste. Antes era el centro neurálgico del turismo y de las tecnologías de la información, a lo largo de 2022 se ha convertido en destino de desplazados internos y empresas en reubicación del este y el sur. Una noche me encontraba en una plaza en el Barrio Judío, frente al monumento al Holocausto y a un homenaje a la vida judía. Un músico con capa medieval tocaba un villancico con una trompeta entre las luces de los cercanos y abarrotados restaurantes y cafés que contribuyen a la reputación de Leópolis como ciudad de la vieja Europa. Era un intervalo entre apagones programados como consecuencia de los ataques masivos con misiles de Rusia contra la infraestructura energética de Ucrania. Varias horas después, esa plaza volvía a estar a oscuras o con las ventanas de las casas iluminadas por velas y el rugido de los generadores diésel que alimentan los restaurantes y otros negocios, por no hablar de los hospitales, que mantienen la economía —y la “nueva normalidad” — en marcha. Eso da esperanza a la gente, en Ucrania y más allá.
Esta escena parece imposible si pensamos en febrero de 2022, cuando 150.000 soldados rusos se desplegaron primero en las fronteras de Ucrania y luego lanzaron una invasión a gran escala desde tres flancos, incluyendo la Crimea ocupada y Bielorrusia. Esto parece imposible si se piensa en los repetidos ataques masivos de Rusia contra la infraestructura crítica de Ucrania, un crimen de guerra y una táctica que nos resulta familiar por las desgarradoras imágenes de hospitales hogares bombardeados en la anterior intervención militar de Rusia en Siria.
Pero esta es la realidad. Un componente crucial es la resistencia del pueblo ucraniano en el frente y en la retaguardia —que algunos expertos ucranianos y extranjeros predijeron en sus acertados análisis antes del 24 de febrero, a menudo entre el escepticismo de muchos. Otro componente crucial es el apoyo sostenido de la comunidad internacional —principalmente con armas cada vez más avanzadas. Estas son necesarias, pero no suficientes, ya que una Rusia cada vez más totalitaria y militarista se rearma y se prepara para más ofensivas, quizá pronto. No es imposible imaginar que Rusia vuelva a atacar Kiev, quizá también Leópolis. Del mismo modo, no es imposible imaginar que Ucrania pueda ganar, de un modo u otro, si Occidente colectivamente, y sus países individualmente, los actores políticos y las sociedades en general llegan a un acuerdo sobre de qué se trata realmente esto, con el esfuerzo que requerirá.
JAVIER PARRONDO | Director general de Casa Asia. @javierparrondob
Tras la caída del gobierno de Ashraf Ghani en agosto de 2021, prácticamente sin apenas resistencia, Afganistán vuelve a estar bajo el yugo talibán. La crisis en Ucrania ha relegado a un segundo plano la dramática situación que se vive en el país centroasiático, pero las noticias que nos llegan seguirán generando titulares. Si en 2023 continúan las violaciones masivas de derechos humanos, en particular de mujeres y niñas, es previsible que algunos países occidentales impongan sanciones contra el régimen talibán y limiten aún más la ayuda humanitaria.
Ello podría llevar al gobierno del emirato islámico a un callejón sin salida que le convierta, como ocurrió en vísperas de la intervención estadounidense de 2001, en un foco de inestabilidad regional y en un territorio desde el que se promueva el terrorismo internacional. Potencias externas como Rusia podrían incluso aprovechar la coyuntura para contribuir al caos en la zona y desviar la atención de territorio ucraniano.
Los talibanes han aprendido la lección del 11-S y las consecuencias de convertirse en refugio de terroristas, pero existen formas más sutiles de apoyo al terrorismo internacional, y no habría que descartar que, al menos a escala regional, volvieran a promover movimientos yihadistas o el crimen organizado con fines terroristas.
Aunque los Acuerdos de Doha de febrero de 2021, suscritos entre Estados Unidos y el régimen talibán, entonces aún no constituido en Estado, establece que se “evitará el uso del territorio de Afganistán por parte de cualquier grupo o individuo contra la seguridad de EEUU y sus aliados”, lo cierto es que, en un país cada vez más aislado y bajo un régimen represivo, sin contrapesos, este compromiso se pueda romper, y ante ese riesgo debemos estar preparados.
PABLO R. SUANZES | Corresponsal de El Mundo en Bruselas @Suanzes
En los últimos tres años, el perfil internacional de la Unión Europea, y de alguno de sus dirigentes, se ha reforzado como pocas veces antes. La reacción ante la pandemia, tras unos inicios más que dubitativos, y sobre todo la respuesta a la invasión de Ucrania, de una celeridad, contundencia y consistencia no esperada por nadie, han sido clave. Pero también su desperezamiento en el tablero global, con un amago de desacople de China; marcando, inevitablemente, distancias con EEUU, un aliado pero no el mismo amigo que en el siglo XX. Y esbozando alternativas para el Flanco Sur, los microchips o incluso reforzando los lazos con la OTAN.
Sin embargo, la clave para analizar 2023 no está fuera, sino dentro. Las amenazas principales, o los desafíos en el mejor de los casos, son externas, pero la transformación más importante que estamos viendo, y vamos a ver, es interna. Europa ha tenido que crecer muy deprisa para estar a la altura. Responder con la adrenalina en situaciones de vida o muerte es inevitable y probablemente beneficioso, pero los efectos de cada decisión se notan a largo plazo.
Para responder a la pandemia la UE tiró a la basura el manual de instrucciones de las crisis pasadas y respondió con mano abierta, la suspensión del Pacto de Estabilidad e instando a gastar como si no hubiera mañana. Volver a la normalidad precedente no va a ser posible, y el cambio de las reglas fiscales hacia un modelo de ownership, en el que cada país tenga más responsabilidad en el diseño de su senda de ajuste, tiene todo el sentido, pero también llega con incertidumbres. Sobre todo cuando lleguen las primeras sanciones a los incumplidores.
El segundo pilar son las ayudas de Estado. En 2019, la Comisión Europea vetó la fusión de Siemens y Alstom, las dos grandes figuras del mercado de infraestructuras ferroviarias, al considerar que «dañaría la competencia en el mercado de sistemas de señalización ferroviaria y los trenes de muy alta velocidad». Berlín y París montaron en colera, protestaron y acusaron a Bruselas de falta de visión geopolítica ante el trato desigual para nuestras empresas frente a las subvenciones chinas. Pero la respuesta de la Comisión, y de otros muchos países como España, es que había más peligro cambiando las reglas de ayudas de Estado y de Competencia. Hoy, eso ya no es así. En unas semanas el Consejo Europeo se reúne para cambiar esas reglas tradicionales, para responder esta vez a la legislación estadounidense, y no sólo la china. La decisión está tomada, el terreno de juego va a cambiar en dirección contraria a las últimas décadas de Mercado Único y el efecto puede ser demoledor.
Los 27 han presupuestado unos 672.000 millones para ayudar a sus empresas como compensación por la crisis generada por la invasión rusa. De esas ayudas, el 53% corresponde a Alemania y el 24% a Francia. Italia, en tercera posición, ha dedicado un 7,6% del total y España, cuarta economía del euro, apenas el 1,7%. Cambiar y simplificar esas normas va a cambiar completamente una Unión de por sí fragmentada, su mercado y los equilibrios de fuerzas.
El tercer pilar es el verde. No se renuncia al Green Deal, pero tras la crisis energética, todo se matiza. El mercado eléctrico se ha intervenido, algunos objetivos se relajan y los ojos están puestos en los permisos. Se han flexibilizado los necesarios para el despliegue de renovables. Y más van a seguir. La semana pasada, Suecia anunció el descubrimiento del mayor depósito de minerales raros de Europa. Materia imprescindible para las nuevas tecnologías, como los coches eléctricos, y que vienen casi exclusivamente de Asia. Pueden y saben explotarlo, pero tardarían 15 años y su mensaje a Von der Leyen, presente en la zona ese día, fue claro: hay que cambiar las normas, los plazos, las exigencias medioambientales, para responder a nuestros rivales.
Los ajustes, todos ellos, quizás sean imparables, inevitables e incluso positivos. Pero van a transformar lo que somos, lo que queremos ser y la forma de relacionarnos. O competitividad, y autonomía, o muerte. Y quizás ambas.
GAVIN WILDE | Analista senior de Tecnología y Asuntos Internacionales en Carnegie Endowment for International Peace @gavinbwilde
Uno de los temas de 2023 que creo que será importante que observen los analistas es el impacto de la agresión geopolítica rusa y bielorrusa en la economía tecnológica de Europa del Este y Asia Central. A principios del año pasado, Gartner calculó que más de un millón de profesionales de la TI (tecnología de la información) trabajaban en Rusia, Ucrania y Bielorrusia, una cuarta parte de ellos para empresas de consultoría o subcontratación. Los analistas del sector también calcularon que una de cada cinco empresas de la lista Fortune 500 utilizaba servicios informáticos ucranianos antes de la guerra. Desde el estallido de las hostilidades, cientos de miles de personas altamente cualificadas han emigrado de Rusia a las regiones vecinas. Antes de su propia represión política interna en agosto de 2020, Bielorrusia era un floreciente centro de talento informático. En 2021, Kazajstán dedicó un considerable apoyo gubernamental a la expansión de su sector de la TI. En resumen, los pasos en falso de Moscú y Minsk han tenido un impacto sísmico potencial en la dinámica laboral, de innovación y de inversión de los sectores tecnológicos desde Polonia hasta Kazajstán y Georgia. Mientras la economía mundial intenta aclimatarse a las sanciones resultantes, las restricciones a la exportación, los desplazamientos de civiles y la migración, y mientras aumenta la atención de las empresas al riesgo geopolítico, es probable que 2023 sea el año en que se aclare cómo será este impacto.
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