El año comienza con una serie de hitos en el horizonte, sobre todo de índole electoral, con comicios decisivos en Portugal, Francia, Colombia, Brasil y Estados Unidos, entre otros países, a los que se suma un congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) donde se espera la coronación definitiva de Xi Jinping como el gran timonel de la China del siglo XXI. Hemos pedido a los expertos que vayan un paso más allá, preguntándoles también por los acontecimientos posibles, no solo probables, que podrían hacer de 2022 un año decisivo. ¿Una guerra abierta en Ucrania? ¿El agudizamiento de la pandemia, con nuevas olas y variantes? ¿El frenazo de la recuperación económica? ¿Una mayor autonomía europea? Sus respuestas trazan multitud de rutas alternativas para un 2022 preñado de posibilidades.
Participan
JOAQUÍN ALMUNIA | Presidente del think-tank CEPS. @AlmuniaJoaquin
El inicio del calendario electoral para 2022 está marcado en la UE por el cambio en la presidencia de la República Italiana. Si Mario Draghi presenta su candidatura, su triunfo estará asegurado, pero abrirá un periodo de inestabilidad, que podría desembocar en unas elecciones legislativas de resultado incierto. También Portugal celebra elecciones. António Costa parte como favorito, pero no tiene asegurada una mayoría suficiente. Sin embargo, la estabilidad política en el país vecino no está en cuestión, mientras que si Draghi se traslada al palacio del Quirinal, las turbulencias italianas nos inquietarán durante un tiempo.
En abril se celebran en Francia otras elecciones de gran importancia para el conjunto de la UE, que podrían añadir nuevas inquietudes. Emmanuel Macron parte en cabeza de los pronósticos, pero podría disputar la segunda vuelta frente a la candidata de la derecha tradicional, lo que haría menos predecible el resultado. Su debilitamiento, en todo caso, puede abrir fisuras en el respaldo francés a posiciones europeístas. Ese mismo mes, Victor Orban afronta en Hungría unas elecciones parlamentarias a las que la oposición democrática se presenta unida, con posibilidad de poner fin a sus políticas antidemocráticas.
Y fuera de Europa, en noviembre se celebran elecciones de medio término en Estados Unidos. Los demócratas afrontan un clima de baja popularidad del presidente Joe Biden y cierta frustración por los escasos resultados de su primer año en la Casa Blanca. Todo ello, junto con la evolución de la pandemia, la vuelta de la inflación y las fuertes tensiones con Rusia, arrojan sombras sobre la capacidad de la UE para reforzar su cohesión, superar la crisis económica y avanzar en el camino de su autonomía estratégica. Esperemos que el buen tiempo prevalezca sobre la amenaza de tormentas.
BORJA BERGARECHE | Socio de comunicación, innovación y liderazgo corporativo en Harmon. @borjabergareche
Francis Fukuyama se dejó llevar por la pulsión más ingenua del idealismo liberal al proclamar el “fin de la Historia” en 1992. Me interesó más el neocon Robert Kagan cuando describió a Europa como “un paraíso post-histórico de paz y prosperidad” en su obra Poder y Debilidad. Así, llevábamos dos décadas cómodamente instalados en el papel de “venus” de las relaciones internacionales que nos endosaba Kagan, ajenos a las luchas de los “martes” de la realpolitik. Hasta encontrarnos, horrorizados, los tanques rusos a las puertas de Kiev.
2022 puede ser el año en el que, tras la salida de Angela Merkel de la cancillería alemana, veamos al joven Emmanuel Macron abandonar el Elíseo (o no, pero sigamos jugando a la política-ficción). Huérfanos de liderazgo político, y con la herida del Brexit todavía sangrante, las dinámicas de fragmentación comunitaria y alejamiento transatlántico a este lado del antiguo muro de Berlín serán correspondidos, del lado oriental, con un refuerzo de la alianza estratégica entre Rusia y China. Bien podrían eludir las sanciones económicas de Occidente y mitigar de forma notable, por ejemplo, el impacto de la posible exclusión de Rusia del mecanismo Swift creando una versión sino-rusa alternativa para los intercambios bancarios en sus zonas de influencia.
En esa alianza de los nuevos herederos del dios romano de la guerra, China pone el software (inteligencia artificial), y Rusia el hardware (los tanques). Y un aspecto crítico de las guerras digitales puede cambiarlo todo: la creciente ventaja de China en el desarrollo de la computación cuántica. Pekín invierte cuatro veces más que Estados Unidos en este campo, y ha demostrado una sorprendente capacidad de convertir I+D en avances operacionales, a la altura de los Google de este mundo. El último informe estratégico del Pentágono afirmaba que “China sigue persiguiendo el liderazgo en tecnologías clave con un potencial militar significativo”. Con la supremacía cuántica, los submarinos y bombarderos invisibles dejarían de serlo para sus radares. Y los mecanismos de encriptado de datos de todo el mundo se abrirían de par en par a sus hackers, con y sin uniforme. Moscú seguiría desplegando sus tanques on demand. Y la Unión Europea quedaría minúscula, en un nuevo infierno post-histórico de amenazas y desigualdad.
IRENE BLÁZQUEZ NAVARRO | Directora del Center for the Governance of Change, IE University. @ieGovernance
Si anticipar tendencias y motores de cambio en un contexto global de fragilidad y ansiedad, no lineal e incomprensible, un entorno BANI (brittle, anxious, non-lineal, incomprehensible) como acuñara el futurólogo Jamais Cascio, es un ejercicio de prospectiva cada vez más complejo, que pone en valor previsiones geopolíticas tan ajustadas como las de Jeremy Cliffe, editor internacional de The New Statesman, mayor dificultad alberga identificar cuanto puede suponer un punto de inflexión decisivo, un cambio en las reglas del juego que rigen política, economía y sociedad. Un catalizador de esta índole para la Unión Europea en 2022 sería su conciencia situacional sobre la necesidad de desplegar una estrategia integral de diplomacia tecnológica. Adquiriría una voz relevante e incidiría en la gobernanza internacional todavía incipiente de las tecnologías, sea multilateral o en el marco de regímenes internacionales con socios afines, para proteger sus valores democráticos y posicionarse como actor líder –no solo normativo, sino también industrial– respecto de tecnologías críticas, nuevas y disruptivas, Inteligencia Artificial, 5G o computación cuántica.
Esto es así, porque está en juego la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, la salvaguarda de los derechos humanos y el papel, hasta ahora un tanto orillado, de la UE en el orden internacional del mundo digital. La tecnología está transformando los equilibrios de poder entre Estados y actores no estatales como las Big Techs, los escenarios de rivalidad y seguridad, las condiciones de sostenibilidad y prosperidad anclada en la economía del dato y plataformización, y también la carta de derechos y libertades digitales de la ciudadanía, espacio donde la privacidad es poder, en palabras de la filósofa Carissa Véliz que alertan sobre el capitalismo de vigilancia y el tecnoautoritarismo. Aun cuando la agenda tecnológica es prioritaria para la UE y su “autonomía estratégica abierta” basada en cadenas globales y robustas de suministro, así como ambiciosa en hitos normativos (brújula digital 2030, ley de mercados digitales, ley de servicios digitales, estrategia europea del dato, ley de IA, resiliencia en ciberseguridad o semiconductores), esto no es suficiente en un escenario de desglobalización, como describen Barry Buzan y George Lawson, rivalidad creciente en la carrera por la supremacía tecnológica y nuevas fronteras digitales que acrecientan además la brecha de la desigualdad.
Se necesita esa estrategia integral para la mejor gobernanza tecnológica en un 2022 propicio a este fin, a la luz de las prioridades de la presidencia francesa del Consejo, los resultados esperables de la implementación de la Cumbre por la Democracia, de diciembre de 2021, y la Cumbre de la OTAN que acogerá España en junio de 2022, así como el rodaje del Consejo Estados Unidos-UE de Tecnología y Comercio.
EVA BORREGUERO | Profesora Ciencia Política del Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. @evabor3
Un factor decisivo en 2022 será la evolución de la pandemia de Covid-19, que apunta en dos direcciones opuestas y no excluyentes. De un lado, el avance de la vacunación a nivel global, la aparición de medicamentos antivirales y, en general, la impresión de que con la variante ómicron se podría estar entrando en una fase endémica de la pandemia. Por otra parte, la posibilidad de que surjan nuevas mutaciones más infecciosas sigue actuando como una espada de Damocles y, en ese sentido, con el potencial de proyectar incertidumbre sobre los mercados financieros, la economía y los gobiernos, que acusan el desgaste por la gestión de esta incertidumbre.
La acción humana sobre el medioambiente continuará agravando de modo gradual pero determinante la degradación del medio ambiente y el hábitat planetario: contaminación en las ciudades, ríos, mares, vertidos de plásticos y aumento de emisiones de dióxido de carbono. Veremos episodios extremos en el clima, con lluvias, inundaciones, sequías y récords de temperaturas. Vinculado a este fenómeno, aunque también a otros de tipo político y económico, están las migraciones, que ejercerán presión sobre la UE, donde los movimientos desde Afganistán adquirirán especial importancia.
Sin olvidar cuestiones de continuidad con 2021: tensión entre las grandes potencias, con la rivalidad entre democracias liberales y regímenes autoritarios como telón de fondo, bien sea entre China y EEUU –es de prever que continúe el intrusismo de Pekín en el mar de China Meridional, Taiwán y otros terrenos con la reelección de Xi–. Desarrollo de las estrategias para el Indo-Pacífico por parte de Washington y los países de la UE. Sin olvidar la amenaza de una invasión de Ucrania por parte de Rusia. Podría ser un órdago, pero teniendo en cuenta el historial de Putin, no conviene desestimar la amenaza real.
ALICIA GARCÍA-HERRERO | Investigadora principal de Bruegel y profesora adjunta de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong. @Aligarciaherrer
La recta final de 2021 y el comienzo de 2022 está siendo complicado y no solo por la ola de ómicron. El crecimiento económico se desacelera en las principales áreas del mundo, sobre todo en China. Por otro lado, las presiones inflacionistas son más fuertes y duraderas de lo que se había pensado en un principio y mucho más en Occidente que en Oriente. En este sentido, los retos del Reserva Federal –o incluso del Banco Central Europeo (BCE)– son bien distintos a los del Banco Popular de China (PBOC), donde la inflación es un problema menor dada la falta de demanda interna. En el caso del Banco de Japón, las presiones deflacionistas son tan intensas que ni siquiera en un momento de cuellos de botella en la cadena de producción global los precios al consumo llegan a crecer un 1%.
Esta divergencia en las situaciones de partida de los principales bancos centrales de Occidente frente a Oriente es la que está detrás del gran desacople de políticas monetarias que ha empezado hace pocas semanas y esperamos que se acentúe a lo largo de 2022. Así, la Reserva Federal ha comenzado a reducir su balance, de hecho de una manera más rápida que la que inicialmente se esperaba el mercado. Como si esto fuera poco, en su reunión de hace unas semanas, dentro de la Fed comenzaba a formarse un consenso para realizar al menos dos subidas de tipos en 2022. El BCE, por su parte, aunque más cauto en la amplitud y velocidad de su retirada de liquidez, sin duda se ha mostrado más agresivo de lo que muchos habrían esperado, empujado por una inflación cada vez más elevada y generalizada. En el otro extremo del espectro, el PBOC empezó recortando su coeficiente de reservas bancarias hace apenas un mes, tras una pausa de unos cinco meses desde el primer recorte. Como si esto no fuera poco, hace unos días señalizó lo que claramente va a ser un nuevo ciclo monetario expansivo con un recorte del tipo de interés de referencia.
Las consecuencias de este desacoplamiento de políticas monetarias entre Occidente y Oriente pueden ser importantes, comenzando por la más evidente: una mayor volatilidad de los tipos de cambio. En resumen, no parece que 2022 vaya a ser más tranquilo que 2021, y no solo por la variante ómicron. Atémonos los cinturones, si es que habíamos osado desatarlos desde que empezó la pandemia.
EDUARD SOLER i LECHA | Investigador sénior, CIDOB. @solerlecha
Cuando empieza el año, aquellos que nos dedicamos a las relaciones internacionales y que queremos prepararnos, empezamos mirando el calendario. Localizamos de antemano una serie de momentos trascendentes. La de 2022 es una lista larga con elecciones en las que se dirime la fuerza del populismo y del pensamiento reaccionario –de Brasil a Francia, pasado por las elecciones de medio mandato en EEUU o los comicios en Hungría– o la probable renovación del liderazgo de Xi Xinping en el XX Congreso del Partido Comunista Chino. También las decisiones que deben tomarse y los compromisos que deben hacerse en grandes cumbres como el Consejo Europeo de defensa, la cumbre de la OTAN en Madrid o la COP27 en Sharm el-Sheij en Egipto. Además, una peculiaridad de este año será la alta carga geopolítica de eventos deportivos como los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín y el Mundial de Fútbol de Qatar.
No todo es calendarizable. Habrá elecciones anticipadas, catástrofes naturales o anuncios de avances científicos cuyos protagonistas todavía desconocemos. E igualmente incierto es el desenlace de las negociaciones sobre el programa nuclear iraní o cómo evolucionará la rivalidad entre EEUU y China, entre Ucrania y Rusia o entre Marruecos y Argelia.
El riesgo de fijarnos solo en este tipo de momentos es que nuestra mirada a la agenda internacional sea excesivamente controplacista y con insuficiente capacidad anticipatoria. Para comprender cuáles son las fuerzas que mueven la agenda internacional, también debemos prestar atención al aumento de las desigualdades, la carrera armamentística global, el desplazamiento del centro gravitatorio hacia el Indo-Pacífico, el aumento de los precios de los alimentos, la carrera global en materia de innovación y ciencia, la desconfianza en las instituciones, el agravamiento de las crisis humanitarias y la mayor conciencia climática.
Si además tuviera que escoger un solo concepto que estructure el mundo de mañana, este sería el de justicia. Hablaremos de justicia climática, de recuperación justa, de justicia en la distribución de tratamientos médicos o de justicia fiscal. No tanto porque esta sea la senda en la que estamos ahora, sino porque tendremos muchos avisos de los peligros de no modificar el rumbo.
MANUEL MUÑIZ | Decano de la IE School of Global and Public Affairs. @manuelmunizv
Uno de los acontecimientos más relevantes para Europa en 2022 puede tener lugar fuera de su territorio; al otro lado del Atlántico. En noviembre de este año tendrán lugar las mid-terms en Estados Unidos y es posible que los demócratas pierdan la mayoría que tienen en el Congreso y que el Senado se incline de manera definitiva a favor de los republicanos. De producirse este resultado, el presidente Biden vería muy limitada su capacidad para avanzar una agenda legislativa potente a lo largo de la segunda parte de su mandato. Se limitaría también su capacidad para ratificar la adhesión de EEUU a tratados internacionales. Pero, sobre todo, un resultado así revelaría la fortaleza del Partido Republicano y, muy probablemente, de la corriente trumpista dentro de este. Si en efecto las mid-terms acercan a un presidente republicano a la Casa Blanca, los europeos deberían tomar buena nota. Si un candidato parecido a Donald Trump, o el propio Trump, ganara las elecciones presidenciales de 2024 se volvería a elevar la tensión transatlántica, se abrirían de nuevo los dosieres comerciales y se debilitaría la agenda de lucha contra el cambio climático. Por tanto, y aunque en estas fechas y desde esta parte del mundo no se vea con tanta claridad, las mid-terms americanas de noviembre pueden convertirse en uno de los hechos más importantes del 2022.
JOSEP PIQUÉ | Editor de Política Exterior. @joseppiquecamps
El elemento determinante va a ser cómo se hace frente al desafío ruso y qué respuesta da Europa al mismo. Ello repercutirá, obviamente, en los mercados energéticos y debería provocar un impulso a la formulación de una política energética europea que vaya más allá de la sostenibilidad y que se centre en la seguridad de los suministros y su diversificación. Pero lo más relevante es si es una respuesta que dé solidez a la progresiva e imprescindible política exterior común y al papel que juegue la Unión Europea en el nuevo escenario geopolítico, en el marco del vínculo atlántico y de la defensa de Occidente como comunidad de valores.
No me resisto a recordar que la respuesta occidental a Rusia va a ser clave para contener las ambiciones chinas en Taiwán y la presencia de Estados Unidos en el continente asiático.
En este contexto, la concreción de la llamada “autonomía estratégica”, a través de la aprobación, durante la presidencia francesa, de la Brújula Estratégica propuesta por la Comisión, va a enmarcar la credibilidad de la Unión como un actor relevante que se autorresponsabiliza de su seguridad y defensa. También habrá que ver hasta dónde lo hace compatible con el nuevo “Concepto Estratégico” para el próximo decenio, que debe aprobarse en la Cumbre de la OTAN en Madrid del 29-30 de junio.
Hablamos de algo fundamental para que Occidente subsista como bloque basado en valores y en la solidaridad entre democracias, frente a los regímenes autoritarios que le disputan la hegemonía global, como China o la propia Rusia.
JUAN TATO SUÁREZ | Subdirector de Informativos en Radio Nacional de España (RNE). @juantatosuarez
En 2022 la agenda política y económica de Europa estará marcada, en buena medida, por la evolución de la pandemia del Covid-19. Mientras el coronavirus siga en circulación, seguirá también mutando, y eso significa que continuaremos estando expuestos a la aparición de nuevas variantes, quién sabe si más virulentas y letales que las actuales. Creo que uno de los acontecimientos con potencial para marcar el devenir de este año podría ser la llegada de una nueva generación de vacunas multivariante, en la que ya están trabajando varios laboratorios. Si alguno de estos nuevos sueros lograra frenar los contagios, se abriría un nuevo horizonte que nos permitiría soñar con el final de la pandemia.
En el plano político, las miradas estarán puestas en las elecciones presidenciales de Francia. Emmanuel Macron lo tiene todo a favor para seguir en El Elíseo otros cinco años más. Pero a nadie escapa que una victoria de la extrema derecha –que considero muy improbable, por no decir imposible– podría poner patas arriba todo el proyecto común de la Unión Europea.
Por último, entre los eventos que podrían tener ondas de choque sistémicas para Europa, está la posibilidad de una invasión rusa de Ucrania. Un escenario que causa preocupación en Washington y pavor en las capitales europeas pero que, en mi opinión, no desea ni el propio Kremlin. El estallido de un conflicto armado tendría consecuencias funestas para todas las partes y esa es la razón por la que creo que no llegará a producirse.
MACARENA VIDAL LIY | Corresponsal de El País en Pekín. @Macchinetta
El año ha empezado prometedor en Asia para los que gustan de las emociones fuertes. En Corea del Norte, el líder supremo, Kim Jong-un, ha llevado a cabo cuatro pruebas de misiles en los primeros 20 días del año, e insinúa que podría retomar su programa nuclear. De hacerlo, el mundo podría entrar en la misma peligrosa espiral de tensiones que en 2017, cuando el régimen de Pyongyang y EEUU estuvieron a punto de pasar de los puñetazos retóricos a los reales.
Pero el acontecimiento que con seguridad hará de 2022 un año decisivo ocurrirá en otoño: China celebrará el XX Congreso del PCCh. En él, el todopoderoso secretario general del Partido y presidente del país quedará nombrado para un histórico tercer mandato y remodelará su gobierno, donde el primer ministro, Li Keqiang, y otros altos cargos podrían verse reemplazados por hombres de confianza del líder.
Con un Xi confirmado al frente de la segunda potencia mundial para el futuro previsible, cabe esperar una China tan asertiva –o más– como en los dos mandatos previos del secretario general. Una China convencida de la superioridad de su modelo de gobierno; de que ha llegado su momento, y de que EEUU se encuentra en decadencia. Comienza la “nueva era” declarada ya por el PCCh con la rivalidad con EEUU como uno de sus factores determinantes. Taiwán y el mar de China Meridional se presentan como los tableros decisivos para la partida de ajedrez entre las dos superpotencias.
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