Las acusaciones de fraude en las elecciones afganas del 20 de agosto del principal candidato opositor, el ex ministro de Relaciones Exteriores, Abdulá Abdulá, contra el presidente Hamid Karzai y la elevada abstención, que podría llegar al 55%, han ensombrecido las perspectivas del país y de la misión militar de la OTAN.
El general David Petraeus, jefe del mando central del Pentágono, ha dicho que las cosas habían ido “razonablemente bien”, pero los mandos militares sobre el terreno destacan que en el sur y el este del país –de mayoría pastún, la etnia a la que pertenece Karzai y la mayoría de los talibanes–, la seguridad ha empeorado a pesar de las 17.000 nuevas tropas que ha recibido el contingente estadounidense, de 57.000 efectivos. Todo ello supone mayores problemas para Barack Obama, enfrentado a una guerra cada vez más impopular entre la opinión pública de su país (51% en contra) y a las dificultades para enviar más tropas a un país cuyo gobierno ha sumado ahora las sospechas de un fraude electoral a las acusaciones de corrupción y alianzas con extremistas religiosos y brutales “señores de la guerra” como Uzbek Rashid Dostum.
Según el almirante Michael Mullen, jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de EE UU, “la insurgencia talibán [activa en el 40% de los distritos del país] se ha hecho más sofisticada en sus ataques”. Durante la jornada electoral hubo 73 ataques contra colegios y votantes en 15 distritos que produjeron una treintena de muertos. Según la ong Human Rigths Watch (HRW), fue uno de los días más violentos de los últimos ocho años. En los pasados seis meses las fuerzas internacionales han tenido 120 bajas mortales.
Los resultados electorales definitivos tardarán dos semanas o más en publicarse si hay recursos que resolver, lo que puede agravar la incertidumbre reinante y extender la parálisis de un gobierno que apenas funciona.
Mientras los seguidores de Karzai dicen haber obtenido más del 50% de los votos, los de Abdulá aseguran para su candidato hasta un 62%, cuando las encuestas auguraban menos del 50% para Karzai y en torno al 25% para Abdulá. Lo que sí parece claro es que ha habido menos votantes, entre el 45% y el 50% del electorado, alejándose de la tasa de participación del 70% de las elecciones de 2004. Cinco años de violencia creciente, la amenaza talibán y el hartazgo por la corrupción y la ineficacia gubernamental han terminado por hacer mella entre los afganos en este lustro. Por otra parte, HRW alerta sobre el empeoramiento de la situación de las mujeres, que habían conseguido una mejora notable en sus condiciones de vida desde 2001. Si con la expulsión de los talibanes las afganas consiguieron una mayor representación en el Parlamento y las niñas fueron enviadas de nuevo a la escuela, antes de las elecciones Karzai llegó a acuerdos con diversos líderes que violan los derechos de las mujeres.
Si se confirma que votó más gente en el norte, de mayoría tayika y uzbeka, Abdulá, de etnia tayika, podría tener alguna esperanza de pasar a una segunda vuelta en octubre. Pero si surgen dudas sobre la limpieza de los comicios (en distritos en los que apenas hubo votantes aparecieron urnas llenas de papeletas) o si los resultados son muy ajustados y la oposición agita las aguas, se podrían crear las condiciones para un estallido de violencia interétnica entre pastunes (43% de la población) y tayikos e incluso de una fractura del país.
Los escasos avances de los últimos ochos años muestran que la reconstrucción nacional puede requerir años, en todo caso mucho más que los 12 meses que el almirante Mullen se ha fijado para mostrar resultados significativos. El sistema afgano, con sus “señores de la guerra” convertidos en políticos, con una corrupción rampante que afecta también a militares, jueces y policías y con la droga como motor de la economía (33% del PIB), refleja las enormes dificultades que esperan al país y a sus aliados occidentales.
Los márgenes de maniobra para EE UU y la OTAN se han estrechado, por lo que tendrán que redoblar sus esfuerzos para fortalecer el Ejército Nacional Afgano y obtener la colaboración de Pakistán para privar a los talibanes de sus rutas de infiltración y santuarios transfronterizos en las zonas tribales pastunes paquistaníes. Por ahora nadie en Bruselas o Washington quiere calificar las elecciones de fracaso, pero si la situación sigue agravándose, el voto de los afganos podría haber acelerado el proceso de deterioro.
En una entrevista en el Council on Foreign Relations, la periodista Elizabeth Rubin señala que, los compromisos preelectorales alcanzados entre Karzai y algunos líderes tribales podrían llevar, si se confirmar su victoria, a una transformación radical de la estructura del país y, por tanto, de las condiciones de seguridad.