El pasado domingo centenares de miles de personas se manifestaron en Hong Kong, en la que fue, posiblemente, la mayor protesta que se ha hecho en la ex colonia británica desde que fue devuelta a China en 1997. El foco de la protesta era una propuesta de ley de extradición que buena parte de la población ve como una erosión a la autonomía de la ciudad. El rumor de fondo, no obstante, es el desequilibrio cada vez mayor entre el poder de Hong Kong respecto al resto de China. La propuesta de ley de extradición es la guinda de un proceso de transformación que los hongkoneses sienten que se les ha escapado de las manos.
Lo más destacado de la manifestación del domingo fue su transversalidad, que permitió atraer a ese alto número de gente. Mientras que en la famosa Revolución de los paraguas de 2014 los manifestantes, a pesar del ruido y la atención generada, fueron una minoría, la manifestación del domingo sí escenificó un “sentir general” de la ciudad. Acudieron personas mayores, familias, hombres de negocios y sectores conservadores. La mentalidad con la que se presentaron los manifestantes fue la de defender el statu quo, es decir, la autonomía de Hong Kong dentro de China. Mientras que los activistas de la Revolución de los paraguas presionaban para conseguir reformas que podrían haber transformado la vida política de la ex colonia británica, la manifestación del pasado domingo fue más bien “defensiva”. Lo que se coreaba, en el fondo, era que todo se mantuviera igual.
Y es que, si se mira en perspectiva, quien está consiguiendo cambiar más la situación “especial” de “un país, dos sistemas” en Hong Kong no son los activistas locales, sino Pekín. Eso asusta a buena parte de los ciudadanos de esta región autónoma, que tienen un talante conservador y pragmático que combina una aceptación de su pertenencia a China con una defensa de las libertades y derechos adquiridos en 1997. La gran mayoría aprueba el statu quo: según una encuesta de la Universidad de Hong Kong, el 70% ve la actual situación de autonomía como la mejor opción. Un 11% defiende, en cambio, que Hong Kong sea independiente, mientras que un 15% apoya que la ciudad esté directamente gobernada por Pekín.
Esta postura conservadora es la que explica el sobresalto social ante este proyecto de ley, que muchos hongkoneses ven como una erosión de su autonomía judicial. Las enmiendas en sí no proponen nada extraño: quieren arreglar la situación anómala actual que hace de Hong Kong un refugio para criminales fugados, ya que la ciudad no tiene tratados de extradición con la mayoría de países del mundo. El caso concreto con el que se ha justificado este proyecto de ley es el de un hongkonés que mató a su novia en Taiwán y después huyó a Hong Kong. No puede ser juzgado en Taipei por falta de acuerdos de extradición.
La cuestión es que estos cambios en extradición también se aplicarían en relación a China continental. Muchos temen que, de esta manera, Pekín consiga que disidentes refugiados en Hong Kong, activistas locales o empresarios molestos con el régimen acaben en cárceles chinas. El ejecutivo de Hong Kong ha dicho que las enmiendas no contemplan crímenes políticos, sino solo delitos graves, pero los críticos argumentan que se podría sortear esta restricción haciendo malabarismos legales para acusar a disidentes de corrupción u otros delitos contemplados en el proyecto de ley.
El proceso de extradición que contempla este proyecto de ley es complejo, ya que debe intervenir tanto la justicia central china como la hongkonesa, además de recibir el visto bueno del Jefe Ejecutivo de Hong Kong (la máxima autoridad de la ciudad). Pero muchos piensan que las presiones de Pekín pueden pesar más que todo eso. Hay críticos que, además, consideran el hecho de enviar a un presunto culpable al sistema judicial chino algo a evitar de entrada, dada la inexistencia de garantías y juicio justo en casos de relevancia política.
Pese a este descontento y a la gran protesta del domingo, parece que el legislativo de Hong Kong seguirá adelante —aunque el bloqueo del parlamento por parte de jóvenes activistas ha hecho que el proceso se retrase, sin que se conozcan fechas exactas sobre cuándo continuará—. La actitud de la mayoría de manifestantes del domingo, a decir verdad, es de aceptación resignada. Pero todavía permanece una minoría más radical y joven que está llevando a cabo el bloqueo, en el que se han producido choques con la policía. Estos mismos manifestantes, además, también plantean huelgas y acciones contra los miembros del parlamento local que den apoyo a las enmiendas. Sería extraño que acciones como estas fueran apoyadas por el grueso de la ciudad, aunque la sensación de vivir un momento crítico puede crear situaciones insólitas.
Sea como fuere, ni las manifestaciones ni las protestas alterarán el creciente desequilibrio entre Hong Kong y China continental. La situación original de su relación se ha revertido: cuando Hong Kong fue devuelta a China en 1997, la ciudad era un referente de modernidad y apertura para todo el país. Su conexión con los mercados occidentales, la tradición colonial británica y su desarrollo le daban una ventaja comparativa respecto al resto de China. Muchos hongkoneses aprovecharon las facilidades de entrada al mercado continental para enriquecerse mediante la mano de obra barata y los incentivos de inversión. Incluso antes de 1997, los hongkoneses habían aprovechado el flujo de migrantes continentales pobres que llegaban a la ciudad, asignándolos en los trabajos más humildes, todo aderezado con cierto clasismo cultural. Muchos de estos migrantes, pese a todo, aprovecharon el capitalismo hongkonés para ascender y crear ricos negocios entre la ciudad y China.
Ahora la situación ha cambiado. Varias ciudades chinas —Pekín, Shangái, Guangzhou, Shenzhen— tienen más energía y ambición que Hong Kong, que en parte se acomodó en el (ya superado) subdesarrollo de China. A pesar de que sigue siendo un centro de negocios e inversiones de muy alto nivel, el papel diferencial de la ciudad respecto a las urbes continentales cada vez se reduce más. No está muy claro el perfil que piensa adoptar Hong Kong para afrontar este nuevo escenario. Por su parte, Pekín es consciente de que Hong Kong ya no tiene tantas bazas mediante las que defender su autonomía. Muchos temerosos con el Partido Comunista auguran una integración absoluta de Hong Kong en el ecosistema de ciudades chinas, simplemente como una más.
Pero a Pekín, en parte, le viene bien tener un puerto “liberal” mediante el que gestionar sus relaciones con el exterior de manera diferente. Además, generar inestabilidad en una de sus regiones con más focos internacionales no es una estrategia demasiado inteligente en plena confrontación con Estados Unidos. Es probable que la táctica de Pekín, más bien, sea presionar para que sus “líneas rojas” —el independentismo hongkonés, la fuga de algún funcionario con información clave, la publicación de informaciones/rumores sobre altísimos cargos del Partido— se apliquen con mayor dureza.
La propuesta de ley de extradición, probablemente, va en esta dirección.