La Unión Europea atraviesa una crisis diferente. A la crisis económica, política o demográfica de fondo, se suma una crisis que le afecta en lo más hondo: una crisis de valores.
La adhesión a la democracia, los principios del Estado de Derecho, el respeto por los derechos humanos, la libertad y la igualdad, son valores establecidos en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, siempre consustanciales a su identidad. Sin ellos, la UE no se entiende.
Estos valores ocupan una posición central en dos recientes informes publicados sobre la Unión Europea. Uno de ellos es el Informe Elcano sobre el Futuro de la UE, que reflexiona sobre el rumbo y el contenido de los cambios que debe afrontar la Unión. El otro, realizado por Pew Research Center, está dedicado al fenómeno populista. De ambos se extrae una conclusión: mitigar la creciente tendencia populista y euroescéptica es una tarea clave para la UE, para su futuro y su regeneración.
La crisis económica ha generado un distanciamiento de la opinión pública hacia el proceso de integración. Si bien no es eso lo que sorprende. Como apunta José Fernández-Albertos en el Informe Elcano, el apoyo o no de la opinión pública al proceso siempre ha sido dependiente de los resultados económicos. “En épocas de bonanza, los ciudadanos europeos se vuelven más europeístas, confían en las instituciones supranacionales y están más dispuestos a acelerar el proceso integrador. Por el contrario, durante la crisis se vuelven más euroescépticos y nacionalistas”.
Lo que ha desorientado la Unión Europea han sido los cambios sociológicos devenidos de la última crisis económica. La consecuencia más evidente de este fenómeno es que una gran parte de la población se siente ahora desplazada, no representada y, por tanto, desconfiada ante una institución ineficaz a la hora de resolver o paliar las demandas sociales.
La caída de confianza hacia la UE es un fenómeno transversal: ningún grupo social se salva de ella. Según el Informe Elcano son tres los factores que pueden estar asociados a la visión de estos individuos: el cosmopolitismo, la percepción de impotencia democrática y la vulneración económica.
Aunque el proceso de integración europea ha supuesto un impulso de envergadura para los Estados miembros, ha tenido como consecuencia paralela un desplazamiento de la soberanía e identidad nacional, que a su vez afecta a la calidad del procedimiento democrático y sus dinámicas políticas. En el momento en el que las decisiones que emanan de las instituciones supranacionales son más visibles y permean los debates nacionales, la ciudadanía percibe que políticamente su papel es irrelevante, ya que sus demandas no son tenidas en cuenta.
La desconfianza hacia la UE se traduce en acciones contrarias a la globalización y a la inmigración, motivadas por la sensación de pérdida de influencia política y por la situación económica, de tendencia desigual. A todo esto, se suma un creciente sentimiento de frustración por la pérdida de peso e influencia de Europa a nivel mundial, fenómeno que muchos ciudadanos consideran inevitable y que se traduce en un sentimiento de vulnerabilidad.
En este contexto, según Pew Research Center, las personas que desconfían de las instituciones tradicionales comparten puntos de vista populistas. De hecho, cuando se trata de opiniones referentes a la UE, los puntos de vista populistas suelen una línea divisoria más significativa que la ideología. Pero el populismo no es en sí algo patológico. Se convierte en amenaza cuando se une a sentimientos antidemocráticos.
Hoy nos encontramos con una democracia en riesgo en Burkina Faso, Turquía o Venezuela, pero también en países europeos como Hungría o Polonia. Es hora de plantearse qué falla, no solo en las instituciones polacas y húngaras, sino también en las que concebimos como plenamente consolidadas, ya sean Francia, Italia o Austria. Se trata de un escenario difícil para la UE: un euroesceptismo que avanza y unos “antivalores” que ganan terreno y han permeado la conciencia ciudadana, llegando hasta las instituciones de algunos países y empapando las leyes y la política.
La preocupación por la defensa de los valores de la UE ocupa un lugar central en sus desafíos actuales. Carlos Closa reflexiona sobre las reacciones de la Unión ante el creciente desafío de regímenes que se declaran iliberales y defienden proyectos políticos cercanos al autoritarismo. Según Closa, las reacciones han sido exiguas, a causa de la inadecuación y debilidad de las instituciones europeas.
Para Ignacio Molina, la reforma institucional es consustancial a cualquier reflexión sobre el futuro europeo. Se necesitan reformas que incluyan exigencias de mayor legitimidad, eficacia y flexibilidad, abordadas desde una perspectiva funcional y realista, alejadas del modelo ideal de la UE, y que sean capaces de interperlar a ese sector de la población que se ha visto apartado y se muestra reticente hacia la plena integración.