Las urnas acaban de confirmar que Colombia es un país en transición. Tanto que ya no se parece a sí mismo. Está superando 60 años de violencia política e internándose en una nueva fase, donde reine la normalidad y un panorama esperanzador en el que predominan más las luces que las sombras.
Por primera vez en muchas décadas la abstención pierde terreno. A la cita electoral acudieron 19.636.714 personas, de 36.783.940 con derecho a votar; una participación del 53,38%. En las elecciones para el plebiscito por la paz, celebradas el 2 de octubre de 2016, el verdadero ganador no fue el No sino la abstención, que alcanzó un aterrador 63,14%. En los comicios del 27 de mayo, la participación ha recuperado un 14%, la segunda más alta desde 1974, cuando alcanzó un 58,1%. Además, han sido las más pacíficas de las últimas décadas. Los colombianos acudieron a las urnas sin la amenaza de atentados terroristas o presiones de fusiles y bayonetas, como en otras votaciones anteriores. Es cierto que aún subsisten máculas y todavía están lejos de ser una democracia moderna, pero Colombia ha avanzado mucho en civilidad y democracia.
Otro dato relevante es que la derecha, el establishment, ha perdido el monopolio de la participación electoral. Por primera vez un candidato de izquierdas accede a la segunda vuelta –algo inédito– prevista para el 17 de junio. Colombia es el único país de América Latina donde no se había registrado este fenómeno. Las guerrillas eran un obstáculo para que las fuerzas alternativas avanzaran, cargaban con el karma de su consanguinidad con ellas. La firma de la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) las ha liberado. Esto explica, en parte, el alto número de votos del exguerrillero Gustavo Petro, líder político que dará mucho que hablar en el futuro aunque no alcance la presidencia el 17 junio, pero se convertirá en jefe de la oposición.
La primera conclusión que deja esta competencia es que la paz modificó el panorama político del país. Este revela un crecimiento casi exponencial de las fuerzas alternativas a las del establishment. Colombia Humana (Petro) y la Coalición Colombia (Sergio Fajardo), emergen como dueñas de la mitad del electorado, lo que constituye un hecho político central. Las dos formaciones, que podrían calificarse de centroizquierda, totalizan 9.440.950 de votos (la primera, 4.851.254 y la segunda, 4.589.696, respectivamente), lo que equivale al 48,81% del total de los votos.
En cambio, los partidos tradicionales, representados por la coalición del Centro Democrático con Iván Duque, y la alianza de Cambio Radical, el partido de la U y el conservadurismo parlamentario, que apoyan a Germán Vargas, obtienen 7.569.693 y 1.407.840, respectivamente; un total de 8.977.553 votos, el 46,42% de los votos. Humberto de la Calle, candidato del Partido Liberal, fuerza política del establishment y comprometida con la paz, obtuvo 399.180 votos, el 2,06%. Por ello, los partidos tradicionales han quedado heridos de muerte. El país es hoy mucho más plural que el día antes de las elecciones.
Nuevas praxis, nuevas narrativas
La segunda conclusión es el hastío existente con la forma tradicional de hacer política. Hay demandas de nuevas praxis y nuevas narrativas. Los grandes derrotados fueron el gobierno y la maquinaria política que apoyaba a Vargas, quien no obtuvo ni siquiera los votos de su propio partido, Cambio Radical. Vargas comenzó la campaña como el gran favorito y terminó siendo el gran derrotado. Le apoyaban, además de su partido, el partido de la U del presidente Juan Manuel Santos, los principales líderes conservadores con representación en el Congreso de la República, y la mayoría del establishment empresarial y de los medios de comunicación tradicionales. Vargas ha sufrido un varapalo político de proporciones similares al sufrido por la FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) el 11 de marzo. Esperaba obtener más de cinco millones de votos y pasar a segunda vuelta y obtuvo solo 1.400.000 por lo que quedó en cuarto lugar. El binomio Santos-Vargas es el gran derrotado.
Lo que viene en Colombia
Petro pasa a segunda vuelta, pero la alta votación registrada por Fajardo indica que un amplio sector del país quiere un discurso menos estridente, menos crispado y menos confrontado. Prefiere un cambio tranquilo, de manera que si Petro desea ganar deberá modular su posición, el tono de su discurso y acelerar su viaje al centro político.
La segunda vuelta se insinúa ampliamente favorable a Duque, quien también se verá obligado a modificar su discurso inicial en relación al proceso de paz. Si endurece su mensaje, si un sector percibe que el uribismo hará “trizas los acuerdos” (preocupación que reiteró De la Calle en su declaración tras conocer los resultados), si su llegada al poder significa perpetuar la polarización entre el uribismo y el santismo y un salto hacia el pasado, puede correr el riesgo de catapultar a Petro, que se convertiría en la baza para cerrar el conflicto armado y construir una nueva “era de paz”, como él mismo la denomina.
Por tanto, la paz volverá a escena en la segunda vuelta, esta vez sin el “lastre” de Santos quien, a pesar de ser el inspirador y arquitecto de las negociaciones de paz, es altamente impopular, debido al estilo con que gobernó. Fundamentalmente, por haber entregado el país, no al “castro-chavismo”, como afirma el expresidente Álvaro Uribe (a quien Duque tendrá que esconder) sino a los clanes políticos, que ven en el Estado un botín de guerra. Las mayorías nacionales rechazan el clientelismo y la corrupción, que pareció haber alcanzado un cénit sin precedentes durante las últimas décadas.
La paz volverá a jugar
Quizá los colombianos no sean del todo conscientes de que las elecciones que acaban de vivir son lo más parecido a la paz. Los atentados a candidatos presidenciales, líderes políticos, los secuestros de senadores, diputados y alcaldes, la toma violenta de poblaciones, las voladuras de oleoductos y torres de energía, parecen cosa del pasado. Este es el lado más positivo de las elecciones. Lógicamente, Colombia aún está lejos de vivir en normalidad, aún le quedan muchos asuntos por resolver, entre ellos la paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN); o más importante, llevar ante la justicia a las bandas criminales que, en alianza con los cárteles mexicanos de la droga, constituyen la principal amenaza para la seguridad.
El ELN, la guerrilla superviviente con unos 2.000 miembros en armas, una organización político militar que vive en el pasado, en tiempos de la guerra fría, tendrá que reflexionar sobre cuál ha de ser su futuro, por imperfectos y pobres que le parezcan los acuerdos de paz con las FARC. Si vuelve a la guerra, a matar, a dinamitar, a secuestrar… tendrá a todo el país en contra, no a la mitad como antes. La izquierda no está dispuesta a aplazar más sus aspiraciones de acceso al poder por dar espacio a una vía fracasada y una actitud intransigente como el ELN. O cambia y se transforma, o le esperan días dolorosos y amargos.
Por otro lado, la Registraduría ha desmentido a Petro, quien denunció fraude electoral y convocó concentraciones, creando un ambiente de tensión social. La entidad demostró una capacidad técnica sorprendente. En menos de dos horas estaba contabilizado el 98% de los votos, lo que fortalece la fe en el sistema electoral.
Las aspiraciones nacionales
Ya no cabe duda. Colombia vive su propia transición. Los colombianos demandan cada día más transparencia, meritocracia, convivencia y equidad, valores que guían a la mayoría. No quieren corrupción, privilegios, violencia ni injusticia. Se vive una revolución ética silenciosa y una revitalización del sistema político. Toman conciencia de que tienen un país casi único en el mundo, desde la perspectiva de la biodiversidad, el segundo después de Brasil. El 53% de su territorio son bosques naturales, con 311 tipos de ecosistemas diferentes; un primer puesto en aves y orquídeas; segundo en diversidad de plantas, anfibios, peces de río y mariposas; y el tercero, en reptiles y palma; pero los colombianos también reconocen que viven en uno de los países más desiguales y atrasados en infraestructuras de la región, por detrás de Brasil, Ecuador, Argentina, México y Panamá. Colombia ya casi no se parece a Colombia.
Lamentablemente, o afortunadamente, según se mire, Colombia se parece bastante a lo que es. Lamentablemente sigue siendo un país con uno de los peores índices de Gini del continente y con una desigualdad creciente. Y con consecuencias humanitarias graves en muchas partes del territorio. Por hablar solo de algunas variables que el artículo pasa por alto.https://www.humanitarianresponse.info/sites/www.humanitarianresponse.info/files/documents/files/180518_boletin_humanitario_abril_2018.pdf
Si a esto sumamos las cifras de asesinatos de defensores de derechos humanos o líderes sociales en el último año, la Colombia de ahora se parece bastante a la de siempre. Creo que el artículo es de una parcialidad y banalidad preocupante y apenas trata las cuestiones de fondo entre las que se debate el país, más allá de la firma del acuerdo con las FARC. El triunfalismo y la autocomplacencia internacional con el presidente Santos y, en general, el proceso con las FARC creo que están dejando un saldo negativo en el país.
En el capítulo de las cuestiones afortunadas, Colombia también se parece a lo que siempre ha sido: un extraordinario país con una gente estupenda y unas élites (de todos los colores) nefastas.