Auge y caída de las grandes potencias (futboleras)

Pablo Colomer
 |  13 de junio de 2014

“De niño fui un entusiasta de la guerra, del mismo modo que es posible ser un entusiasta del fútbol”, confiesa Sebastian Haffner en sus memorias, Historia de un alemán, al hablar de sus recuerdos de infancia sobre la Primera Guerra mundial. Para su generación, la guerra fue un juego fascinante, con sus tablas clasificatorias extraídas de los partes de guerra, donde el número de prisioneros, los territorios invadidos, las fortalezas conquistadas y los barcos hundidos desempeñaban más o menos el mismo papel que los puntos y los goles en un campeonato. A falta de fútbol, los niños alemanes disfrutaron de aquel juego “oscuro, secreto, de un encanto infinito y vicioso”.

Las tornas han cambiado. Hoy, a falta de guerra, los niños alemanes, españoles, brasileños y argentinos tienen fútbol. De hecho, el fútbol es un sustituto de la guerra excelente, por incruento. A través de este deporte (y otros) se siguen construyendo las narrativas nacionales. Como explicaba Eric Hobsbawm, “la comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyo nombre conocemos”. Messi es Argentina, Ronaldo Portugal, Neymar Brasil, Iniesta España, Özil Alemania… “La capacidad del deporte para facilitar la identificación colectiva está fuera de toda duda”, apunta Alejandro Quiroga, autor de Goles y banderas.

La furia española. El jogo bonito brasileño. La naranja mecánica holandesa. Si las naciones son narraciones –metáforas, estereotipos, mitos, imágenes–, hoy no hay mejor relato que el fútbol. Y si el fútbol es la guerra por otros medios, parafraseando a Clausewitz, la madre de todas las batallas, el paroxismo épico llega con el mundial. En este caso, a diferencia de las grandes conflagraciones, no hay ententes cordiales, ni ejes de acero. Cada cual hace la guerra por su cuenta. Si acaso, las aficiones sienten simpatía por los pequeños: porque pueden quitar de en medio a un rival peligroso o por el sentimiento más altruista de ponerse de parte del débil.

 

La madre de todas la batallas: Brasil 2014

Comenzadas las hostilidades –ayer Brasil dio cuenta de Croacia con cierta ayuda providencial–, juguemos como Haffner y sus amigos, en este caso a comparar el microcosmos del fútbol de selecciones nacionales con el macrocosmos de la sociedad internacional actual. ¿Quiénes son los cinco grandes? ¿Quién está en declive? ¿Quién en auge? ¿Quiénes son los emergentes? ¿Quién ganará la guerra, esto es, el Mundial de Brasil?

España (alias EE UU). Es la superpotencia, la gran dominadora del juego en la última época (en el fútbol, un lustro es una eternidad), la que marca tendencias, la del poder blando (el tiqui taca, o American Way of Life) y el poder duro (no hay que olvidarse de Pujol y su testarazo contra Alemania en las semifinales de Suráfrica 2010). La pregunta, sin embargo, está ahí: ¿está el imperio en declive? ¿Surgen modelos alternativos más atractivos? La derrota en la Copa Confederaciones contra Brasil (véase Ucrania) dejó al imperio tocado. El cerebro de la selección, el brillante Xavi, parece cansado, como Barack Obama. A pesar de todo, será difícil derrotar a EE UU, cuyo poder aún apabulla, con recursos en todos los campos, desde el militar (Ramos) al político (Alonso), sin olvidarnos de la I+D+i (Iniesta).

Alemania (alias China). Es el aspirante a desbancar a la superpotencia. Insistente en que su auge es un auge pacífico (el seleccionador alemán, Joachin Low, se confiesa admirador del juego español), no dudarán en utilizar los inmensos recursos a su alcance (Özil, Lahm, Müller, Götze) para lograr su objetivo, que no es sino tomar el testigo de España como primera potencia mundial. Si las dudas rodean a EE UU, China tampoco las tiene todas consigo. La ralentización de su economía (la lesión de Reus, el mal final de temporada de Özil) puede llevarles a un aterrizaje más brusco del esperado.

Brasil (alias Rusia). Es la gran potencia que busca recuperar los laureles de antaño. Juega en casa (como Rusia en Ucrania), lo que multiplica sus posibilidades de victoria. El peso de la púrpura no será un lastre, sino un acicate. Que se lo pregunten a Vladimir Putin. O a Neymar. Antaño reserva moral del juego (recordad mayo del 68 en París, o el mundial de México en 1970), hoy no practica un fútbol atractivo, pero juega con descaro y confianza, convencida de sus posibilidades. “Brasil ya no es el país del jogo bonito”, reconoce Lula Gorvachov da Silva en esta entrevista para L’Équipe. “Será un equipo rotundo, intenso y con piernas de sierra”, sentencia José Samano. Que sus rivales no esperen piedad.

Argentina (alias Japón). Tienen una tecnología punta impresionante (Agüero, Di María, Higuaín, el gran Messi), siguen siendo una potencia mundial, pero desde los ochenta no levantan cabeza. Parecía que se iban a comer el mundo, pero han terminado devorándose a sí mismos. Ahora quieren recuperar el esplendor de aquella época, reafirmarse en su unicidad, pero confiar en la recuperación futbolística de Argentina, como en la económica de Japón, es siempre una apuesta arriesgada. A pesar de ello, las casas de apuestas sitúan al país entre los cuatro favoritos. ¿Conseguirá la Messinomics poner al imperio del Sol naciente de nuevo en órbita?

Reino Unido y Francia (alias Reino Unido y Francia). Su declive es evidente. Siguen contando en todas las quinielas, no en vano tienen asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero sería una sorpresa que se alzasen con el cetro mundialista. Francia estuvo cerca en el Mundial de Alemania en 2006 (Zidane mediante), pero acabó dándose de bruces (cabeza) contra el muro la realidad (Materazzi): no es competitiva, o no tanto como Alemania (Italia). Reino Unido, a pesar de tener el campeonato doméstico más mediático, la Premier, fuente de glamour y riqueza a semejanza de la City, sigue penando por la gloria perdida. Una vez fueron grandes, dominaron el mundo (1966), pero hace ya demasiado tiempo de aquello.

Italia (alias Alemania). En los años treinta, a lomos del fascismo, se comieron el mundo (mundiales de 1934 y 1938). Desde entonces han sufrido altibajos y viven a la sombra de España (EE UU). Dejaron claro quién manda en Europa al derrotar a Francia en 2006, pero por el camino se granjearon la enemistad de medio mundo por su suficiencia y agresividad (de nuevo, Materazzi). Que un defensa mediocre como Cannavaro fuese nombrado balón de oro inquieta tanto como que una tacticista como Angela Merkel reine en el Viejo Continente.

Holanda (alias la Unión Europea). Admiró al mundo con su experimento futbolístico (como la UE con su experimento político), pero hace ya tiempo que la naranja mecánica es más mecánica que otra cosa, como le sucede a la UE. No solo no despierta entusiasmo: la renuncia a sus señas de identidad es palpable. El recurso a la violencia fue tan lacerante en la final del último mundial como el auge del Frente Nacional en las últimas elecciones europeas. Sigue entre las favoritas, pero en realidad nunca ha ganado nada, aparte de aquella maravillosa Eurocopa en 1988. ¿Estará cautiva Holanda de la belleza del perder? ¿La vida es un proceso de demolición, como afirmaba Francis Scott Fitzgerald? Autoproclamarse reserva moral del mundo (Cruyff no participó en Argentina 1978 en protesta por la dictadura, en teoría) no vale como coartada si no practicas un fútbol atractivo y eficaz. El mecano puede derrumbarse en cualquier momento.

Mercados emergentes. Desde que en Goldman Sachs acuñasen el acrónimo BRIC para agrupar a los mercados emergentes más pujantes –Brasil, Rusia, India, China–, estos se suceden a velocidad vertiginosa. A los BRIC siguieron los CIVETS, MIKT, VISTA, EAGLES… Para este mundial un acrónimo que podría funcionar es el de BUCC –Bélgica, Uruguay, Croacia, Chile–, con alguna que otra variación: Bosnia, USA, Costa de Marfil… Para no calentar el partido en exceso, mejor no entrar en el terreno de los acrónimos peyorativos, recordemos el asunto de los PIGS. Un ejemplo, CRASH: Costa Rica, Australia, Suiza, Honduras. Cualquiera podría dar la sorpresa.

El fútbol vuelve a América Latina, “tierra despreciable y entrañable”, en palabras de Eduardo Galeano, quien ahora reniega de Las venas abiertas de América Latina, pero que no debería hacerlo nunca de El fútbol a sol y sombra, un excelente manual de vida sobre las luces (muchas) y sombras (no pocas) del deporte rey. Como explicaba Albert Camus, “todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moralidad y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Aclara Galeano que, evidentemente, Camus no se refería al fútbol profesional.

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