Sudán del Sur es el Estado del mundo más dependiente del petróleo según el Banco Mundial: supone el 98% de las exportaciones del país y el 60% de su PIB. Otro 15% del PIB de Sudán del Sur se corresponde a actividades de baja productividad y el 85% de la población realiza actividades no remuneradas (principalmente agrícolas). La renta per cápita en 2014 era de $1.000 y, según la FAO, más de un tercio de la población sufre necesidad urgente de ayuda alimentaria, agrícola y nutricional. Estos indicadores se explican, además de por su situación geográfica y medioambiental, por los dos grandes conflictos que mantiene este joven Estado: por una parte, el conflicto con la República del Sudán, conocido como “Sudán del Norte”, Estado del que se independizó en 2011; y por otra, la guerra civil dentro de Sudán del Sur entre los dos frentes del Movimiento de Liberación Popular de Sudán (SPLM, por sus siglas en inglés), encabezados por Salva Kiir y Riek Machar, respectivamente. Los dos fueron líderes de la independencia, el primero perteneciente a la etnia dinka y en la actualidad presidente del gobierno sursudanés; el otro, miembro de la etnia nuer. Con este panorama no es de extrañar que el gobierno de Sudán del Sur haya decidido no celebrar de forma oficial el quinto aniversario de su independencia, que se celebra el 9 de julio.
Los conflictos con la República del Sudán
El referéndum que dio paso a la declaración de la independencia de Sudán del Sur se hizo sin haber concluido las negociaciones acerca de la secesión, lo cual dejó en el aire una serie de cuestiones y tensiones con los vecinos del norte, como el reconocimiento de derechos y el fin de la violencia hacia las personas sursudanesas en Sudán (casi medio millón), la definición de las fronteras, particularmente en lo referido a las regiones petroleras de Abyei y Heglig, o el acuerdo para el reparto de los ingresos del petróleo. Este asunto en particular ha sido generador de una grave crisis económica interna y un fuerte conflicto en torno al petróleo ya que Sudán del Sur depende de las instalaciones del país vecino para poder extraerlo y exportarlo. Esta dependencia supuso la reducción de la producción, el desplome de la renta per cápita de 1.800 dólares a menos de 800, así como la intervención en el país de Estados Unidos y China, importadores del petróleo sursudanés.
¿Razones para la esperanza?
La guerra civil ha estado encabezada por Kiir y Machar, este último vicepresidente del Estado hasta su expulsión en julio de 2013. Aunque no se cuenta con un balance exhaustivo de bajas a causa del conflicto, la ONU estima unas 50.000 muertes y el desplazamiento de más de dos millones de personas. Los enfrentamientos continuaron hasta el pasado abril, cuando el gobierno firmó un acuerdo con “los rebeldes”. Ya antes había habido múltiples altos el fuego que acabaron en intentos frustrados seguidos de más violencia por ambas partes. La novedad del acuerdo de abril fue la reincorporación de Machar al gobierno en el cargo de vicepresidente, compartiendo de nuevo gobierno con su hasta entonces enemigo en la guerra civil.
El acuerdo de abril ha traído algo de esperanza en la construcción de la paz y la superación de la crisis humanitaria y económica. Sin embargo, una serie de retos en el plano interno podrían hacer que el conflicto se reabriera en cualquier momento. En el plano económico, es urgente aumentar la producción –estancada por los conflictos internos y con Sudán y los bajos precios del petróleo– así como pagar a los militares y reinsertar a decenas de miles de soldados en trabajos civiles. De lo contrario, se corre el riesgo de que se incorporen a alguno de los más de 20 grupos armados en el país que no responden ni a Kiir ni a Machar. De hecho, en el Oeste del país ha emergido un nuevo frente militar fundamentalista islámico liderado por el veterano político Ali Tamiz Fartak.
¿Fue la independencia la mejor solución?
Los líderes del SPLM reivindicaron siempre que la división del país no era la mejor solución. Entre ellos destaca John Garang, quien consideraba que el Sur podría conseguir sus objetivos “por medio de una revolución política” y que sus intereses podrían estar mejor defendidos como parte de Sudán. Con su muerte esta idea se malogró y la independencia de Sudán del Sur, ampliamente deseada, fue bienvenida porque suponía el final de más de 50 años de conflicto, además de ofrecer la oportunidad para comenzar el camino del desarrollo económico, la democratización y los derechos y libertades civiles que Jartum había negado.
Antes de 2011 fueron muchos los políticos y expertos que apoyaron la independencia desde un análisis basado en los conflictos étnicos. Se interpretaba que la secesión del sur católico del norte musulmán pondría fin al enfrentamiento. La experiencia, sin embargo, ha demostrado que la independencia no ha acabado con la inestabilidad, ya que permanece irresuelta la necesidad de una mejor gestión y mayor autonomía. Por ello, en los últimos años han surgido nuevos conflictos en el interior de Sudán del Sur, que no deben ser interpretados desde un prisma puramente étnico, sino de naturaleza política entre dos líderes que defienden distintas maneras de distribuir el poder. Según Peter Greste, la forma en la que se ha hecho política en Juba es igual que la de Jartum: “Desde arriba, con una fuerte presencia del poder militar y sin crear las bases para una democracia que pueda funcionar basada en el diálogo y búsqueda del consenso entre la población”, que cuenta con una amplia diversidad cultural. La guerra civil sudanesa no es solo un conflicto entre las dos principales etnias.
El gobierno conjunto acordado en abril tiene grandes retos a corto plazo: el establecimiento de la paz, la reconciliación y la mejora de las condiciones de vida en Sudán del Sur. Todo ello dependerá de la forma en la que Kiir y Machar hagan frente a sus diferencias. El futuro del país depende hoy de lo estable y efectivo que logre ser este gobierno.